Hace unas décadas comenzaron a transmitirse las sesiones parlamentarias en el Reino Unido y los Estados Unidos, con el fin de generar una mayor atención a los debates y los trabajos legislativos. Como toda política pública, la decisión arrojó resultados positivos y negativos.
Entre los primeros se encuentra, efectivamente, un mayor involucramiento de ciertos sectores de la opinión pública en el día a día del órgano legislativo. También se permitió publicitar otro tipo de actividades que suelen pasar desapercibidas, como los trabajos de las comisiones. En breve, se pudo transmitir información sobre el acontecer parlamentario que no pasaba necesariamente por el tamiz de los medios de comunicación masiva.
Por otra parte, entre los efectos negativos se pueden mencionar la mediatización de las sesiones y la trivialización de algunos aspectos de la vida parlamentaria. Veamos qué significa esto.
La posibilidad de que una sesión se transmita por televisión abre la posibilidad de que algunos extractos aparezcan en el noticiero de horario “Triple A”. Por lo tanto es frecuente que los legisladores les interese dar declaraciones estridentes, realizar actos escanalosos o actuar como bravucones frene a secretarios de Estado. ¿Se logra algo con esto? No, pero hay personas que creen que ese tipo de desplantes hablan bien sobre el “patriotismo” del representante.
En este mismo sentido la presencia de las cámaras en el Pleno hace que también se transmitan imágenes como asientos vacíos o legisladores involucrándose en múltiples actividades. ¿Eso es algo malo? No, aunque hay personas que confunden esto con el verdadero funcionamiento del órgano legislativo.
Una anécdota para ilustrar lo arriba planteado: alguna vez escuché que una parlamentaria del Reino Unido fue interrumpida durante una reunión de comisión por una llamada urgente de su madre. Alarmada, se levantó de su asiento y con mucha preocupación fue a su oficina para ver qué pasaba. Tras tomar el auricular y preguntarle a su progenitora si todo estaba bien la anciana, enfurecida, le reclamó que no estaba en el salón de sesiones como debería ser.
El problema surge cuando, al creer que lo que se haga o no en el Pleno determina la calidad del trabajo del Congreso, hay personas que llegan a proponer reformar la institución con planteamientos falaces, se indignan por actitudes que quizás ellos harían de estar en los zapatos de los legisladores o que presentan de plano cursilerías. Esto acaba de pasar durante la discusión a la reforma laboral cuando dos senadoras, Layda Sansores y Mariana Gómez del Campo, fueron descubiertas jugando con su iPad o besuqueándose. ¿Qué tan relevante es esto?
Vayamos por partes: ningún legislador está familiarizado con todos los temas de la agenda pública, ni se esperaría que lo esté; de la misma forma que ningún individuo lo estaría. Un diputado o senador se va a preocupar fundamentalmente por aquellos temas que inciden en sus distritos si viene de elección directa, o en los que su partido decide en el caso de quienes ingresaron por la vía de representación proporcional.
La razón: para los primeros esto incide en las posibilidades de mantener un reconocimiento en su distrito que les permita seguir en su puesto, mientras que los segundos fueron (en el mejor de los casos) colocados en la lista por su expertise técnico. Gracias a lo anterior van a ingresar a las comisiones que inciden en sus temas de interés. En los órganos legislativos del resto del mundo, donde hay continuidad, estos legisladores hacen carrera también al interior de estas comisiones.
Si ningún legislador va a saber de todos los temas, entonces se entiende que no todos tienen el mismo peso en un debate determinado. Es decir, más del 90% de los diputados y senadores están en el Pleno no para intervenir, aprender de sus compañeros o “dignificar su investidura” (sea lo que signifique), sino para estar cerca cuando sus coordinadores los requieran para votar.
Este último punto es importante: la fuerza de un partido al momento de votar depende de cuántos votos tiene disponibles. Por lo tanto es del interés de sus coordinadores mantener a todos sus legisladores al alcance. Lo anterior implica naturalmente que puede haber un debate muy largo, donde muchos no tengan nada más importante que hacer más que pasar el tiempo de la forma más amena posible.
Y aquí una pregunta: ¿qué implica “dignificar la investidura” en este contexto? Sean honestos y piensen la respuesta. No se vale salir con cursilerías como observar arrobados el Pleno y las interesantes lecciones que nuestros augustos representantes nos dan con su arrojo y elocuencia, o esperar a que Quetzalcóatl los ilumine.
Ahora bien, lo anterior no implica que no debamos vigilar lo que hace el Congreso. Pero al contrario de cuanto nos quieren hacer creer quienes viven del escándalo y del maniqueísmo “ciudadano”, este trabajo requiere más inteligencia que la simple indignación. Para el contexto que ocupa a esta editorial, propongo el siguiente checklist.
1. ¿Conocen las posturas de los partidos en torno a la ley laboral? ¿Contrastaron las plataformas con evidencia sólida? Pista: si sólo explican las posiciones de los contrarios con insultos y calificativos significa que no las entienden en absoluto.
2. ¿Saben qué legisladores son clave para la discusión? Pista: coordinadores de grupos parlamentarios, presidentes de comisiones y otros individuos con interés en el debate.
3. ¿Han visto la forma en que evolucionaron las posiciones de los partidos frente a la plataforma política y por qué? Pista: estudien las iniciativas, dictámenes y notas periodísticas.
4. ¿Están en el Pleno las personas relevantes para el tema? ¿Qué están haciendo?
5. ¿Cuáles son los temas que trabajan los legisladores que están jugando, besuqueándose o realizando actividades que no “dignifican la investidura”? Pista: vean las comisiones a las que pertenecen, posicionamientos en medios e iniciativas.
Hay mucha gente que cree que un legislador debería tener cualidades ajenas al común de los mortales. Sin embargo, son ciudadanos que eligieron a la vida pública como vocación. Actuemos como ciudadanos y pensemos los temas más allá de la víscera: sólo así podemos exigir mejores resultados.