Descolonizar la mente, de Ngũgĩ wa Thiong’o
Imagínese que Octavio Paz hubiera abandonado el idioma español. Que después de llevar a su abuelita al Museo Nacional de Antropología, le hubiera quedado todo clarísimo. Y entonces hubiera escrito Piedra de sol en náhuatl. Y también El laberinto de la soledad y el resto de su obra. Imagínese que lo hubieran metido al bote, a Lecumberri, por su protesta en el Servicio Exterior y ahí, sobre el papel del baño tipo lija que le daban, hubiera escrito Blanco en náhuatl. ¿Se lo imagina? Pues eso, más o menos, fue lo que le ocurrió a Ngũgĩ wa Thiong’o y afirma que, si bien sus celadores le querían hacer un mal dándole un papel del baño tan áspero, en realidad lo estaban ayudando pues así era más fácil escribir.
El idioma que hablan tus sueños
Ngũgĩ nació en 1938 y es, sin duda, el escritor keñata más importante –tanto que lleva años siendo un candidato posible al Premio Nóbel. Ngũgĩ también fue marxista y, como Paz, escribió sobre las atrocidades del imperialismo y el colonialismo. Sin embargo, cuando estuvo en la cárcel llevó más allá su pensamiento y acción: dejó de usar su nombre colonial (James), abandonó el cristianismo y comenzó a escribir en su natal gĩkũyũ.
En Kenia, las lenguas oficiales son el inglés y, ese esperanto más antiguo que sigue funcionando mejor que el esperanto europeo, el suajili o kiswahili. De modo que la lengua que escogió Ngũgĩ era y es una lengua minoritaria, hablada por unos 7 millones de personas, de los cuales la mayoría eran analfabetas cuando Ngũgĩ decidió escribir en su idioma, en el idioma que hablaban sus sueños, a finales de los 70s. Por supuesto, todo mundo le dijo que cometía un error, que era un sinsentido lo que estaba haciendo, que nadie lo publicaría. Y, efectivamente, tuvo que autopublicarse. Y esto porque Ngũgĩ se daba cuenta de algo que no alcanzó a percibir Octavio Paz con la misma claridad: la única manera de eliminar los efectos atroces del imperialismo y el colonialismo es liberar nuestras mentes, descolonizarlas, pues de lo contrario seguimos siendo súbditos sumisos de nuestros (ex)conquistadores. Peor aún: somos sus cómplices.
Decolononising the Mind: The Politics of Language in African Literature (Descolonizar la mente: La política del lenguaje en la literatura africana, 1981) fue el último libro que escribió Ngũgĩ en inglés, con la intención de que fuera leído por sus pares escritores de otros países. En este ensayo explica cómo, a corto y largo plazo, se dan los procesos de colonización de nuestras mentes desde la infancia.
Navidad y la colonización cultural
La colonización mental o colonización cultural, como explica Ngũgĩ, hecha raíces hondas, difíciles de percibir muchas veces y, además, los mecanismos de colonización son dinámicos y se va acoplando con el tiempo. El triunfo: cuando son los propios colonizados los que promueven y avalan dichos mecanismos. Piense, por ejemplo, en estas últimas fiestas decembrinas.
¿Qué celebramos en diciembre? La fiesta de la Natividad fue inculcada en América como eje central de la conquista y, de hecho, la religión fue el principal factor de colonización cultural (en cambio, las estructuras administrativas de los tlahtoqueh se mantuvieron casi sin tocar por más de un siglo y, en su deformación, aún las seguimos padeciendo). Así, hoy día, casi todo mexicano –incluso los ateos- se afirma guadalupano sabiendo o no si esto tiene que ver con Tonantzin. Por supuesto, la festividad de la Natividad coincidía con otras festividades anteriores al cristianismo, pero todas éstas se daban en Eurasia.
Pero el asunto no queda ahí. ¿De dónde salieron el mentado arbolito, Santa Clós, las pistas de hielo, el bacalao, etcétera? La colonización cultural, como se mencionaba, es dinámica y, si bien en este caso empezó con los españoles, ahora han tomado la batuta los estadounidenses. Y lo han hecho muy bien. Tanto que cada año mueren millones de árboles (pinos) para que los mexicanos nos sintamos muy navideños, importamos cargamentos de bacalao, de pavo (porque decirle “guajolote”, en náhuatl, es de nacos), se venden cientos de disfraces de un tal Santa Clós quien es gordo, blanco y barbado y es la perfecta imagen del buen conquistador porque nos trae regalos y espejitos. Incluso nuestros gobernantes más izquierdistas y retobados gastan cantidades ingentes de energía (adiós Protocolo de Kioto) para que la raza tenga pista de hielo y no sienta que su Navidad es tercermundista nomás porque aquí no nieva.
Eso: ¿y de dónde salieron las ansias de nieve?
Las estaciones del año
La colonización mental hecha raíces tan hondas que puede modificar también nuestra percepción de la naturaleza. El mejor ejemplo: las estaciones del año. Piense usted en la imagen de las estaciones que le enseñaron en la primaria: primavera=flores, verano=sol, otoño=hojas secas, invierno=nieve. Ahora piense en el panorama de su rancho a lo largo del año. ¿Se parece en algo a lo que le enseñaron en la escuela? Si usted pertenece a la mayoría de los habitantes de este planeta, su respuesta habrá sido negativa: No, lo que yo veo en mi entorno no se parece en nada a lo que me enseñaron en la escuela.
