¿Por qué nos identificamos con el Dr. House?, ¿con un tipo amargado, antisocial, grosero, con un dolor constante en la pierna pero, eso sí, un genio? Leibniz, quien inventara a la par de Newton el cálculo infinitesimal (aunque sin ser amigos ni nada por el estilo), afirmó que vivimos en “el mejor de los mundos posibles” y, según la interpretación contemporánea, sería el campeón del pesimismo porque, claro, siempre puede estar peor… ¡y estará!
Sin embargo, Leibniz no era pesimista y esa frase condensaba el pensamiento de un lugar y una época que, dicen, recién había pasado: el feudalismo europeo.
Más cerca de nosotros, en EE.UU. y de ascendencia japonesa, Francis Fukuyama se hizo famoso hace menos de 25 años con algo que pareciera hacer eco de Leibniz: su libro El final de la historia y el último hombre. Sólo que para él, “el mejor de los mundos” no es el feudalismo sino la democracia liberal que promueve el libre mercado.
Éste es el mejor de los mundos: el del Dr. House, The Big Bang Theory, Facebook, Youtube, Twitter, el calentamiento global y los indignados.
¿De verdad? ¿Por qué?
El fin de la Historia
Fukuyama es un intelectual liberal. Es decir, es eso que en el resto de América se le llama “conservador derechista” y, por lo general, por el sólo hecho de serlo, se le cataloga en la casilla de los imbéciles. No lo es.
Cuando Fukuyama declaró en el verano de 1989 “el fin de la Historia” no se refería, como le espetaron muchos críticos de izquierda, a que la historia, como un cúmulo o secuencia de hechos, había acabado. Fukuyama no afirmaba que ya no habría levantamientos populares, invasiones, guerras o catástrofes sino que él se refería, curiosamente, a la Historia en el sentido hegeliano o marxista: la historia como “un proceso único, coherente y evolutivo” que toma en cuenta a “todas las personas de todos los tiempos”.
Esa Historia –nuestro paso de cazadores-recolectores a comunidades agrícolas, teocracias, aristocracias, etcétera…– es la que acaba. Y acaba, no con el comunismo científico de Marx sino, con una versión reloaded de Hegel: la mentada democracia liberal de libre mercado.
Esta afirmación tampoco implicaba la desaparición de movimientos fundamentalistas o retrógrados (los talibanes, por ejemplo) ni, siquiera, que las democracias liberales fueran perfectas: pues la tensión entre igualdad y libertad siempre estará presente. Lo que significa “el fin de la Historia” es que “no habrá más progreso en el desarrollo de principios subyacentes e instituciones, porque todas las grandes preguntas han sido establecidas”.
Pero, ¿cuáles son estos “principios subyacentes” que no progresarán más?
Fukuyama en la Edad Media
El feudalismo, nos dicen los historiadores, duró como sistema político y económico en Europa más tiempo que lo que lleva el capitalismo y, peor, que la democracia liberal de libre mercado. Y uno de los “principios subyacentes” del feudalismo era el Dios cristiano.
Dios, decían, era bueno. Y había creado el mundo. Además, éramos su creación predilecta. Entonces, si este Dios con mayúscula era bueno y nosotros sus preferidos, ¿podía existir un mejor mundo posible? ¡Por supuesto que no!
Pensarlo significaba, de acuerdo a la teología de ese tiempo, negar la existencia misma de Dios: dios era mala onda, dios era un malhechote, etcétera y, por lo tanto, dios no era Dios. Es decir, pensar un sistema diferente al feudalismo no sólo significaba “desarrollar” uno de sus “principios subyacentes” sino eliminarlo, pues Dios, entre otras cosas, había “elegido” a los reyes y a los señores feudales.
Leibniz creía en Dios. De modo que, racional y coherentemente, estaba seguro de que vivíamos en el mejor de los mundos. Entonces, ¿en qué cree Fukuyama?
Fukuyama cree, entre otras cosas, en conceptos más o menos igual de demostrables que Dios. Cree en una cosa extrañísima llamada “progreso”, que es inevitable e implacable y afecta a “todos los seres humanos en todas las épocas” (aunque no lo parezca ni seamos cada vez más felices). Cree, como Hegel y Marx, que una de las manifestaciones de este Progreso es eso llamado Historia y que hay una suerte de Espíritu Santo llamado “La Lógica de la Ciencia Natural Moderna” que nos anuncia, precisamente, la existencia del Progreso.
¿No será, más bien, que Fukuyama es algo así como el gran medievalista de nuestra era? ¿Un gran creyente, como Leibniz?
A un creyente no se le convence diciéndole que sus argumentos no son argumentos sino actos de fe o “principios subyacentes”. Ni siquiera es tan funcional el falsacionismo de Karl Popper que dice que esas teorías que lo explican todo en realidad no explican cosa alguna. Así que vayamos a jugar a su cancha.
