Durante el proceso judicial, el Estado utilizó el argumento de la obscenidad como una careta que ocultaba el verdadero objeto de sus señalamientos: la homosexualidad abierta del poeta y el gozo con el que describe sus prácticas sexuales. Esto escandalizó a la buena moral cristiana de ultraderecha estadounidense de entonces.
Irónicamente, los temas tabú que el Estado puso en la mesa durante el juicio, fueron la mejor publicidad que pudo tener el libro de Ginsberg porque, como se sabe, lo prohibido es tentador y los lectores quisieron descubrir aquel poema que tanta controversia había causado.
Por Eduardo Hidalgo
Ciudad de México, 29 de noviembre (BarbasPoéticas).- Allen Ginsberg escribió su poema Aullido en 1955. El poema, según el propio autor, está inspirado en la vida de Carl Solomon, a quien Ginsberg había conocido años atrás en un hospital psiquiátrico de Nueva York, y a quien dedicó el poema. En algunos de los versos, sin embargo, también se mencionan los nombres de Jack Kerouac y Neal Cassady, amigos de Ginsberg y miembros notables del movimiento literario denominado Generación Beat.
Las vidas de estos tres personajes (Solomon, Kerouac y Cassady) y la del propio Ginsberg, entre otras, fueron la base del relato que se retrata en el poema Aullido. Son ellos las famosas «mejores mentes de mi generación». El lenguaje utilizado por Ginsberg, que podría considerarse obsceno en ciertos ámbitos, es el que el poeta eligió para expresar la crudeza de las vidas que decidieron vivir él y sus camaradas beat.
En ese mismo año de 1955, Allen Ginsberg organizó un recital de poesía en la Six Gallery de San Francisco, en el que Kenneth Rexroth, un poeta y viejo conocido del ambiente literario de esta ciudad, fungió como maestro de ceremonias y en el que varios poetas recitaron algunos de sus textos. Fue la primera vez que Ginsberg leyó «Aullido» en público. Según el testimonio de Jack Kerouac, que puede leerse en la novela Los vagabundos del Dharma, la lectura del poema fue un éxito. El propio Kerouac organizó la coperacha entre los asistentes, fue a comprar tres galones de vino y, mientras Ginsberg leía, todos los asistentes bebían y lo animaban a seguir leyendo con gritos y júbilo desbordados. Pero dejemos que sea el propio Kerouac quien lo relate:
Estaban allí todos. Fue una noche enloquecida. Y yo fui el que puso las cosas a tono cuando hice una colecta a base de monedas de diez y veinticinco centavos entre el envarado auditorio que estaba de pie en la galería y volví con tres garrafas de borgoña californiano de cuatro litros cada una y todos se animaron, así que hacia las once, cuando Alvah Goldbook [Allen Ginsberg] leía, o mejor, gemía su poema «¡Aullido!», borracho, con los brazos extendidos, todo el mundo gritaba: «¡Sigue! ¡Sigue! ¡Sigue!» (como en una sesión de jazz) y el viejo Reinhold Cacoethes [Kenneth Rexroth], el padre del mundillo poético de Frisco [San Francisco], lloraba de felicidad (19).
Uno de los asistentes al recital fue Lawrence Ferlinghetti, conocido poeta, editor y dueño de la librería y editorial City Lights. Al día siguiente, Ferlinghetti envió una carta a Ginsberg en donde lo saludaba al inicio de una gran carrera literaria con la intención de solicitar el manuscrito de «Aullido» para publicarlo bajo su sello editorial: City Lights.
Aullido y otros poemas salió a la luz al año siguiente, 1956, en una edición de bolsillo de 1,000 ejemplares. El tiraje se agotó pronto, en buena medida por la popularidad que tenía Ginsberg gracias al célebre recital, y Ferlinghetti mandó imprimir 1,000 ejemplares más en Inglaterra. Sin embargo, un juez había iniciado un proceso en contra del editor por vender material obsceno.
Cuando los ejemplares llegaron al puerto de San Francisco, los inspectores de aduanas los incautaron. No contento con esto, Ferlinghetti mandó imprimir otras 1,000 copias en territorio gringo para evitar las aduanas, lo cual funcionó por unos meses porque, en junio de ese año, el Departamento de Policía de San Francisco detuvo a Lawrence Ferlinghetti por publicar y vender material obsceno, lascivo y pornográfico.
En su libro La Generación Beat. Crónica del movimiento que agitó la cultura y el arte contemporáneo, Bruce Cook menciona que «la publicación estuvo bloqueada por un proceso judicial por obscenidad. Se necesitó nada menos que la intervención del abogado criminalista ‘Jake’ Ehrlich para ganar el proceso y lograr la distribución del libro» (76).
EL JUICIO
Lawrence Ferlinghetti sabía que la publicación de Aullido y otros poemas podía causarle dificultades por ser el editor responsable. Previendo lo anterior, el editor se había hecho miembro de la American Civil Liberties Union, quienes se encargaron, a través del famoso abogado criminalista Jake Ehrlich, de la defensa de Ferlinghetti. Se trató, pues, de un juicio entre el Estado y Lawrence Ferlinghetti.
