A principios del siglo IV de nuestra era, Constantino, conocido como “el grande”, convirtió a una serie de cultos locales agrupados en torno a la figura de un predicador judío llamado Jesús de Nazaret, en la religión oficial del Imperio Romano. De esa forma empoderó al obispo de la capital, Silvestre, con el cargo que durante poco más de un milenio se le había al principal sacerdote: Sumo Pontífice.
Para reforzar la cohesión y la unidad en torno a un imperio que estaba ya en decadencia, convocó a un concilio para saber qué iba o no a quedar en el canon de esa religión, plasmándose las creencias fundamentales en el Credo (quizás el más antiguo manifiesto político que se conserva) que todavía hoy se declama en cada misa. Gracias a ello quedarían definidos quiénes estarían dentro del sistema y a quiénes se les podría aislar (o incluso perseguir) como herejes.
Sin embargo, el proceso de centralización a través de la conversión individual o masiva no siempre fue tan violento como se vio en este continente hace siglos. A través del sincretismo, las antiguas tradiciones sobrevivían debajo del nuevo orden. Y hubo pueblos, como los vikingos, que alegremente abrazaban el cristianismo porque eso les permitía ser mejor aceptados por los pueblos con quienes comerciaban. En breve y con independencia y total respeto a las creencias de lectores, el cristianismo (y para nuestro caso la Iglesia Católica) simboliza un parteaguas en la historia del mundo occidental.
Todo lo anterior implica lo siguiente: si la Iglesia Católica ha sobrevivido por tantos siglos es porque ha actuado como una institución política además de religiosa, ya sea en oposición o en colaboración con los diversos estados. De esa forma contó con herramientas de control acordes con sus contextos históricos. Incluso hasta mediados del siglo XIX llegó a tener sus propios territorios.
Por lo tanto, la actitud más saludable en una democracia moderna es verla como uno de los más importantes grupos de interés y encontrar vías a través de las cuales puedan presentar sus causas. Como sucede con cualquier otra agrupación, los procesos deliberativos resolverán o no a su favor a través de las mayorías que logren alcanzar en los órganos representativos. El laicismo no sólo debe garantizar la separación entre la Iglesia y el Estado, sino que todos los grupos participen en las decisiones públicas en un marco de transparencia y certidumbre jurídica.
En México se confundió por décadas al laicismo con algo opuesto por su radicalidad: el jacobinismo. Esto es, ver a los cultos religiosos como enemigos del Estado que debían ser vigilados y a los que se les debía negar toda intervención en las decisiones públicas. Y hasta el sexenio de Carlos Salinas de Gortari tampoco tenían reconocimiento jurídico.
Este conjunto de percepciones fomentó la simulación y el maniqueísmo que era aprovechado por dirigentes políticos como herramienta de legitimación y manipulación. Por ejemplo, aunque la Constitución establecía la educación laica, gratuita y obligatoria, siempre existieron escuelas confesionales. Y a pesar de todo el jacobinismo, la Iglesia siempre contó con sus espacios de interlocución (discretos, claro) con las instituciones públicas. Aunque hay mucho por hacer en la materia, el debate en torno a las reformas constitucionales sobre el Estado laico en el Congreso representa un paso importante para hablar sobre los problemas en sus debidos términos.
Un ejemplo de los dobles discursos que pueden todavía existir en nuestra clase política son las intervenciones que tuvieron los candidatos a la Presidencia de la República la semana pasada, en el marco de la XCIV Asamblea Plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Se hablará a continuación de cada uno de los aspirantes, por orden de comparecencia.
La intervención de Josefina Vázquez Mota no debería arrojar sorpresas, salvo para los jacobinos radicales. Se declaró en contra del aborto, aunque también se opuso a la criminalización de la mujer. En el tema de matrimonio rechazó a los que contraen personas del mismo sexo. Respecto a la libertad religiosa, se declaró a favor; aclarando que las leyes deben ser progresivas y abiertas al cambio (léase: cambios constitucionales para que los sacerdotes puedan ocupar cargos de elección popular, el derecho de la jerarquía para poseer medios de comunicación y dar instrucción religiosa en las escuelas públicas).
