Jenaro Villamil
08/11/2012 - 12:00 am
Reelección de Obama y la Furia de Donald Trump
No se volvió loco. Tampoco se dio cuenta de su feo tinte de pelo. Menos de sus fallidas cirugías. Simplemente, el magnate Donald Trump fue derrotado. No fue suficiente la fuerza de su fortuna ni su imparable guerra mediática contra Barak Obama para evitar que el demócrata se reeligiera en la Casa Blanca. En la […]
No se volvió loco. Tampoco se dio cuenta de su feo tinte de pelo. Menos de sus fallidas cirugías. Simplemente, el magnate Donald Trump fue derrotado. No fue suficiente la fuerza de su fortuna ni su imparable guerra mediática contra Barak Obama para evitar que el demócrata se reeligiera en la Casa Blanca.
En la madrugada del 7 de noviembre, Trump parecía un indignado de Ocupa Wall Street llamando a la “revolución” en Estados Unidos y diciendo que había un fraude electoral, como si emulara al Peje mexicano, pero con todo el cinismo de los más beneficiados del crack de 2008.
“Nuestro país está bajo un peligro serio que no tiene precedentes”, advirtió en su cuenta de Twitter con más de 1 millón 700 mil seguidores. “No podemos dejar que esto pase. Marchemos sobre Washington y paremos esta manipulación. Nuestra nación está totalmente dividida”, advirtió.
Nadie salió a las calles de Washington para seguir la locura del "Pato" Donald Trump. Menos Mitt Romney se comió la manzana envenenada de otro mensaje de su principal financiero: “Estas elecciones son una vergüenza y están manipuladas. No somos una democracia!”.
Insistió que Obama no había ganado, pero a las dos horas de su irrupción de histeria, los resultados oficiales demostraron que la ventaja del actual mandatario no fue tan cerrada: ganó por 59.5 millones de votos frente a 56.9 de Romney.
Trump forma parte de esta élite financiera, blanca y protestante norteamericana que considera a Obama un “socialista” (¡haga usted el favor!) y explota la ignorancia de los wasp diciendo que el primer mandatario afroamericano está buscando un Estado comunista por su reforma al sistema sanitario. El Obamacare le llama despectivamente Trump.
En lo único que, quizá, tiene razón el magnate es que Estados Unidos está dividido. Y no por los simpatizantes de Obama sino por una derecha cerril que se siente amenazada por la “ola arcoíris” o “canela” que acabó por medir que más vale apoyar al político de origen africano que irse a una aventura fundamentalista que repitiera la pesadilla de la década con Bush.
Claramente, Obama le debe su victoria al voto de las comunidades de origen latinoamericano (representaron el 10 por ciento del electorado) que en un 69 por ciento votaron a favor del demócrata, del 95 por ciento del voto de origen afroamericano y de una mayoría aplastante del voto joven (más del 70 por ciento).
A pesar de eso, Obama no ha cumplido a quienes piden una reforma migratoria profunda ni a los jóvenes que reclaman un empleo, un sitio en las universidades, un futuro más prometedor que las amenazas apocalípticas de los republicanos y de su Tea Party.
Obama y una buena parte de la sociedad norteamericana se enfrentará a una sociedad fracturada, precisamente, por esa derecha que se siente derrotada.
La fractura reciente que cruza a Estados Unidos viene de la elección de George W. Bush y del “favor” electoral que su hermano Jef le dio en Florida. No por nada el simbolismo de esta entidad con 29 votos electorales que finalmente ganó Obama.
Esa sospecha de ilegitimidad en las elecciones del 2000 aceleró el proceso de reacomodo de los neoconservadores y los alentó a emprender su última y más perniciosa apuesta tras los atentados del 11-S de 2001: crear un enemigo externo tan poderoso y siniestro que obligara a evadir el profundo proceso de crisis interna, económica, social y política en la potencia “triunfadora” de la Guerra Fría.
Estados Unidos demostró que puede ser el gendarme mundial, emprender dos grandes invasiones (Afganistán e Irak), pasar por alto al Consejo de Seguridad de la ONU, aplicar tácticas de tortura sin sanción alguna, modificar, incluso, la sensación de volar en cualquier aeropuerto del mundo frente a la amenaza de Al Qaeda y resignificó la noción de “choque de civilizaciones” teorizada por Samuel P. Hungtinton.
Por eso, la frase de Obama: “nuestra economía se está recuperando, una década de guerra se está acabando y una larga campaña llega a su fin”, más bien constituye un compromiso en lo inmediato.
La década republicana fue una gran exhibición de poder otoñal. A pesar de eso, la potencia mundial no ha podido revertir sus desbalances internos, su franja creciente de Tercer Mundo al interior del “sueño americano”, la “invasión silenciosa” de olas migratorias que están transformando las grandes ciudades norteamericanas, la batalla pérdida frente al gigante productor y consumidor que es China, el deterioro de sus sistemas de salud y de educación, así como el deterioro ambiental que impacta su propio territorio, como lo demostró recientemente el huracán Sandy, el fenómeno más tuiteado en los últimos años.
Obama recibió una nación fracturada por la crisis de 2008, por el renacimiento de los odios raciales, religiosos, sociales, culturales. El impulso de una nueva generación que rompió con el mito de que nunca se tendría un “presidente negro” en Estados Unidos, se perdió en estos 4 años ante las expectativas tan altas como incumplidas.
Estados Unidos seguirá siendo un hogar dividido, a pesar o incluso por el triunfo de Obama. Tendrá una Cámara de Representantes dominada por la oposición. Ya vimos lo que le costó sacar adelante su reforma sanitaria, frente a una derecha ostensiblemente retrógrada, como Donald Trump.
Vendrán decisiones difíciles para una nación que ya no cuenta con Europa como bloque aliado. Al contrario, desde su fragmentación, Estados Unidos tendrá que jugar como árbitro ante el desconcierto europeo de estos dos últimos años. La pregunta es si el papel de gendarme mundial le permitirá remontar la profunda división interna.
Ya vimos que México es un laboratorio en este sentido. En la medida que la nación norteamericana esté más fragmentada, en esa medida las presiones para su vecino del sur serán mayores. Y las políticas, erráticas. Ya vimos lo que sucedió con el operativo Rápido y Furioso, quizá el fracaso más ostensible de la administración de Obama frente a México.
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