Están en los edificios públicos, en las oficinas de las grandes corporaciones, en las escuelas y los hospitales. Son como sombras vestidas de azul marino porque apenas hacen el mínimo sonido; no hablan, a menos que se dirijan a ellas, y entonces, sólo entonces, dicen “sí, ahora mismo”. Llegan antes que todos y se van hasta después del último. La mayoría son mujeres, pero cada vez hay más hombres, sobre todo mayores de 40 años. De sus oídos para adentro sólo suena la música que les regalan sus audífonos; siempre la prefieren al ruido de afuera, a las voces de gente que camina a su alrededor, y sólo les habla cuando hay algo que limpiar: un café que se cayó en un escritorio, los baños de mujeres que ya se taparon por una toalla femenina que alguien no arrojó a la basura, los mingitorios llenos de sarro, los pisos marcados por las huellas de mil pasos…
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Ciudad de México, 30 de mayo (SinEmbargo).– Mari es una de ellas. Con su cabello corto y teñido de rubio cenizo, parece no tener una edad definida. En la entrevista admite que tiene 38 años y un niño de 15, y que se dedica a esto “por m´hijo, para darle su estudio, para lo que haga falta”. Es viuda, y los mil 200 pesos quincenales que le paga una empresa por trabajar ocho horas diarias, de lunes a sábado, haciendo la limpieza en una dependencia del gobierno federal le parecen suficientes, sobre todo porque tiene las prestaciones de ley: seguro, aguinaldo, vacaciones. Mari no terminó la secundaria, y dice que cuando murió su esposo se deprimió mucho, pero “gracias a Dios y gracias al psicólogo que nos sacó adelante a mí y a mi hijo, ahora estamos mejor… Fue muy duro, porque fue de momento su muerte”.
Platica que en el área que le toca trabajar la gente la trata bien, y que su jefe sólo se enoja a veces. Pero ella ya le “agarró el modo” y ni se “mete” con él; así se mantiene lejos de los problemas…
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Es difícil saber el número exacto de personas que trabajan en este sector, pues parte de la población es flotante: hay quien decide, simplemente, dejar de ir de un día para otro. Así lo reconoce Patricia Camacho Campos, de 45 años de edad, y con casi 16 de dedicarse a la limpieza: “Por ejemplo, hay gente que ya no va y no renuncia, sino que ya no se presenta. Entonces se llevan el uniforme, pero cuando quieren ir a cobrar lo que les quedaron a deber les cobran lo del uniforme”.
En su casa en Insurgentes sur, en la que varios perros y gatos miran con curiosidad a los intrusos, Paty habla de su experiencia en esta área: “Sea la que sea, el nombre que tenga, es lo mismo. Yo he andado en varias empresas, pero es el sueldo mínimo, y aumenta un poquito según el servicio. Porque, por ejemplo, aquí donde estoy son mil 300 la catorcena. Pero hay lugares donde son mil 050 990 [pesos], o sea, varía mucho, y en todos lados es mucho trabajo, pero nada más esa es la diferencia: 100, 200 pesos más”.
Comenzó a trabajar en Televisa como empleada de limpieza porque el horario le permitía atender a sus hijas, que entonces eran pequeñas. Entraba a las 6 de la mañana y salía a las 2 de la tarde, así que podía ocuparse de darles de comer, hacer la tarea con ellas, bañarlas y ver que se acostaran temprano. Después intentó emplearse como recepcionista, pero resultó peor porque no le respetaban el horario de salida y el sueldo era casi el mismo que le pagaban por hacer el aseo en los camerinos y foros de la televisora, así que decidió regresar a su antigua ocupación, aunque ya no al mismo lugar. Su experiencia de una década y media trabajando en distintas empresas le permite tener una opinión más clara, y a diferencia de Mari, no teme contarla:
“Todo es a favor del patrón. Para uno, casi no hay nada”.
Paty trabaja para la empresa LavaTap, que presta sus servicios en la Torre de Telmex que se ubica en Plaza Cuicuilco.
Dice que aquí está bien, porque al menos tiene las prestaciones de ley, y nadie la trata mal, porque a las humillaciones una nunca se acostumbra:
“Por ejemplo, los encargados son bien encajosos. Me ha tocado, porque sí lo he vivido, llegar a un trabajo como nueva, y si el jefe es así medio “ojo alegre”, luego, luego las propuestas de que ‘te invito a salir, y esto’, y si uno dice ‘no’, ya le cargan a uno el trabajo, la mano… ya nos hablan así de que ‘apúrate’, ‘rápido’. Ya son tratos muy feos hacia nosotros”.
Mientras el viento ya canta con violencia afuera de su casa, que parece construida casi por accidente en medio de la nada, Paty remata:
“Ya a las señoras grandes no las molestan porque ya sería mucho”.
Pero la humillación no sólo se queda ahí. Además del acoso sexual, las trabajadoras de limpieza sufren discriminación: “nos dicen cómo vestir; no podemos andar con el pelo suelto; tampoco usar teléfono. O sea, en nuestra bolsa sí puede ir pero no nos pueden ver hablando por teléfono a la hora de trabajo. Y otra es la entrada: no podemos entrar ni salir por la entrada principal. Sólo por la parte trasera de cualquier edificio, sólo por ahí”.
