El postmachismo mexicano

06/10/2011 - 12:02 am

Trabajando un taller de sexualidad con chavos de 16 años les pregunté su opinión sobre el machismo. Rieron un poco y aseguraron que eso no existe. Las chicas asintieron, ellas también creen que el fenómeno sociocultural del poder masculino ejercido sobre las mujeres es cosa de las películas de Pedro Infante; que a ellas y ellos no les toca.

Sin embargo, unos minutos después, salen a relucir los comportamientos de dominación sexista. Los chicos, según ellos, si son novios tienen pleno derecho a decidir cómo se viste su novia, con quien entabla amistades y cuando y cómo deben tener relaciones sexuales. Casi la mitad de los chicos aseguran que la virginidad no les importa, entonces ellas les rebaten que al contrario, las presionan desde los 14 años para que sean “mujeres”, es decir, para tener sexo. Una chica asegura que antes, en el caso de su hermana que tiene 21 años, ser virgen a los 15 era una opción, ahora es un pecado que puede causarte exclusión entre hombres y mujeres; alguno mencionó que le dijeron que incitar al sexo es una forma de bullying; discuten, pero no llegan a un acuerdo.

Lo cierto es que el Observatorio contra la Violencia y organizaciones dedicadas al trabajo con niños y jóvenes han elaborado estudios serios sobre los altos niveles de violencia sexista que los adolescentes actuales ejercen. Las conductas han cambiado en los últimos diez años, ahora, miles de niñas y jóvenes reproducen los roles machistas, ejercen violencia y abordan la sexualidad como un asunto de ejercicio de poder, es decir, en lugar de haber retomado los principios de los movimientos de mujeres por la igualdad, reproducen los valores y conductas más aprobadas socialmente: las machistas. Lo que se revela frente a nosotras es una nueva generación -con sus evidentes excepciones, claro-, en que las chicas han aprendido que para tener poder deben imitar los patrones conductuales del patriarcado: violencia psicológica y física para imponer ideas, desapego emocional, reacciones adversas a la intimidad en igualdad, confusión entre la sexualidad genitalizada y el erotismo, glamourización de la pornografía y la prostitución y desapropiación del cuerpo. El reto ante este panorama es mayúsculo. En ese contexto, se les juzga con los mismos valores morales de antaño, es decir, el doble rasero para evidenciar lo que se considera una joven rebelde y un joven rebelde se potencia y a las chicas de cualquier manera se les tacha de putas y no aptas para novias serias.

Efectivamente hay un cambio, dice Miguel Lorente Acosta, autor del libro Los nuevos hombres nuevos. Los miedos de siempre en tiempos de igualdad, quien asegura que lo que se revela frente a nosotros es el postmachismo. El médico español explica que en lo más profundo de sus mentes, los hombres continúan elaborando estrategias que les permitan perpetuar la dominación sobre las mujeres. Su explicación no resulta nada consoladora. Según él, el postmachismo es la estrategia o actitud adoptada por los hombres actuales para perpetuar una trayectoria histórica común a todos ellos: cambiar para seguir igual. Los hombres se han adaptado a la parte más superficial del discurso feminista, pero a su vez lo han reelaborado para mantener intacta su posición social. En otras palabras: el postmachismo no parte de una teoría alternativa para la nueva situación de igualdad, sino que simplemente cuestiona todo lo que ataca la posición tradicional del hombre.

El experto en igualdad, gracias a sus estudios como forense en casos de violencia contra las mujeres, ha encontrado varias claves para entender por qué todo parece avanzar discursivamente, pero la realidad no cambia. Por ejemplo, las políticas de igualdad son más que conocidas, las leyes y fiscalías son medianamente efectivas, pero ahora a las mujeres que piden el divorcio, las asesinan sus esposos o ex cónyuges. Y los hombres que se pronuncian y actúan en consecuencia con la igualdad pagan caro su atrevimiento con un desprecio de otros hombres y mujeres de poder que defienden los principios machistas.