Tanto el Estado como la defensa contaron con testigos académicos y críticos literarios que, por un lado, encontraban poco o nulo mérito literario en la obra de Ginsberg y, por otro, hubo quienes defendieron el famoso poema arguyendo que se trataba, efectivamente, de un texto poético con valor estético y literario. En su libro Los poetas que cayeron del cielo. La Generación Beat comentada y en su propia voz, José Vicente Anaya menciona que «Ginsberg fue absuelto solo mediante la defensa del célebre abogado Elrich, […] y con la condición de que un grupo de catedráticos universitarios especialistas en literatura atestiguaran […] que aquella poesía era merecedora de valor artístico» (10).
El Estado, a través de la Suprema Corte de Estados Unidos, afirma que la obscenidad es «tener una tendencia sustanciosa a corromper despertando deseos lujuriosos» (Howl) y, por lo tanto, algunos fragmentos de «Aullido» pueden recibir el calificativo de obscenos. Es cierto que el poema contiene palabras que reflejan con crudeza el relato de la vida de Ginsberg y sus amigos; pero también es cierto que, lo que más escandalizó a las buenas costumbres morales y cristianas de la ultraderecha gringa fue el hecho de que Ginsberg no solo aceptara abiertamente su homosexualidad, sino que utilizara el lenguaje obsceno que caracteriza a algunos versos de «Aullido» para describir con gozo la manera libre en que el poeta disfruta su homosexualidad. Así lo dice el traductor Antonio Rómar en el prólogo de El pulso de la luz, una antología de la obra poética de Lawrence Ferlinghetti: «Pero es el tabú de la homosexualidad lo que se quiebra de un golpe y sacude las bases de la morales cristianas del país» (9).
Uno de los argumentos, quizá el más valioso, que utilizó la defensa para ganar el caso fue el siguiente: «La descripción de actos sexuales o sentimientos en el arte y la literatura es de suma importancia para una sociedad libre» (Howl). Por su parte, el Estado, a través de uno de sus jueces, dictaminó que algunas palabras obscenas de Ginsberg bien pudieron sustituirse por otras en aras del buen gusto (valdría la pena preguntarnos ¿qué es el buen gusto? y ¿quién decide cuál es el buen gusto?); sin embargo, continúa el Estado,
un autor debe ser auténtico al tratar su tema y se le debe permitir expresar sus pensamientos e ideas en sus propias palabras. Las libertades de expresión y prensa son inherentes a una nación de personas libres. Esas libertades deben protegerse si queremos seguir siendo libres, tanto individualmente, y como nación (Howl).
Bajo el amparo de estos argumentos, el Estado dictaminó que Aullido y otros poemas «tiene cierta importancia social redentora y el libro no es obsceno» (Howl).
EL ANÁLISIS
Los hechos que acabamos de presentar líneas arriba muestran que los protagonistas fueron, en su momento, celebridades literarias que adquirieron notoriedad gracias al movimiento contracultural al cual pertenecieron: la Generación Beat. Allen Ginsberg fue el poeta más carismático de todo el grupo; y Lawrence Ferlinghetti, también poeta y reconocido intelectual en la vida bohemia y literaria de San Francisco, fue el editor de varios poetas beat.
El asunto central del juicio no fue la obscenidad, como el Estado lo planteó, sino la homosexualidad abierta del poeta y el gozo con el que describe sus prácticas sexuales. El Estado utilizó la obscenidad como una careta que ocultaba el verdadero objeto de sus señalamientos: la práctica abierta de relaciones sexuales entre hombres. De hecho, en el argumento del Estado que presentamos líneas arriba, se utiliza el arte como careta que oculta el acto en sí. Lo que el juez vio en el libro no es la práctica de relaciones homosexuales, sino un arte, obsceno tal vez, pero, a fin de cuentas, solo arte. O al menos eso es lo que parece decir el Estado.
El argumento por el que el juez dictaminó que el libro no es obsceno claramente menciona que, en tanto arte, en tanto literatura, la obscenidad y la homosexualidad son permisibles por el Estado. Es un lugar común decir que la literatura es ficción, y lo es en buena medida, y como la ficción no es la realidad, a pesar de estar basada en ella, el Estado no tiene objeción en que se publiquen obras obscenas. El juez no halló culpable a Lawrence Ferlinghetti debido al ocultamiento retórico de la homosexualidad en el libro Aullido y otros poemas. Sin embargo, cuando la homosexualidad no se expresa en el arte, sino en la vida cotidiana, en los hechos, el Estado, y en buena medida la sociedad, condena estas prácticas. Estamos ante un discurso discriminatorio que, por ejemplo, en la mayoría de países, no reconoce el derecho a contraer matrimonio entre personas del mismo sexo, ni mucho menos adoptar niños. Valdría la pena preguntarse si la comunidad gay realmente debe entrar a ese discurso, o simplemente permanecer fuera. El matrimonio es también una institución regulada y establecida por el mismo Estado que reprime la naturalidad polígama del ser humano y lo urge a reproducir su especie y a participar en el medio de producción capitalista que mantiene los privilegios de las clases altas y la repartición injusta de la riqueza producida por la humanidad. ¿No será conveniente que la comunidad gay —y todos los seres humanos— nos alejemos poco a poco de ese discurso? Pero el matrimonio, de suyo un tema polémico y discutible, no es el tema de este ensayo, así que sigamos con nuestro asunto.
