Ciudad de México, 30 de junio (SinEmbargo).- La torre y el jardín (Océano), finalista en 2013 del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, es una novela escrita por el mexicano Alberto Chimal, un creador comprometido con la escritura de género, un hecho que tal vez le reste reconocimiento en la literatura nacional.
Puede comprobarlo, al igual que BEF y otros escritores que transitan el terreno de la imaginación, de la novela negra, del horror, de transgresión de la realidad, en sus visitas a Argentina, Perú o Colombia, donde la escritura de género es altamente valorada.
Alberto Chimal, nacido en Toluca, el 12 de septiembre de 1970, ha publicado también cerca de una veintena de otros libros, principalmente colecciones de cuento. Es profesor y tallerista literario y se lo conoce por su trabajo de ficción breve, narrativa de imaginación fantástica y escritura digital.
Las Historias, activo desde 2005, es un sitio que alberga su bitácora personal así como una antología virtual de cuento, un concurso mensual de microficción y otros materiales interesantes como un manual que explica “Cómo empezar a escribir historias” y que se puede descargar gratuitamente.
En 2011, junto a su colega argentina Ana María Shúa, despuntó su afición a los microrrelatos, presentando El viajero del tiempo, donde desplegó sus intereses máximos en la literatura: el humor y la imaginación.
–¿Cómo está la literatura de género en nuestro país?
–Está bien, pero tiene mucha competencia en los libros extranjeros de magos y de ciencia ficción que copan todo el mercado. Por eso el desafío es hacer algo propio, realmente original, porque si intentas hacer Divergente 2 o Juegos del hambre 3 nadie te va a hacer caso. Por fuerza, digamos, en esta situación desventajosa, desigual, la gente que se interesa en este tipo de material, tiene que salirse de plano del molde. Francisco Tario o Amparo Dávila hicieron cosas muy diferentes, no estuvieron insertados en la lógica mercantil de su época y mucho menos en la de ahora.
–Decía BEF que los chilenos adoraron su cómic Uncle Bill y los mexicanos lo odiaron. ¿Qué tan abierto está el público mexicano para absorber géneros periféricos?
–Creo que la situación ha mejorado en los últimos 30 años porque de otro modo no estaríamos teniendo tú y yo esta conversación. Pero creo que BEF tiene razón y hay mucha cerrazón en la cultura mexicana en general y la situación no mejora gracias al sistema educativo ni nada de eso, mejora despacito merced a los mecanismos de comunicación por medio de los cuales la gente se entera de la existencia de otra literatura. Pensando en Uncle Bill, creo que es un gran libro, un libro extraordinario, una obra muy importante y la percepción de BEF es desalentadora. Deberíamos abrazar ese tipo de obras de largo aliento, de hermosa factura y de carácter nacional, es una historia que transcurre en México. Los temas que trata son importante e incluso pertinentes. En México está asentado en México, desafortunadamente, ese prejuicio que da relevancia sólo a cierta literatura, esa que trata la agenda política o la actualidad. Corresponde ello a un principio autoritario que viene de tiempos de la Conquista y en ese prejuicio se esconde un profundo rechazo por las artes, donde nada tiene valor si no se conecta con la política.
–¿La literatura fantástica o de horror te ha quitado relevancia en el contexto de literatura nacional?
–Híjole…me apena decirlo, pero creo que sí. Es algo que nos ha pasado a muchos. Me parece que tanto en mi caso como en otros de mis colegas, como BEF, Bernardo Esquinca, y muchos más, sí hay como cierto sesgo en la lectura, cierto prejuicio en el acercamiento. Tal escritor es bueno, pero… Sí lo hemos vivido, aunque ahora resulte vagamente alentador que al menos se puedan debatir estas cosas, porque en tiempos anteriores ni siquiera se discutían. Hay desdén y ninguneo a los autores de género, entre otras cosas porque durante mucho tiempo la literatura mexicana estuvo dedicada a despreciar a los lectores, a hablarse a sí misma o hablarle al poder. El siglo pasado estuvo caracterizado por el intelectual como lo describió Gabriel Zaid que le hablaba a las élites. No es casual que en este país tengamos tan pocos lectores si aquellos que escriben para los lectores mexicanos le dan la espalda a los lectores mexicanos.
–El valor de la literatura es la diversidad, pero la del mercado editorial es la uniformidad. Hay una paradoja allí
–La señal de una cultura literatura saludable tendría que ser, precisamente, la diversidad. Tenemos ejemplos pésimos y peores que los nuestros, como el de la literatura estadounidense. Nos tenemos que tragar todo lo que nos mandan porque tienen mucho dinero y mucho poder en el medio global, pero la verdad es que es una cultura que produce mucho, se siente autosuficiente y niega por descarte que pueda haber algo interesante fuera de ella misma. Una librería del Distrito Federal está mejor surtida que una librería de Nueva York.
–¿Qué valoras más en tu obra?
–Apenas estuve en la Feria del Libro de Buenos Aires y me pasó algo parecido a lo que le pasó a BEF. Una novela como La torre y el jardín tuvo buena crítica, gente que la odió antes de leerla y unos cuantos lectores. Cuando llego a Buenos Aires, en varias entrevistas me hicieron preguntas que jamás me habían hecho en México, como por ejemplo la relación que existe entre La torre y el jardín con el tema de la violencia reinante en nuestro país.
–No habían visto en México esa relación
–Pues no, porque como es una novela de género y de imaginación, mucha gente asumió, incluso antes de leerla, que no tenía ninguna relación con la realidad. Y por supuesto que tiene vínculos con la realidad mexicana. Y te cuento esto porque es algo que tiene que ver con mi trabajo. Siempre he escrito lo que he querido, buscando decir algo. Una chava que ha hecho una tesis sobre mi obra dice que hay dos temas que la recorren: la imaginación y el poder. Y creo que tiene razón. Mi instrumento es la imaginación fantástica, pero el tema central es el poder político, económico, el poder en las relaciones humanas. La imaginación propone alternativas y fugas de las visiones unitarias y monolíticas del poder. Siempre hay una pelea entre esos dos elementos en mis libros. Estoy convencido de que en una cultura como la mexicana lo que tenemos es esta afirmación constante del poder y lo que nos falta es la idea de que podemos contar con alternativas, de que incluso necesitamos entrenarnos en la invención de alternativas. Un libro o una película no cambian la realidad, pero inspira a los seres humanos a cambiarla. En México, por diferentes circunstancias, estamos atados a una cultura muy resignada, muy sumisa. Lo que ha transcurrido del siglo XXI demuestra que nos hace mucha falta sacudirnos ese conformismo.
–¿En qué estás?
–Lo que viene es un libro de cuentos que va a editar Páginas de Espuma. Son cuentos de miedo, no exactamente de horror, algunos con humor, riéndose de los arquetipos clásicos, es un libro de los más inquietantes que he escrito.