Saúl Hernández, el cantante de Jaguares y Caifanes, me confió que él es mirado a veces con burla y otras con desprecio, por mantener una relación de igualdad y hacer labores del hogar que para él son naturales. Llevar y recoger a su niña de la escuela y asistir a las juntas de padres de familia, exhibe a los hombres que no lo hacen; no es el único, pero su caso demuestra que ni siquiera la fama les protege del juicio machista.

Lorente Acosta explica que el hombre de hoy usa los elementos de lo posmoderno, como puede ser la fragmentación del discurso, para mantenerse en el poder. Ejemplifica hablando de cómo aseguran que algunas mujeres ponen denuncias falsas contra sus parejas, critica que las madres estén generando en algunos casos un Síndrome de Alienación Parental en los hijos, critica que haya que luchar excesivamente para conseguir la custodia compartida, critica que las mujeres ya han alcanzado la igualdad y que ahora sólo quieren obtener beneficios extras. Por tanto, el posmachismo no critica el discurso de la igualdad en sí, sino que cuestiona varios asuntos puntuales que logran deteriorar poco a poco el proyecto de la igualdad, con esto genera una gran confusión y desgaste. Los jueces, por ejemplo, siguen permitiendo que padres abusadores sexuales y violentos tengan visitas con sus hijas e hijos, porque anteponen el derecho del padre al de sus hijos y de la madre de estos.

El vacío más importante respecto a la desigualdad en México lo encontramos en las leyes. Por un lado, se decretan leyes punitivas contra la violencia, pero no existen programas amplios que promuevan nuevas masculinidades. Son las organizaciones civiles quienes llevan a cabo programas efectivos, pero de corto alcance. Hasta la fecha, ni un solo diputado o senador ha llevado a la tribuna una propuesta para trabajar por la igualdad abordando a los hombres, haciéndolos trabajar por la igualdad como trabajan las mujeres. No hay esfuerzos reales de un discurso masculino para reconocerlo públicamente como un problema social que impide el proceso de igualdad real; todo lo que se refiere a asuntos de Género parece ser sinónimo de mujeres, y no lo es, ni debería serlo.

La SEP hizo un estudio impresionante sobre violencia en el noviazgo, en su momento, Josefina Vázquez Mota lo dio a conocer y se elaboraron libros de capacitación para educadores, pero no hay un solo resultado evidente de su impacto real. La razón es muy sencilla: a quienes perpetúan el machismo no les inquieta repetir el discurso de la igualdad, por el contrario, se blindan gracias a ello. Lo que les preocupa es que existan verdaderos mecanismos que desarticulen el ejercicio del poder sexista.

Lorente explica que una importante revista científica publicó un estudio donde se demostraba, sin duda alguna, que los hombres que asumen comportamientos machistas tienen más éxito social y laboral que los que se adaptan a los nuevos tiempos. Los niños ven eso en la televisión y el cine, y asumen que es mejor estar del lado de quienes tienen más libertades sexuales, laborales y personales. Enfrentando a una madre trabajadora con un padre trabajador, un niño siempre va a querer la libertad masculina y no la responsabilidad femenina y sus costos sociales.

Si no nos atrevemos a cuestionar el postmachismo, este se va a solidificar en la sociedad y paralizará todo avance en los derechos de las mujeres y la igualdad; es decir, impedirá crear nuevos modelos de masculinidad equitativa, asegura el experto.

Lorente asegura que la clave está en escuchar a los hombres. Ellos, dice, deben plantearse dos preguntas básicas: una, ¿por qué me da miedo la igualdad?, y dos, ¿por qué no hago una crítica a la desigualdad que ha habido desde la noche de los tiempos? El triunfo está en responder honestamente a ambas preguntas, y de allí partir para promover al igualdad real.

Lydia Cacho
Es una periodista mexicana y activista defensora de los Derechos Humanos. También es autora del libro Los demonios del Edén, en el que denunció una trama de pornografía y prostitución infantil que implicaba a empresarios cercanos al entonces Gobernador de Puebla, Mario Marín.
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