Si bien la vacuna monodosis de Janssen ha mostrado ser altamente eficaz contra la COVID-19, con la llegada de terceras dosis de otras farmacéuticas persiste la duda de si es necesaria una dosis de refuerzo de Johnson & Johnson. Aquí, un experto explica si esta preocupación está justificada.
Por Salvador Iborra Martín
Personal Docente e Investigador. Inmunología e infección, Universidad Complutense de Madrid
Madrid, 30 de septiembre (The Conversation).- La evolución nos ha dotado con un sistema inmunitario capaz de recordar. Gracias a ello no sufrimos con la misma severidad una segunda infección con el mismo patógeno y podemos desarrollar vacunas. Pero, como en la obra de Salvador Dalí “La persistencia de la memoria“, en la que se muestran relojes deformados y putrefactos, el paso del tiempo va deformando y desvaneciendo nuestra capacidad de recordar. Quizá esto nos permita ahorrar la energía necesaria para enfrentarnos a nuevos patógenos.
Israel, país pionero en la vacunación frente a la COVID-19, comprobó cómo la incidencia de la infección no paraba de crecer pese a tener un alto porcentaje de población vacunada. Esto se interpretó como un desvanecimiento de la inmunidad proporcionada por la vacuna de Pfizer (Cominarty), mayoritaria en ese país. Como solución, se administró una tercera dosis a millones de ciudadanos.
En España, mientras el Ministerio de Sanidad ofrecerá una dosis adicional de vacuna en residencias, casi dos millones de personas que recibieron una dosis única de la vacuna de Johnson & Johnson (Ad26.COV2.S.) se preguntan si, con el paso del tiempo, son más vulnerables a la COVID-19 en comparación con el resto.
¿UNA Y NO MÁS?
La vacuna de Johnson & Johnson (Janssen) consiste en un adenovirus inofensivo que no se puede replicar, pero que nuestro sistema inmunitario reconoce como extraño. El material genético del virus porta las instrucciones que las células infectadas traducen en un fragmento de la proteína S (espícula) del SARS-CoV-2.
Nuestros linfocitos reconocen esa proteína como extraña y entienden que es peligrosa por la inflamación que causa el adenovirus. En consecuencia, se enfrentarán al problema como mejor saben hacer.
Pero no todos los linfocitos nacen iguales. Unos reconocen fragmentos de la proteína del patógeno fabricadas en el interior de una célula infectada, los linfocitos T asesinos, citotóxicos o CD8. Otros emplean anticuerpos para combatir a los patógenos cuando estos se encuentran en el exterior de nuestras células, los linfocitos B.
La generación de anticuerpos neutralizantes, aquellos que realmente impiden que el patógeno infecte a su célula diana, requiere de días, y a veces semanas. Tras reconocer el antígeno, y con la ayuda de los linfocitos T, el linfocito B sufre una metamorfosis a medida que se va dividiendo. Su material genético cambia y se produce una selección darwiniana en la que solo sobreviven los mejores, aquellos que producen los anticuerpos más afines por su antígeno.
Algunos linfocitos B se especializan en producir anticuerpos (células plasmáticas) que se refugian en la médula ósea, donde mueren tras unas dos semanas. Otros, los linfocitos B de memoria, se convierten en una copia de seguridad y se quedan en reposo durante años esperando el reencuentro con su enemigo. Tras la segunda dosis, los linfocitos B de memoria, que ya poseen anticuerpos de alta afinidad por el antígeno, lo reconocen y rápidamente sufren una segunda metamorfosis. Entonces, se dividen y diferencian en células plasmáticas para madurar su afinidad por el antígeno.
Por tanto, dos dosis de vacuna nos proporcionan más linfocitos que una dosis y anticuerpos de una altísima afinidad. Ahora bien, si tras una primera dosis el antígeno permanece en nuestro cuerpo durante un tiempo suficiente, también se pueden producir suficientes anticuerpos neutralizantes y con una buena afinidad.
Por otro lado, una parte de los linfocitos CD8 activados por la vacuna también se diferencian en células de memoria que permanecen a la espera de encontrar de células infectadas con el virus. Pero, a diferencia de los linfocitos B, el material genético de los linfocitos citotóxicos no muta. Tras una segunda dosis de vacuna estos linfocitos se multiplican, aumentan la cantidad de células de memoria, pero no mejoran su afinidad.
LA EFECTIVIDAD DE UNA DOSIS SE MANTIENE
Los datos pueden matar un buen relato. En los ensayos clínicos de la vacuna de Janssen se vacunó a voluntarios con una dosis (ensayo ENSEMBLE) o con dos (ensayo ENSEMBLE2, que aún no ha finalizado). La inmunogenicidad de una única dosis fue muy buena. Esto suponía una gran ventaja frente a los problemas logísticos y de producción que dificultaban la administración de vacunas.
Quizá por ser una vacuna monodosis, su eficacia en la población europea frente a efectos moderados, severos o críticos fue cercana al 70 por ciento, por debajo de sus competidoras basadas en ARN mensajero (Pfizer/Moderna). Pero quizá esto se deba a que linfocitos de memoria recuerden al adenovirus de la vacuna, reduciendo su eficacia.
Sin embargo, el mayor estudio (preliminar) de eficacia en el mundo real (390 mil 500 vacunados) con una monodosis de Janssen realizado en los EU ha demostrado una efectividad del 79 por ciento para las infecciones y del 81 por ciento para hospitalizaciones relacionadas con COVID-19.
Lo más importante es que no hubo evidencia de una efectividad reducida durante la duración del estudio, incluso cuando la variante Delta fue dominante en los EU. Estos datos indican que las personas vacunadas con una dosis de Janssen están suficientemente protegidas frente a la COVID-19.
Aunque los resultados preliminares del ensayo de dos dosis indican que la cantidad de anticuerpo neutralizante frente al virus aumenta hasta nueve veces, y pese a los recientes brotes en prisiones en nuestro país, que por otro lado parecen asintomáticos, es razonable preguntarse si ahora mismo es necesario y, sobre todo, si es urgente suministrar una segunda dosis. Quizá sí esté justificado en los grupos más vulnerables (mayores de 70 años y otros colectivos vulnerables), pero no de manera general.