Aquí la segunda parte de una entrevista realizada a la madre de Néstor, quien nos transmite y abre su corazón compartiendo las vivencias y experiencias por las que tuvo que pasar para poder visitar y estar al lado de su hijo mientras estuvo en la cárcel. Si el lector no tuvo la oportunidad de leer la primera parte, la puede encontrar en este mismo portal en mis artículos pasados.
¿Por qué cree que las visitas -antes del motín de 2008- eran permitidas todos los días?
Porque es un excelente negocio para el reclusorio y porque es la forma de tener controlados a los internos. Cuando no entra “la visita” es común que existan riñas y ajustes de cuentas entre los presos.
¿Cuánto gastaba por cada visita que hacía?
En una visita muy austera y sin llevarle nada a Nelson gastaba –por lo menos– entre $800 y $1,000 pesos. Gastaba $250 (con mi credencial del INSEN) en el camión de Monterrey a Tamaulipas y $250 del respectivo regreso. Después había que tomar cuatro taxis: $100 de ida y $100 de vuelta de mi casa a la central camionera (por la hora tanto de la salida como del regreso no había transporte público) y de la central de camionera al penal otros $100 de ida y $100 de vuelta (los camiones que van del centro de la ciudad al Penal realizan el traslado en dos horas y por mi poca disponibilidad de tiempo no podía tomarlos). Ya en el penal, había que realizar otros gastos en custodios, revisiones, etc.
¿Qué cambios sucedieron en su familia desde que Nelson ingresó a prisión?
El cambio fue radical porque dos de mis hijos y yo dependíamos económicamente de Nelson. Trabajábamos con él en su empresa de construcción, y con esta situación, de pronto nos quedamos todos sin trabajo. Estábamos en una tierra extraña donde no conocíamos a nadie que nos ayudara ni para poder conseguir trabajo. Mis dos hijos comenzaron a dar clases de inglés y con ello empezamos a levantarnos, sin embargo, era muy poco lo que ganaban y apenas nos alcanzaba para sobrevivir. Después yo encontré un trabajo donde, aunque me pagaban muy poco, me quedaba el sábado libre para arreglar mi casa y así el domingo ir a Tamaulipas a ver a Nelson. Lo primero que hicimos fue cambiar de domicilio ya que en donde vivíamos se volvió imposible pagar la renta. Nos cambiamos de inmediato a otro ambiente, otro “código postal”.
Los bienes con que contaba Nelson se fueron desvaneciendo y su entonces mujer también tuvo que buscar trabajo para sostenerse a ella y a mi nieta. Todo lo que tenían se lo llevaron los abogados de Monterrey quienes nunca pudieron hacer nada contra el sistema judicial de Tamaulipas. Mismo que desde los Ministerios Públicos, Defensores de oficio, Jueces, Secretarios de Acuerdos y Magistrados estaban todos coludidos y cobijados por la impunidad y la corrupción. A ellos los declaro responsables de arruinar nuestra vida y la de tantos miles de mexicanos que llegan a prisión siendo inocentes.
¿Qué papel cree usted que juegan los familiares?
La familia como columna vertebral y soporte de la sociedad juega un papel primordial en la vida de los presos. Se turnan para visitarlos, se organizan con la ayuda y hacen esta carga menos pesada.
Por desgracia, nos tocó la mala suerte de que el problema legal de Nelson fuera tan lejos de nuestra tierra y de los nuestros. Toda mi familia vive en Chiapas y Tabasco y todos en su mayoría enfrentan problemas económicos. Al principio, haciendo un gran esfuerzo entre los más allegados, juntaron algún dinerito para apoyarnos. Otros tantos nos dieron la espalda. Grandes decepciones, no daba crédito a lo que estaba viviendo. Fui tocando muchas puertas y con espanto, casi horrorizada, me fui quedando sola. Porque tener un hijo preso es como un funeral: el primer día hay mucha gente, pésames, llamadas telefónicas… pero a medida que van pasando los meses la gente se va olvidando. Así me fui quedando sola con todo el peso sobre mis hombros. En seis años nadie se acuerda de ti, te olvidan.