No hay que olvidar que la creación artística está limitada a esa porción de la población que, por diferentes factores, tiene acceso a la llamada alta cultura, a las belles lettres; aunque de vez en cuando haya una que otra excepción. En el caso de Allen Ginsberg, el Estado reconoce su calidad de poeta y figura pública que, por su «genio artístico», tiene permiso para expresar su homosexualidad en los términos que él decida. En su celebre ensayo «La muerte del autor», Roland Barthes nos dice que «el autor es un personaje moderno, producido indudablemente por nuestra sociedad». Y ese personaje moderno, al estar investido por sus cualidades artísticas y de genialidad, tiene permiso, en los hechos, de expresar su homosexualidad abiertamente a través de su arte.
El reconocimiento del Estado hacia las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo está vedado para el ciudadano común; y a los artistas se les otorga siempre y cuando permanezca en el terreno del arte, de la ficción. Mientras la homosexualidad se exprese a través de alguna expresión artística, está bien, pero que ahí se quede —diría el Estado—, porque si se expresa abiertamente en la vida real, como hemos dicho líneas arriba, se señala, se reprime y se condena. Bien dice Terry Eagleton en su Una introducción a la teoría literaria que a la literatura «podría definírsela […] como obra de ‘imaginación’, en el sentido de ficción, de escribir sobre algo que no es literalmente real» (11). No es de extrañar que las relaciones homosexuales se escondan y que la decisión de salir del closet sea un parteaguas vital para muchos, cuando en realidad no es otra cosa que una simple cuestión de gusto.
Si bien Allen Ginsberg había declarado sus preferencias sexuales abiertamente antes de que escribiera «Aullido», como se puede leer en la correspondencia que mantuvo con Jack Kerouac, su participación como poeta célebre en la vida pública de Estados Unidos fue un factor decisivo para que el juez dictaminara que su libro no era obsceno.
Los beats no buscaban la fama, pero sí querían que sus obras se publicaran, y aceptaban los riesgos que ello implicaba. Cuando finalmente alcanzaron el reconocimiento del público y un sector de la crítica, entraron, quizá sin quererlo, a la alta cultura de la que se mofaban cuando eran jóvenes escritores en ciernes; y gozaron de las prerrogativas, quizá también sin quererlo, que su nueva investidura de escritores les ofrecía. Prueba de ello fue el fallo del juez a favor de Lawrence Ferlinghetti.
Jack Kerouac renegó de su fama y de que los hippies lo tomaran como una influencia decisiva en su estilo de vida. Se retiró a distintos lugares dentro de Estados Unidos a vivir con su madre alejado de los reflectores y acompañado por la soledad, la escritura y el alcoholismo. Él quería seguir siendo un vagabundo, un católico budista en busca del Dharma, un escritor desconocido que se niega a participar en los mecanismos del sistema, un beat. Ginsberg, por su parte, participó efusivamente en el movimiento hippie, el verano del amor y la revolución psicodélica de los años sesenta del siglo XX. Parece que la fama le sentó bastante bien y la aprovechó para manifestarse en contra de la Guerra de Vietnam y a favor de la legalización de la marihuana y la liberación de los gays. Lawrence Ferlinghetti recibió una gran publicidad gratuita mediante el juicio en su contra. La obscenidad, el sexo, la homosexualidad y las groserías, temas tabú que el Estado puso en la mesa durante el juicio, fueron la mejor publicidad que pudo tener el libro de Allen Ginsberg porque, como se sabe, lo prohibido es tentador y los lectores quisieron leer aquel poema que tanta controversia había causado.
Sin duda, la publicación de Aullido y otros poemas fue un hito en la historia moderna de la literatura. No solo contribuyó a la consolidación del movimiento beat en Estados Unidos, también permitió ejercer la literatura desde un enfoque distinto al establecido por las clases altas y mostró que la libertad del ser humano no depende de las costumbres impuestas por el Estado y la ideología capitalista. Asimismo, como resultado del juicio en su contra y seguramente sin proponérselo, el Estado dio un gran impulso a la carrera editorial de Lawrence Ferlinghetti. En la actualidad, a poco más de 60 años del juicio, City Lights goza de excelente salud y siguen publicando libros de muy diversa índole, algunos abiertamente en contra del Estado.