Como se dijo arriba, nadie tendría que sorprenderse por estas declaraciones en la medida que ha sido la oferta histórica del PAN y este partido es el más afín a las posturas de la Iglesia. En todo caso será la ciudadanía quien decida si acepta o no estas propuestas a través del voto.
Andrés Manuel López Obrador ha sido muy ambiguo en sus relaciones con el clero y las posturas que los partidos de izquierda han enarbolado tradicionalmente. Aunque es quien habla más de moralidad y valores, nunca ha dejado públicamente claro su credo. Y aunque el PRD, PT y MC se manifiestan abiertamente por la despenalización del aborto y los matrimonios entre las personas del mismo sexo, él “congeló” esos temas durante su gestión como jefe de Gobierno del Distrito Federal: fueron Rosario Robles y Marcelo Ebrard quienes los impulsaron y lograron su aprobación.
Su intervención ante la Conferencia del Episcopado Mexicano refleja esas ambigüedades. Declaró que, de ganar la elección, consultaría a la ciudadanía sobre esos temas si el asunto lo amerita; pero no dijo que éstos eran realmente competencia de los estados y no de la federación. Esto es, a menos que llegase a tener el interés por centralizarlos.
También fue vago respecto al Estado laico: libertad de conciencia y garantías para las prácticas religiosas sin preferencias para ninguna fe, buscando que se garantice la libertad de creencia en el país. Todo lo anterior aderezado con su discurso basado en valores espirituales, morales y culturales.
En su turno, Enrique Peña Nieto buscó ser audaz al precisar que la pederastia será perseguida no importando de quién se trate; aunque no queda claro si conoce lo que dicen las normatividades penales en la materia a nivel federal y local, o si en su caso hizo o pudo hacer algo al respecto en el Estado de México.
Respecto al tema del aborto fue más hábil que el tabasqueño: aunque se opone en lo personal, reconoció que era cuestión de cada entidad tomar la determinación sobre ese punto. Más bien se declaró a favor de la vida, la prevención y la educación. Pero bueno, recordemos que el PRI participó en la aprobación de las leyes vigentes a nivel local en la materia.
Sin embargo fue esquivo en el tema de matrimonios entre personas del mismo sexo: “la sociedad en general, así como cada estado de la República, deben ver muy bien las diferentes formas de convivencia que se dan entre los ciudadanos para aprobar las que se consideren pertinentes”.
Sobre el Estado laico, manifestó su convicción de mantener la relación Iglesia-Estado, con la garantía de que prevalecerán las libertades de credo, ideología y religión, además de una relación de respeto e institucionalidad. También se manifestó a favor de emprender cambios constitucionales como permitir la instrucción religiosa en escuelas públicas y dejar que la jerarquía eclesiástica tenga medios de comunicación masiva.
Finalmente, Gabriel Quadri se declaró en contra del aborto, pero también de la criminalización de las mujeres que lo practiquen; aunque se pronunció a favor de los matrimonios entre personas del mismo sexo. No se encuentran notas que amplíen su definición sobre el Estado laico.
Como se debe esperar en una democracia, las posturas deben ser lo más claras posible para evitar sorpresas. Además se necesita liberarnos de prejuicios que sirvieron a la simulación antes que a los intereses de la convivencia entre grupos. Las propuestas que se expusieron ante la Conferencia Episcopal Mexicana, así como todas las que se han presentado en la campaña, serán ganadoras o no de acuerdo a la capacidad que tengan los partidos para ganar o perder en primera instancia, y posteriormente la movilización de los grupos involucrados ante el Congreso una vez que se presenten. Por eso es necesario conocer, ponderar y exigir.