¿Qué importancia tienen las madres de los presos?
Mucha importancia, ya que la mayoría de los más de dos mil internos de esa prisión, son jovencitos que están ahí por robos menores y el único apoyo que reciben es el de sus madres.
Las reinas ahí adentro somos las “jefitas”, en verdad, en ningún lugar he sentido ese amor tan grande hacia la madre. Dicen que porque somos las únicas que nos quedamos hasta el final, hasta salir con ellos de ahí o quedarnos acompañándolos de por vida. Pero además, “la visita” –quien quiera que sea– es sagrada y respetada y aquel que se atreve a cometer una falta hacia ésta puede hacerse acreedor a un fuerte castigo, físico incluso si es grave la acción; y es que son los mismos internos quienes ejecutan con todo rigor las sanciones y castigos para los agresores de las visitas de acuerdo a sus propios códigos. Las madres de los presos no tenemos más que un interés en la vida y esta es sacar a nuestros hijos de la prisión.
¿Cuál fue su peor experiencia?
Tres eventos me marcaron para siempre. El primero fue la primera vez que fui al penal y vi donde estaba mi hijo.
El segundo fue el motín de octubre de 2008, esto fue lo más horrible que viví debido a la violencia que se desató. Los noticieros informaban de lo que estaba sucediendo pero no proporcionaban las listas de muertos y heridos. Hubieron más de 20 muertos y pasaron más de 24 horas antes de que empezara a fluir la información acerca de quiénes eran. No existía comunicación vía telefónica: no podíamos hablar con ellos, escucharlos y mucho menos entrar a verlos.
Por último, el día que salió en libertad. Yo entregué la boleta de libertad inmediata poco antes de las tres de la tarde y me lo entregaron en calidad de fardo, a punto del infarto, pálido como un muerto, cerca de las nueve de la noche. Incomunicados, sin yo saber qué pasaba dentro y sin él saber qué pasaba fuera, Nelson llegó a pensar que ya no lo iban a liberar. Lo tenían secuestrado.
También esta vez estuve sola, en la oscuridad, en medio de la nada. Jamás había sentido tanto miedo, lo juro por Dios. Llegué a pensar lo peor.
¿Qué le aportó a usted como madre la experiencia de haber tenido a su hijo en prisión?
Más que nada, esta amarga experiencia me hizo descubrir una fortaleza interior que ni siquiera sabía que tenía. Me volví muy independiente, porque al saber que estaba sola en esta pena tan grande comencé a moverme de un lado a otro sin esperar ayuda o compañía. También aprendí mucho de otras madres que estaban en situaciones aún más difíciles que la mía, algunas con muchos menos recursos económicos y en su mayoría ignorantes de sus derechos.
Recibí un gran apoyo y solidaridad de todas estas mujeres que estaban pasando por la misma situación. También con el tiempo Nelson fue haciendo amigos que llegaban al penal y que fueron un gran soporte para mí porque al vivir tan lejos necesitaba que alguien se ocupara de llevarle algo o asistirlo en alguna emergencia. A estas personas las llevaré por siempre en mi corazón y les estaré eternamente agradecida.
Me llevo la satisfacción de haber podido, en su momento, ocupar el lugar de las madres ausentes y dar amor, bendiciones, algunos dulces, galletas, consejos y todo lo que un hijo necesita, sobre todo cuando está preso. Y es que en los seis años que Nelson estuvo recluso, encontré a muchos presos cuyas madres nunca fueron a visitarlos por diversas razones: la distancia, la falta de recursos o simplemente porque ya no viven.
Pero lo más grande que me llevo de esta experiencia, es que me hijo salió fortalecido de ese lugar. Aprisionaron su cuerpo durante 6 años pero jamás lograron aprisionar su mente, su espíritu de lucha, sus ilusiones y sus sueños. Y a pesar de todo lo vivido, de haber sido privado injustamente del bien más preciado que tienen el ser humano que es su libertad, así como pisoteados sus derechos y su dignidad, él siga siendo optimista, generoso y que en su alma no exista lugar para el odio.
Prisión compartida: relato de la madre de un preso (Parte 1)