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Darío Ramírez

10/05/2012 - 12:01 am

¿Y si pedimos más ataques entre candidatos?

Nuestros partidos políticos nos arrojan migajas de democracia cada tanto para distraer nuestro apetito por un sistema democrático real. Al mismo tiempo, nuestra hambre es tan voraz que esos pequeños trozos saben a gloria. Los degustamos por horas para que no se acaben. Damos gracias por sus dádivas alimentarias con sabor a democracia. Nos vamos […]

Nuestros partidos políticos nos arrojan migajas de democracia cada tanto para distraer nuestro apetito por un sistema democrático real. Al mismo tiempo, nuestra hambre es tan voraz que esos pequeños trozos saben a gloria. Los degustamos por horas para que no se acaben. Damos gracias por sus dádivas alimentarias con sabor a democracia. Nos vamos a la cama con la panza llena, con la ilusión de haber probado ese suculento platillo.

El debate presidencial fue eso: una migaja. Algunos destellos impidieron que nos quedáramos dormidos algunos antes de su final. Fue un debate acartonado, anquilosado en la veneración a los candidatos y candidata, aferrado a no develar las verdaderas personalidades, capacidades e intenciones de quienes buscan la presidencia de la República. Los comentarios en las redes sociales aportaban la sazón perfecta para digerir el soponcio televisivo.

Hay consenso en el público en el grato sabor que le dejó el candidato Quadri. A pesar que ningún candidato se refirió a él, quedó evidenciada su magnífica capacidad para comunicar. Su incongruente auto referencia como “candidato ciudadano” le valió para buscar diferenciarse de los otros políticos. Fue una participación tan triunfal que parece que le aseguró el registro al partido de su jefa, la vitalicia lideresa Elba Esther Gordillo. Quadri le hizo la chamba y le ha arrojado un salvavidas a las intenciones y supervivencia de Gordillo y su camarilla. Los días que restan de campaña, el ingeniero civil tendrá que administrar la supervivencia del aparato político de la sindicalista. Seguramente su destreza le abonará para ganar algunos votos más que lastimarán las intenciones de mejorar en las preferencias del voto del PAN y del PRD. El debate lo dejó ver y días después Quadri lo afirmó públicamente: “estoy más de acuerdo con Peña”. El guiño al puntero no fue del ventrílocuo candidato, fue de la maestra Gordillo. Habrá que ver si le alcanza a la maestra para asegurar su supervivencia el próximo sexenio. Un voto para Quadri, un salvavidas para la secuestradora de la educación pública.

El posdebate se ha centrado en quién ganó, pero también podríamos poner sobre la mesa una pregunta: ¿y si perdimos todos? En una somera investigación comparativa no encontré ningún país donde las preguntas que se les haría a los candidatos fueran hechas por representantes de partidos políticos, por el Partido Acción Nacional (PAN) se designó a Macario Schettino, por el Revolucionario Institucional (PRI) a Aurelio Muñoz, por Nueva Alianza a Gustavo Carvajal y por el Movimiento Progresista al propio Jaime Cárdenas. De esta manera, nuestros candidatos conocían de antemano los temas y las preguntas. Digamos que el elemento sorpresa para evaluar su capacidad de respuesta, su técnica, conocimiento, sagacidad y preparación, a consideración de los partidos políticos, no era relevante. Y así, predominó el interés partidista ante el interés de darle más herramientas a la ciudadanía para su evaluación y elaboración de juicio. Este sistema político raptado por los partidos devela la inmadurez democrática que vivimos. A toda costa busca su supervivencia y permanencia sin importar sus consecuencias. Entre ellos negocias sus reglas para beneficiarse en detrimento del diálogo y cultura política. La puesta en escena del debate nos recuerda que a la larga perderemos todos.

Algunas ideas de los candidatos y candidatas resaltaron, la mayoría no. Pero lo más interesante fueron los ataques. Sí, queremos más ataques. Queremos ver cómo responden ante acusaciones que están en mente de un gran número de personas. Queremos ver cómo reaccionan o cómo evaden el tema. Los ataques son la única parte del debate no ensayada. Son la vía de increpar el cinismo y el olvido. Es la única manera de exigir una rendición de cuentas de acciones pasadas: ¿por qué el ausentismo en la Cámara de Diputados pero sí cobró? ¿Por qué usted siendo secretario de Finanzas en la gestión de Arturo Montiel no está en la cárcel? ¿Por qué usted gastó tanto en comunicación social? Hemos demonizado los ataques entre candidatos lo que ha ocasionado que no los reconocemos como un elemento fundamental en la carrera electoral. No sugiero lucha libre, pero tampoco ese halo de pureza para los que piden solamente propuestas, como si los candidatos no tuvieran un pasado por el cual responder. Es relevante conocer las propuestas, no hay que malentender la idea. Saber sus intenciones sobre cómo afrontar los grandes problemas del país es fundamental. El asunto es que las propuestas (en espacios de participación tan reducidos) son dichos de buenas intenciones: mejorar la salud, educación, erradicar la pobreza, crear más empleos, etcétera. Es imposible conocer si esas buenas (o malas) intenciones son viables en la vida real. Un franco intercambio de acusaciones y respuestas abonaría a la información y criterio. Necesitamos la piel más gruesa para saber que la democracia transita por la crítica, ofensa, denuncia y mofa. Requerimos de políticos que se salgan del script negociado para conocerlos mejor. Necesitamos menos reglas más debate. Más contraste de ideas y menos demagogia electoral.

Darío Ramírez
Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y Maestría en Derecho Internacional Público Internacional por la Universidad de Ámsterdam; es autor de numerosos artículos en materia de libertad de expresión, acceso a la información, medios de comunicación y derechos humanos. Ha publicado en El Universal, Emeequis y Gatopardo, entre otros lugares. Es profesor de periodismo. Trabajó en la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), en El Salvador, Honduras, Cuba, Belice, República Democrática del Congo y Angola dónde realizó trabajo humanitario, y fue el director de la organización Artículo 19.

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