En la obra de Gerardo Montiel, el asombro se desencadena a partir de la exploración de aquello que nos resulta grotesco o terrible. Él enfatiza los pasajes más oscuros para que, paradójicamente, el espectador encuentre una luz en aquello que permanece en el inconsciente y asuma lo que él mismo llama “la mitad oscura del alma”.
Por Salvador Alanís
Ciudad de México, 30 de julio (SinEmbargo).- Gerardo Montiel explora las relaciones del arte con el mal y lo oscuro. No resulta extraño que en el trabajo de este fotógrafo encontremos una actualización de elementos de las expresiones románticas y posrománticas. Podemos definir su obra como una puesta al día de la tradición de la fotografía pictorialista de la segunda mitad del siglo XIX, que partía de una valoración de la fotografía ante la pintura. Estos trabajos, al reproducir con la mayor fidelidad posible las expresiones pictóricas –que en muchos casos reflejaban escenas tomadas de la literatura— enfrentaban al espectador con niveles de representación que la sensibilidad social de la época llegó a considerar obscenos. Si bien una situación que se expresaba en un texto se podía tolerar en el lenguaje de la pintura, al transportarla a la fotografía resultaba escandalosa. Tal es el caso de los desnudos del escandinavo Oscar Rëjlander o de la muerte por tuberculosis de Fading Away de Henry Peach Robinson.
En la obra de Gerardo Montiel, el asombro se desencadena a partir de la exploración de aquello que nos resulta grotesco o terrible. Él enfatiza los pasajes más oscuros para que, paradójicamente, el espectador encuentre una luz en aquello que permanece en el inconsciente y asuma lo que él mismo llama “la mitad oscura del alma”.
En sus fotografías encontramos paráfrasis de obras renacentistas, reproducciones de pinturas prerrafaelistas y referencias a artistas contemporáneos que, al igual que él, emplean la imitación de los clásicos para encontrar una expresión recontextualizada. En ellas es común que el fotógrafo ocupe el lugar del modelo, incorporando elementos que trascienden la mera imitación pictorialista. Esto sucede en la fotografía producida en 2003 en el desierto de Cuatro Ciénagas, donde reinterpreta la Ofelia del prerrafaelista John Everett Millais. En esta obra, Montiel juega el papel de Ofelia flotando sin vida en el agua. El desconcierto que experimentaban los espectadores a finales del siglo XIX ante la crudeza de la imagen fotográfica encuentra un eco en el espectador contemporáneo al descubrir una Ofelia –que originalmente representa una muerte sublime y amorosa— transformada en hombre. Tal vez así, dicha pieza recupere el misterio que para algunos habrá perdido cuando se reinterpretó la obra literaria en una obra plástica.
En el siglo XVII, Caravaggio utilizaba como modelos para sus cuadros a mendigos y prostitutas. Buscaba una representación más apegada a la realidad, en un momento en el que la sociedad estaba acostumbrada a una pintura con poses estudiadas y rostros impasibles. El encuentro en crudo con la humanidad requería que el espectador se concentrara en las escenas trágicas y las emociones de los personajes que eran el motivo central de la obra. El artista simplificó enormemente las formas y buscó situar al espectador como parte de los dramas retratados. El claroscuro que caracteriza su trabajo divide los cuadros y guía su lectura. La tiniebla es la generalidad, el elemento común en el que se encuentran inmersos los personajes y los objetos. El espectador observa desde ella; de algún modo, las sombras permiten que veamos lo que la luz señala y que seamos partícipes del drama. El cine reconoce este efecto: se aprovecha de la oscuridad en la sala y nos hace vivir las historias que se dibujan con la luz. Pero la luz en los cuadros de Caravaggio no solamente señala lo que el artista desea, sino que apunta desde un lugar más allá de la escena y más allá del mundo mismo. En El llamado de san Mateo, por ejemplo, la luz señala un momento sobrenatural que divide lo divino de lo terreno, la claridad y la tiniebla. Los rayos que entran por la ventana iluminan la escena de la misma forma en que la luz baña el rostro de san Pedro o el cuerpo de Lázaro en el momento de la Resurrección. Son la expresión de una línea de salida del mundo de la oscuridad hacia el encuentro de lo divino. La luz es una marca de continuidad hacia lo eterno.
Todas estas expresiones que se refieren al mal son un punto de partida para desarrollar una metodología de exploración fotográfica. Si bien esto representa un eje fundamental en el trabajo de Gerardo Montiel, es también un detonador para el quehacer fotográfico sistematizado. Para él, la fotografía es un medio de conocimiento con el cual se exploran sistemáticamente aspectos ocultos de la realidad. Su procedimiento es estructurado y juega con los valores de la intuición. Pareciera dispuesto a preguntarse, una y otra vez, acerca de la naturaleza del mal, pregunta que responde, convencido de descartar la respuesta para seguir buscando interminablemente una nueva y nunca definitiva.
Este es un fragmento que acompaña al libro De cuerpo presente del fotógrafo Gerardo Montiel Klint, de la colección Luz Portátil de Artes de México. Montiel Klint, fotógrafo y diseñador industrial, impartirá una sesión sobre fotografía e inteligencia artificial en el ciclo de charlas “Arte + Inteligencia Artificial” que se llevará a cabo en Artes de México todos los jueves del próximo mes de agosto de 19:30 a 21 hrs.
Inscríbete para asistir de manera presencial o en línea en el siguiente enlace: https://catalogo.artesdemexico.com/