La madre de Paty, una señora grande de paso lento, se acerca a saludar. Muy tímidamente dice “buenas tardes”, y aunque ya todo se está pintando de gris oscuro, en la casa todavía no es tiempo de encender ninguna luz.
Paty no es la única de su familia que se ha dedicado a la limpieza. Su hermana mayor también ha vivido entre olor a cloro y detergente desde hace ya más tiempo: “ella sí está en un caos completo porque el trabajo es mucho. Es de mantenimiento; trabaja en una acuática, la Nelson Vargas. Cambia focos, destapa baños, pinta paredes, lava albercas… Aparte de trapear y barrer y todo lo demás. Y por un sueldo de mil 200 a la quincena”.
La mujer se siente atrapada en ese trabajo. Tiene 50 años de edad, 12 de los cuales lleva trabajando en la Nelson Vargas. Siente que si renuncia no logrará que nadie la contrate en otro lado, aunque en el ramo de la limpieza no aplican los mismos criterios de limites de edad.
EN DEFENSA DE SUS DERECHOS
Por sus grandes ojos rasgados no se esconde el entusiasmo que le provoca su trabajo. Hace cinco años que Mariana Morales Hernández colabora con la Fundación en Pro de la Educación Sindical, que se dedica a capacitar a los trabajadores de limpieza para que conozcan y defiendan sus derechos laborales: “A mí sí me gusta tener esta diferencia de defensoría, por ejemplo, de Derechos Humanos. Hay otras organizaciones que hacen eso. Nosotros nos hemos especializado a lo largo de este tiempo en la organización de trabajadores. En la capacitación, previamente, para motivarlos a organizarse en cuanto a la defensa de sus derechos laborales”.
Su pareja, Francisco Retama, lleva dos años en la misma Fundación, y Paty ha asistido regularmente a los talleres que imparten. Con la misma convicción que Mariana, con su voz dulce, deja ver a través de la mirada, Francisco dice que en México a los derechos laborales ya se les considera parte de los derechos humanos:
“En el año 2011 hubo una reforma constitucional con la que se consiguió empatar la ley mexicana con las normas internacionales que consideran a los derechos laborales como derechos humanos. Hasta entonces no era así, y por ejemplo, esto implicaba que uno no se pudiera quejar de la violación de los derechos laborales en la Comisión Nacional de Derechos Humanos o en la Comisión de Derechos Humanos del DF y en las comisiones estatales”.
Esta reforma constitucional tiene implicaciones decisivas, especialmente en el caso de los trabajadores de limpieza, aclara Retama: “En la medida en que los derechos laborales ahora son considerados derechos humanos también, las autoridades de cualquier nivel están obligadas a velar por el respeto, por el cumplimiento, de los derechos humanos. Entonces, aunque son clientes de estas empresas de limpieza, tienen la obligación de velar porque los derechos humanos laborales de las personas que trabajan con ellas se cumplan”.
Desde hace un par de años, la Fundación en Pro de la Educación Sindical se ha enfocado en los trabajadores de empresas de limpieza contratadas por la Delegación Tlalpan. Francisco advierte que los cambios han sido significativos:
“Los trabajadores venían de una situación muy mala en la que no siquiera se les pagaba aguinaldo. No contaban con días de descanso, incluso los que son considerados obligatorios por ley, no los tenían. Trabajaban el 25 de diciembre, el 1 de enero, el 1 de mayo, que es el colmo. No estaban registrados en el Seguro Social, no tenían un contrato firmado. Estoy hablando de las cosas que han cambiado: se les pagó aguinaldo a estos trabajadores en diciembre, firmaron un contrato, se les registró ante el Seguro Social, al menos durante el contrato de la empresa con la delegación, de junio del 2013 a diciembre del mismo año”.
Pero no en todos los rubros se ha avanzado de la misma manera. Hay una prestación que las empresas se ingenian para no pagar, según explica Mariana:
“Nos dimos cuenta, en el caso particular de las utilidades, que llegaban a preguntar y la respuesta de la empresa era: no, nosotros no generamos utilidades. No les toca, perdón”.
Francisco se apresura a explicar que uno de los principales objetivos de los esquemas de subcontratación, cada vez más extendidos en nuestro país y dentro de los cuales trabajan todos los empleados de limpieza, es evadir el pago de las utilidades: “Esa es una prestación muy superior a la de otros países del mundo. En muchos lugares ni siquiera existe. Además, el porcentaje es del 10 por ciento de lo que se genera de utilidades, que se tiene que repartir entre todos los trabajadores, sean de confianza o sean sindicalizados. En el caso de los trabajadores de limpieza, son utilidades enormes las que generan, por ejemplo, las inmobiliarias, los dueños de las empresas como por ejemplo la Torre Mayor. Generan utilidades multimillonarias a través de la venta o de la renta de inmuebles”.
Por si fuera poco, añaden Francisco y Mariana, los esquemas de subcontratación se aplican a todos niveles y cada vez en más empresas: incluso entre los profesionistas a quienes se llama “empleados de confianza”, quienes carecen, a veces, no sólo del reparto de utilidades sino también de todas las demás prestaciones de ley. Y a diferencia de algunos trabajadores de menores ingresos, por ejemplo, Paty y quienes han recibido asesorías de la Fundación, este segmento que se aferra a seguir perteneciendo a la clase media no suele quejarse; es mucho mayor el temor a perder su empleo, por injustas que sean sus condiciones.