Hasta la madre, ¿y qué más?

30/08/2011 - 12:01 am

Una sociedad que permite perder libertad a cambio de seguridad, no merece ninguna de las dos.

Benjamín Franklin

En días recientes, varios sucesos tomaron por asalto los medios y las redes sociales. El incendio provocado por un comando en el Casino Royale en Monterrey, Nuevo León, donde perdieran la vida 53 personas. Y la aparición del video denominado “Ladys de Polanco”, donde puede observarse a dos mujeres en estado de ebriedad que, al ser detenidas por policías en un alcoholímetro, no conformes con ofender hasta hartarse a los agentes y haciendo gala de prepotencia, discriminación y absoluta falta a la autoridad, se marchan como si nada, así, tan tranquilas.

Dos actos violentos, donde lo que se pone de manifiesto es el profundo desgarramiento de nuestro tejido social, la violencia y total impunidad con la que actúan tanto delincuentes como ciudadanas pasadas de copas, y donde el común denominador resulta ser el odio.

¿Hasta dónde seremos cómplices de lo que estamos viviendo? ¿De qué sirve quejarse, si el compromiso civil no va más allá de mentarle la madre a unos cuantos? Y hasta dónde pudimos ver, en ocasiones a la propia autoridad a quienes en pleno cumplimiento de su deber les llueven improperios por demás ofensivos, disculpables por la módica suma de 1,700 pesitos. ¿De qué nos quejamos? Si la violencia y la discriminación la ejercemos todos, todos los días. La ciudadanía clama: ¡No más Sangre! Y yo me pregunto: ¿De qué estamos hasta la madre? ¿De nosotros mismos? ¿Y qué más?

¿Qué es lo que sí podemos hacer como sociedad? ¿Qué sí podríamos hacer de manera organizada y pacífica? ¿Por qué no, intentar dar cacerolazos, como en Chile, Argentina, Venezuela ó España? Los que quieran y puedan en los puntos de encuentro de su localidad, los que no, desde su casa o trabajo. ¿Qué pasaría si realmente nos comprometiéramos? Si empezáramos ésta misma semana, un día, a la misma hora, digamos: Miércoles a las 22 hrs.

Hasta que las voces sean escuchadas, hasta el cese al fuego, hasta que a fuerza de repetición comencemos a reconocernos como parte de una misma y única raza: la humana. Hasta asimilar que como ciudadanos, debemos trabajar permanentemente y en conjunto, si es que realmente queremos transformar lo que nos tiene inmersos en el hastío y la desolación.

Empezar por revisar nuestras propias formas de violencia cotidiana, como: insultar, discriminar, criticar, atacar, aventar el coche, no cuidar el agua, no reciclar, no respetar ni los semáforos, ni los carriles, ni los señalamientos, etc. Unos minutos del mismo día, a la misma hora, cada semana, por la recuperación del equilibrio y la madurez de los individuos y de la sociedad. ¿Es mucho pedir?

Por Vanessa Bauche

 

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