Hegel sobre el feudalismo
Fukuyama utiliza la explicación de Hegel para dar cuenta del fin del feudalismo. En resumen, Hegel dice que los seres humanos padecemos una “batalla por el reconocimiento” (struggle for recognition). Es decir, buscamos que sea reconocida nuestra propia valía, o lo que nosotros creemos que es nuestra valía (nuestra dignidad, nuestros principios, nuestro trabajo…), por nuestros pares. Así, por ejemplo, cuando no se nos reconoce como nosotros creemos que es debido, nos enojamos; cuando sí, sentimos orgullo y, cuando estamos por debajo de nuestras propias expectativas, nos avergonzamos. El feudalismo fallaba al cumplir con esta pulsión humana que Fukuyama identifica con la autoestima. Mejor aún: había una contradicción interna que impedía que se cumpliera y por eso, junto con el desarrollo tecnocientífico, fue “superado” el feudalismo.
La contradicción del feudalismo era que, por un lado, los siervos no se podían sentir reconocidos como ellos querían debido, precisamente, a que eran siervos y carecían de muchas de las libertades básicas de, digamos, la democracia. Y, por otro lado, el reconocimiento de los señores feudales carecía de igualdad: eran reconocidos por los siervos, que eran inferiores, pero no por otros señores feudales y, además, tenían que jurar lealtad –reconocerse inferiores– a los reyes y al emperador.
¿Y qué sucede hoy día? ¿Cómo va nuestra autoestima en el mejor de los mundos posibles de Fukuyama?
Broadcast yourself
La autoestima, eso que según Fukuyama-según-Hegel fue un factor determinante para el colapso del feudalismo, parece ser precisamente la cuestión sin resolver de nuestra época. Mejor aún: la democracia liberal y el libre mercado parecen incurrir en una contradicción interna, similar a la del feudalismo.
Omitiré otras contradicciones (por ejemplo, el progreso material como indicador del Progreso vs. el calentamiento global) para concentrarme en esta. Desde los años 80s ha cundido el boom de los libros de superación personal, de las escuelas tipo Montessori que pretenden darle este reconocimiento y valía a cada estudiante, también han proliferado los grupos y sub-grupos sociales que buscan esta diferenciación y reconocimiento (desde los punks setenteros hasta los happy-anarcopunks feministas y vegetarianos de los 90s). ¿Lo han logrado? Los optimistas (García Canclini o Lipovetsky) dicen que sí.
Sin embargo, no sólo este boom continúa (su desaparición habría podido significar que en la democracia liberal de libre mercado sí encontramos el reconocimiento que buscamos) sino que se ha expandido. Los usuarios de los sitios más populares de la red hoy día parecen buscar justamente eso en Facebook, Twitter o Youtube. Incluso, esto también animaba a los sitios “ya no tan populares” o en vías de desaparecer, como los photologs, blogs, Second Life, chatrooms, juegos de video en línea y avatares de distintos tipos: ser alguien en el mundo, ser reconocido. Y si esto no se logra en el entorno inmediato, buscarlo en la red.
Pero el reconocimiento en la red no necesariamente se da entre iguales, como tal vez habría querido Hegel. Al inicio, los chatrooms bien podían estar animados por el deseo de conocer y platicar con un par del otro lado del mundo. Sin embargo, hoy día basta ver la disparidad entre los “seguidores” y las personas que “sigue” una persona en Twitter para ver que no se logra ni se busca esta igualdad: sigo a 18 y me siguen 14,238; sigo a 473 y me siguen 56. La misma palabra, “seguidor” o follower, es significativa. Y algo similar sucede en Facebook con los usuarios que tienen centenares de amigos: ¿qué importa más, la conversación o el número de likes y retwits a un post? Los likes, retwits y la conversación ¿se da entre iguales o más bien parece que seguimos el lema de Youtube, broadcast yourself, algo así como “promuévete a ti mismo”?
Por supuesto, la autopromoción no busca un reconocimiento entre iguales sino que es aspiracional: parece que nos importa más leer a los que no nos leen, que buscamos que nos reconozcan (que nos “sigan”) a quienes seguimos mientras desdeñamos “seguir” a nuestros “seguidores”, que el reconocimiento está en las veces que nuestro video casero es reproducido por personas anónimas, cuyos videos no nos importan.
Así, el desarrollo tecnocientífico parece haber puesto en relieve que la democracia liberal de libre mercado conlleva una contradicción interna similar a la del feudalismo. ¿Implicaría, siguiendo a Hegel, también su colapso? La respuesta tiene que ver con la pregunta inicial, ¿por qué nos identificamos con personajes como el Dr. House? Y eso lo abordaré en la siguiente columna, el próximo miércoles.