Entre mujeristas te veas

14/06/2012 - 12:01 am

No es lo mismo ser feminista que ser mujerista. Mientras las feministas entienden la diversidad como la base de la igualdad, las mujeristas intentan homogeneizar a todas las mujeres para exigir solidaridad. Ser feminista declarada (o de clóset como lo son millones), implica haber pasado por un proceso personal que la doctora Jean Shinoda explica como el “definirse a si mismas por las decisiones informadas y libres que toman cada día”. Y saben que tomar decisiones libres depende de herramientas a las que no todas las mujeres tienen acceso, aunque deberían de tenerlo.

Las feministas saben que la maternidad debe ser una elección, y que una mujer no puede definirse a sí misma por el mero hecho de tener un útero y ser capaz de reproducirse, por eso la maternidad elegida se convierte en un gozo y en una tarea de gran importancia, porque de ella depende criar seres humanos, hombres y mujeres, que reproduzcan los valores de la igualdad y paz, personas que sean capaces de negociar conflictos y de conocer y respetar las diferencias, de saber cuando es indispensable rebelarse ante personas y grupos que arrebatan libertades civiles e individuales, o contra aquellos que defienden la violencia como un instrumento de control social y personal. Las mujeristas en cambio, exigen la maternidad y el matrimonio como carta de presentación para validar a las otras, y sospechan de aquellas que no sigan los patrones de comportamiento tradicionalmente impuestos por la Iglesia y el patriarcado. A la vez excluyen a los hombres del proceso de crianza por considerarlos naturalmente inútiles.

Las mujeristas son esas empresarias o políticas que incursionan en el ejercicio del poder desde la exclusión de las otras, son en realidad sexistas y generalmente racistas y clasistas (y las hay en todas las clases sociales); hay lesbianas mujeristas que son profundamente homofóbicas, particularmente las que desde la política o el poder esconden su lesbianismo no por elección, sino por esa conveniencia manipuladora, típica del patriarcado. En cambio, las lesbianas feministas se auto-validan y son respetuosas, porque saben que su ejemplo ayuda a las más jóvenes a salir de la exclusión y el miedo, a saberse valiosas como individuas y a no dejarse violentar por un sistema machista que teme a la diversidad porque se nutre de la homogeneidad para mantener el estatus quo.

Una feminista nunca llamaría al electorado a votar por ella por ser mujer. Y no lo haría justamente porque se enfocaría en sus habilidades, conocimientos, preparación y convicciones para ganar por razones mucho más trascendentales y válidas que el haber nacido mujer. Las mujeristas aluden al género para resolver o enfrentar el sexismo que no saben confrontar, justo porque ellas también practican esa forma de discriminación hacia otras y no tienen argumentos sólidos para responder desde la congruencia. Las feministas saben que hay una gran diversidad de mujeres y buscan unirse a otras diferentes e iguales para ayudarse, crecer y fomentar la paz; defienden el derecho de las otras a ser libres pero no aceptan ni la sumisión ni el control sobre las vidas y sobre los cuerpos de las mujeres.

Las mujeristas que incursionan en la política utilizan un discurso pseudo feminista en el que aseguran que respetarán los derechos de las mujeres y acto seguido consultan con los patriarcas eclesiásticos cuáles son esos derechos y dónde deben ser acotados. Ellas aseguran que son buenas administradoras porque administran su hogar, afirman que todas las mujeres son buenas madres y amas de casa, aunque en el fondo saben que mienten, pero ese discurso las acerca al voto femenino de masas. Van contra la violencia hacia las mujeres pero no reivindican los derechos y libertades plenas que ayudarán a las que son víctimas a salir de esa condición y aprender a ejercer sus libertades. Los hombres mujeristas siempre comienzan sus frases con un “yo crecí rodeado de hermanas” como si la simple cercanía con el sexo opuesto los hiciera más igualitarios o menos machistas. Ellos se levantan de la mesa y acercan la silla a una mujer con una mano y con la otra firman por arrebatarle sus derechos sexuales y reproductivos.

Los hombres feministas en cambio, saben que hay otras formas de ser hombre; no replican el sexismo y la desigualdad, no pobretean a las mujeres por serlo, ni consideran que todas son iguales entre ellas, no las tratan como objetos sexuales, flores o pétalos sino como humanas fuertes y ciudadanas libres; tienen la clara convicción de que mujeres y hombres merecen los mismos derechos. Ellos, los hombres verdaderamente progresistas, son naturalmente feministas, por eso de manera habitual mencionan a las mujeres en su discurso cotidiano y cuando están en el poder promueven políticas públicas igualitarias. Ellos no tratan a las mujeres como “grupos vulnerables” porque son más de la mitad de la población. Y lo hacen porque sus convicciones están en la inclusión y no en la exclusión o la androcracia.

Ande, haga la prueba, escuche por veinte minutos a una candidata y a un candidato y sabrá si es mujerista y simplemente usa a las mujeres, o si en realidad hará lo mejor por ellas, que es lo mismo que promover la igualdad y la democracia.

@lydiacachosi

Lydia Cacho
Es una periodista mexicana y activista defensora de los Derechos Humanos. También es autora del libro Los demonios del Edén, en el que denunció una trama de pornografía y prostitución infantil que implicaba a empresarios cercanos al entonces Gobernador de Puebla, Mario Marín.
en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video