Jorge Zepeda Patterson
30/06/2024 - 12:05 am
¿Y ahora qué hacemos con (sin) Biden?
“Joe Biden no era el mejor candidato desde hace rato, pero según sondeos era el menos malo para competir contra Trump”.
Luego de lo que vimos en el debate entre los candidatos a la presidencia de Estados Unidos se desvanece la última esperanza. No, el votante no va a inclinarse en el último momento en favor de Biden para evitar la segunda presidencia de Donald Trump. Una idea a la que se aferraban muchos, pese a la ligera ventaja que llevaba el candidato republicano; se decía que en el último instante los ciudadanos serían acometidos por un impulso responsable y se inclinarían por Biden considerándolo un mal menor. Pero tras las muestras de senilidad evidentes del actual presidente, queda claro que no está en condiciones de seguir gobernando. Para el demócrata este debate era la oportunidad de mostrar que, pese a las acusaciones de sus rivales respecto a su edad, aún era un líder capaz de hacer el trabajo. Por desgracia justamente confirmó la veracidad de las acusaciones.
Steve Schmidt, exrepublicano, pero ahora cofundador de una organización dedicada a impedir que Donald Trump regrese a la Casa Blanca, afirmó: “Joe Biden perdió el país esta noche y no lo recuperará. Si Trump es una amenaza y la democracia está en juego, entonces Biden debe hacerse a un lado. Su deber, juramento y legado requieren un acto de humildad y desinterés”.
En el mismo sentido escribió el afamado autor y articulista de The New York Times, Tomas L. Friedman, un amigo cercano del presidente: “La familia Biden y el equipo político deben reunirse rápidamente y tener la más difícil de las conversaciones con el presidente, una conversación de amor, claridad y resolución. Para dar a Estados Unidos la mejor oportunidad posible de disuadir a la amenaza de Trump en noviembre, el presidente tiene que presentarse y declarar que no se postulará para la reelección y que está liberando a todos sus delegados para la Convención Nacional Demócrata”.
Por lo pronto, el partido está en llamas. No habría oportunidad de organizar otras primarias, lo que exigiría la elección de un candidato a través de discusiones consensuadas para que la convención demócrata del próximo 26 de agosto lo resuelva de manera extraordinaria. No es un proceso fácil, pero no es allí donde está la verdadera dificultad.
Joe Biden no era el mejor candidato desde hace rato, pero según sondeos era el menos malo para competir contra Trump. Todos los demás salían peor parados. En esencia los demócratas no tienen alternativas a la vista.
Y todo parece indicar que, a menos que el propio Biden se empeñe en renunciar, las principales figuras del bando demócrata seguirán apoyando su candidatura como una especie de compromiso moral. Hillary Clinton aseguró después del debate que su voto se mantiene a favor del presidente. Lo mismo hizo el expresidente Barack Obama. El resto de los posibles candidatos a reemplazarlo, entre ellos varios gobernadores exitosos, se apresuraron a cerrar en filas en torno al anciano. Ninguno de ellos dispuestos a arruinar sus carreras ante una muy probable derrota.
Por lo pronto, ha trascendido que Biden desea sacarse la espina en un segundo debate. El problema es que está programado para el 10 de septiembre (y será el último), una vez que ambos candidatos hayan sido designados en definitiva por sus respectivas convenciones. De hecho, este primer debate fue inusual, toda vez que técnicamente aún no son los candidatos oficiales de sus partidos.
Muy probablemente para entonces sea demasiado tarde. Ted Cruz, el republicano, nunca corto para soltar una provocación, recordó una predicción que realizó hace meses en el sentido de que Biden renunciaría a la candidatura y Michelle Obama asumiría la estafeta. “Eso es lo que va a suceder” reiteró en un mensaje en redes sociales horas después del debate. El único problema, claro, es que la ex primera dama, que en efecto goza de gran popularidad, ha rechazado su interés en cualquier candidatura y afirmado categóricamente que no le interesa ese empleo.
Los estadounidenses y, en el fondo, el resto del mundo parece resignado a la tragedia: el triunfo de Donald Trump. Algo impensable apenas hace tres años, cuando sus huestes intentaron impedir el resultado electoral tomando por asalto al Congreso. De alguna manera queda la sensación de que el abuso del buleador consiguió imponerse. Podría sonar candoroso afirmar que el mal resultó vencedor. Pero si no el mal a secas, sin duda el mal gusto. Por supuesto que hay una explicación psicológica, sociológica o económica para el hecho de que tantos estadounidenses quieran votar por ese personaje. Pero, por donde se le mire, es una derrota de todo lo que pueda estar relacionado con la ética o el decoro. Biden puede ser un buen hombre, pero la fecha de caducidad ha alcanzado a su cuerpo. Una mala pasada de la biología.
En el apoyo de las cabezas del partido demócrata a su presidente, en lo que parece crónica de una muerte anunciada, hay algo que se parece a la dignidad. Pero no habría que confundirse. Tiene todos los visos de convertirse en una marcha inexorable hacia la inmolación y por las peores razones. En el fondo, una rendición disfrazada, un acto de egoísmo e hipocresía de los líderes demócratas, sabiendo que el duelo durara solo cuatro años y todos ellos salvarán sus carreras políticas sin mayores rasguños. No así el resto de los ciudadanos del mundo, los sectores desfavorecidos de ese y de todos los países, a los latinos de aquí, de allá. Para México una peligrosa cuenta regresiva que al detonarse requerirá de todo el talento y la solidaridad que podamos poner en marcha, a pesar de nuestras diferencias.
@jorgezepedap
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