Ernesto Hernández Norzagaray
30/07/2022 - 12:02 am
Caro Quintero y la Razón de Estado
¿El narcotráfico es materia de Razón de Estado o más específicamente la detención de Caro Quintero? Sí.
La serie de contradicciones que existen en el relato de ambos lados de la frontera sobre los sucesos ocurridos en la comunidad de San Simón del municipio de Choix y que terminó con la captura del narcotraficante prófugo Rafael Caro Quintero, la caída del poderoso de un Black Hawks sobre un campo de cultivo al oeste de Los Mochis, costando la vida de catorce personas que nos permite explorar el argumento de que detrás de todo este tejido abigarrado hay razones de Estado que pretenden hacer de la contradicción una virtud.
La acepción de Razón de Estado se asocia generalmente a Nicolás Maquiavelo, pero, hay otros estudiosos, que la atribuyen al pensamiento político de Armand Jean du Plessis, mejor conocido como Cardenal Richelieu, quien sería el primero en utilizarla en forma extensiva durante los siglos XV y XVI.
Se trata de un resorte del poder de “úsese cuando se necesite” para garantizar la supervivencia de un determinado orden político atendiendo a una sospecha o un interés coyuntural que recomienda no dar a conocer lo que realmente sucedió en un evento sin considerar, por supuesto, la naturaleza ética de los medios utilizados.
¿El narcotráfico es materia de Razón de Estado o más específicamente la detención de Caro Quintero? Sí. El narcotráfico tiene aristas filosas por ese carácter y basta saber que mucho de lo que sucede en ese mundo, lo desconoce el común de la gente aún entre los periodistas dedicados a la tarea de investigar lo que frecuentemente los llama a conjeturar sobre los hechos ocultos detrás de lo evidente.
El caso Caro Quintero tiene una historia de décadas desde que fue detenido en Costa Rica y traído a México para que rindiera cuentas sobre narcotráfico y el asesinato del agente de la DEA, Enrique “Kiki” Camarena, y así pasaría 28 años en prisiones mexicanas pese al pedido del Gobierno de los Estados Unidos de que fuera extraditado como había sucedido con otros miembros de la mafia mexicana.
Sin embargo, pedidos vinieron y respuestas negativas fueron, la periodista Anabel Hernández en su libro exitoso Los señores del narco, (Grijalbo, 2010) explica que el Cártel de Guadalajara, del cual Caro era uno de sus líderes tenía un pacto secreto con la DEA que intercambiaba facilidades para el trasiego de droga al otro lado de la frontera a cambio de financiamiento de la “contra” centroamericana y eso, que nunca ha sido rebatido ni siquiera se menciona y hay otro argumento que linda en los límites de nuestra sui generis “Razón de Estado” y que tiene que ver con la larga tradición de narcopolítica existente en México que data desde 1914, cuando las drogas duras ya no se podían vender en farmacias estadounidense como si fueran caramelos (véase el libro académico del sociólogo Luis Astorga Drogas sin Frontera, Grijalbo, 2003).
La operación del cártel señero del narcotráfico estuvo clara que su actividad no sería posible sin los “permisos” correspondientes del poder de aquel momento. O, a caso, ¿podría realizarse sin la anuencia del poder político el cultivo de mariguana en cientos de hectáreas con una gran cantidad de personas trabajando en el rancho chihuahuense El Búfalo?
Incluso, ¿qué hay detrás de la fortuna inconmensurable de Manuel Bartlett y su constante mención de que el hoy director de la CFE, y entonces Secretario de Gobernación, estaría involucrado en el asesinato de “Kiki” Camarena y que simplemente por precaución no se le ocurre solicitar la visa estadounidense para asistir a las reuniones de primer nivel que tienen que ver con la reforma eléctrica? Mejor, gracias a esa liviandad política llevó al Caro Quintero joven a fanfarronear con aquello de que “si me dejan trabajar, yo pagó la deuda externa que tiene el país” -Esto a despecho de las afirmaciones que Carlos Pérez Ricart, el investigador del CIDE, ha realizado en estas páginas señalando que las acusaciones contra Bartlett son “puros chismes”.
Ambas explicaciones podrían no ser necesariamente excluyentes pues obedecen a una misma y poderosa lógica económica. El Gobierno mexicano hasta la fecha es beneficiario de una buena parte de las remesas de este tipo de transacciones ilegales y la otra parte, la estadounidense, no sólo recibe la droga para sus consumidores, también, una buena parte del dinero generado se queda en los circuitos financieros y tiene efectos multiplicadores en su economía.
Es decir, estamos frente a una empresa multinacional y para conocerla, no basta ver las gorras beisboleras y los sombreros de los narcos sinaloenses, sino también es necesario ver la delincuencia de cuello blanco.
Entonces, si no hay equívoco, en esta lógica supranacional, las decisiones que se toman a ambos lados de la frontera fácilmente nos llevarían a concluir que en el manejo de la narrativa sobre la detención de Caro Quintero está sin declararlo expresamente en lógica de supervivencia de un orden establecido que, aún con sus aspavientos violentos, ha permanecido en el tiempo y seguirá sosteniéndose por un interés que va más allá del honor de una agencia norteamericana que, eso sí, no cesará hasta llevarse al narcotraficante sinaloense a una de sus prisiones de alta seguridad.
Cobra así sentido que mientras la directora de la DEA cuando supo que Caro Quintero estaba detenido, salió a festinar y reconocer a sus agentes por el papel que habían jugado en la captura del capo, aunque un día después Ken Salazar, el Embajador estadounidense en nuestro país, haya negado diplomáticamente esa participación y reconocido que fue una acción exclusiva de los marinos mexicanos para de esa forma estar en sintonía con el dicho soberanista del Presidente López Obrador.
Y, probablemente, también en el caso de los fallecidos en el desplome del poderoso Black Hawks y la muerte terrible de sus ocupantes. No se conocen sus nombres, lo que alimenta la sospecha de que en la nave podrían haber ido agentes norteamericanos y por razones de Estado, no se dan a conocer sus identidades -Acá se dice que es para evitar represalias contra sus familiares- pero a otros observadores les resulta curioso que la propia DEA en su sede haya tenido la bandera estadounidense a media asta cuando se supo de la caída estrepitosa de la nave mexicana. Que toma nuevo vuelo cuando The Washington Post publica que sí estuvieron agentes de la DEA en el caserío San Simón.
En definitiva, el corsé de la información, sobre lo ocurrido en ese mediodía cálido, lentamente se empieza abrir y ventilar hechos que pudieran confrontar una razón de Estado en ambos lados de la frontera.
Al tiempo.
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