En Colombia, por ejemplo, el profesor dice antes de hablar del tema: “esto no pasa aquí pero lo tenemos que ver”. Y es que en Colombia, popularmente, sólo hay dos estaciones: invierno (cuando llueve), verano (cuando no llueve). Ahora piense en Cuernavaca, en Villahermosa, en Hermosillo, en el D.F…. En Puebla, por ejemplo, las imágenes asociadas tendrían que ser: primavera=viento, verano=lluvia y nieve (en los volcanes), otoño=flores, invierno=sol (y nada de nieve ni en los volcanes). Y es que las estaciones del año que nos enseñan suceden en una pequeñísima parte del mundo, entre los 36º y los 56º de latitud en ambos hemisferios; en el resto del mundo, de 0º a 36º y de 56º a 90º en ambos hemisferios, no. Pero, oh sí, en esos 20º se gestaron las sociedades que conquistaron al mundo y nos vendieron la idea de que Su Naturaleza era la Verdadera Naturaleza.
Valga recalcar. Los cambios estacionales tienen correlación con los movimientos del planeta, ciertamente, pero los cambios estacionales dependen más de la latitud y del tipo de comunidad biótica que de los movimientos planetarios. Dicho más claramente, depende de qué plantas hay y no de los astros. Por ejemplo, a los pinos no se les caen las hojas ni en Mazamitla ni en Canadá, ¡aunque sea otoño! Mucho menos se les caerán a las caobas de Chiapas y jamás nevará en el Sahara. Y, por supuesto, esto no quiere decir que tengamos la naturaleza equivocada y que nuestros alcaldes tengan que poner pistas de hielo.
De otro modo: si los yucatecos hubieran conquistado al mundo, los chicos neoyorkinos estarían muy tristes cada invierno porque no tienen sol.
En qué idioma sueñan las élites
Toda colonización eficaz incluyó la complicidad de una élite local, ya fueran los de Cempoala y Tlaxcala, en México, los tutsi en Ruanda o los igbo en Nigeria. Ésta élite gozaba de prebendas por parte de los conquistadores pero, a cambio, por lo general tenía que ser la punta de lanza de la colonización cultural: los primeros en aprender el idioma y tomar la religión y costumbres de los invasores. Así, se convertían en modelos a seguir por parte de la población.
¿Y en qué idioma sueñan las élites mexicanas? Si bien el idioma traído por los españoles sigue siendo el idioma predominante en México (así escribo esto, pues), las élites mexicanas parecen ser las más gustosas en aceptar el colonialismo cultural estadounidense y, así, tenemos cualquier cantidad de anuncios en inglés en los barrios altos. Algunos incluso ridículos, pues nombran en inglés aspectos culturales que no forman parte de la cultura anglosajona: Tibet Meditation Center, Arabian cocina libanesa, Italian Coffee, etcétera.
En otros sectores también podemos ver un neo-colonialismo cultural español. Por ejemplo, los escritores mexicanos que se dejan traducir al madrileño con tal de publicar en España. El peor ejemplo que conozco: el personaje de una morra de Iztapalapa que dice que vive en “un piso muy cutre”, en cierta afamada novelita mexicana.
¿En qué idioma sueñan nuestras élites? En qué idioma sueña una sociedad que tiene una universidad que anuncia “hice mis prácticas en Dresden, Alemania, y me contrataron”. Como bien muestra Ngũgĩ, si nuestra aspiración es seguir siendo súbditos del imperio, si nuestras élites sueñan con ser caporales, gatos de angora del imperio, jamás dejaremos de ser una sociedad colonizada.
Descolonizar la mente
Los intelectuales y escritores mexicanos, hasta el siglo XIX e incluso antes de la independencia, fueron concientes de la riqueza que significaba la singularidad de una cultura como la nuestra: Sor Juana o Sigüenza y Góngora podían escribir igual en náhuatl, español o latín. Octavio Paz, no. Y esto no es un avance ni una señal de progreso, es una pérdida. Es cortar de tajo nuestras raíces. Tanto que en la Guadalajara de mi infancia no había una sola primaria bilingüe donde pudiera haber aprendido náhuatl.
Ahora que los políticos traen de moda que todas las primarias enseñen inglés a la par del español, cabe preguntarse a quién le están facilitando el trabajo: ¿a los estudiantes o a sus futuros encomenderos? O si después de esa gran reforma, a las nuevas generaciones ¿les parecerá tan extraña nuestra cultura como hoy día nos parecen las estaciones del año?
Como Ngũgĩ, quién ha sido un éxito en gĩkũyũ y de ahí lo traducen a otros idiomas, creo más que la política debería de estar encaminada a descolonizar nuestras mentes para poder aprovechar, a nuestro favor, esta increíble riqueza cultural con la que contamos (por lo pronto, yo prometo aprender náhuatl).
Twitter: @Lfelipelomeli