“Se quedaron cuatro pequeños ojitos llenos de la tersa inocencia ante la incertidumbre de la situación. Su piel ligada al color de mi tierra hacía contraste con sus blancas muestras de alegría que reflejaban sus sonrisitas ante la falsa esperanza de que mañana, o pasado volverá“.
Roberto García Alavez, 40 años de edad. Migrante oaxaqueño. Dirigente del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB) en Los Ángeles, y alumno del taller de escritura autobiográfica de Proyecto Sur Los Ángeles
EL TALLER DE ESCRITURA AUTOBIOGRÁFICA DEL FIOB
Roberto es un hombre fuerte, amable y sonriente. Pero parece que en este momento tiene que hacer un esfuerzo singular para que no se le quiebre la voz mientras lee la tarea que le dejó Dolores Dorantes, escritora, periodista, migrante también, y su maestra: escribir acerca de su experiencia de migración.
En el salón que normalmente funciona como oficina del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB), y que ha sido especialmente acondicionado para el taller de escritura autobiográfica, en la Primera Iglesia Unitaria, en West 8th Street, en lo que se conoce como el barrio coreano de Los Ángeles, la luz de las cuatro de la tarde entra por todas partes. Es un sábado de mediados de mayo, y se respira un ambiente de entusiasmo.
Sentado ante una mesa maciza, gris, metálica, rectangular, Roberto lee lo que significó para él tener que dejar a sus hijos pequeños para, ya no ir en busca del sueño americano, como torpemente creemos los que nos quedamos en el México de las crisis económicas, los ninis y los 60 mil muertos, sino simplemente, de una manera de sobrevivir con dignidad:
“Aún recuerdo las suaves, pequeñas y frágiles manitas, sosteniendo la esperanza y alegría de un regalo a mi regreso. El trago amargo en mi garganta lo tuve que pasar con gran esfuerzo cuando la vocecita le dijo al pastor que nos hacía compañía: “Va nada más a los Estados Unidos”.
Roberto hace una pausa que aprovecho para disparar. El flash de mi cámara no lo amedrenta. Un pequeño suspiro y continúa:
“No quiero la remembranza, mas sin embargo mi humanidad lo soporta, y me recuerda cuál es mi gran compromiso, que algunos incomprensiblemente rehúyen, y cuál es mi gratitud hacia estos representantes de nuestra naturaleza, dignos, por su edad, dignos por su inocencia, y dignos por su humanidad”.
Roberto lleva 11 años viviendo en Estados Unidos. Cuando llegó, pensó que estaría sólo dos, y que reuniría dinero suficiente para regresar a México a estudiar. Esa era su meta:
“Pero me quedé. También había dejado a mi esposa, a la que era mi esposa, con dos niños, y por circunstancias demasiado duras, más para los muchachos, me tuve que quedar”.
Después mandó por sus hijos, que ahora viven con él en esta tierra que no termina de entender, pero de la que se ha apropiado para continuar la lucha de los migrantes indígenas oaxaqueños como él. Y también, desde hace un par de meses, para escribir su historia, gracias a la feliz coincidencia entre el FIOB y Proyecto Sur Los Ángeles.
Al igual que Roberto, doña Mari, María Sánchez, de 44 años de edad, también lee su tarea:
“En una tarde de enero de 1968 nació una niña que llamaron María, hija séptima de ocho hijos. Hija de una madre ejemplar y de un padre trabajador. Creció hasta los 15 años de edad en una casa muy grande rodeada de tíos, primos, y unos abuelos maravillosos. Eran los abuelos paternos que siempre estaban ahí para dar enseñanzas de respeto y de trabajo para ganarse dinero con el sudor de la frente. Todo era muy bonito, hasta que la muerte llegó repentinamente, y era la del padre de aquellos ocho niños”.
Hoy, al escuchar esta historia en la ciudad de Los Ángeles, donde todo parece (y subrayo, parece) demasiado luminoso, muy lejos se antojan esos días en Tlacolula, en la región de Valles Centrales, en Oaxaca.
“María, a los 10 años de edad tuvo que trabajar para ayudar a su madre porque no podía ver que su hermano más pequeño la viera sin comprender y sin poder hacer nada. A sus 12 años terminó la escuela primaria; le gustaba estudiar. Le decía a su madre constantemente que quería seguir estudiando, pero su pobre madre, por falta de entendimiento, dijo a María que no, porque sólo serviría para salir con una barriga muy grande, y que además lo que María debería hacer era aprender a cocinar y a hacer tortillas porque cuando se casara, eso es lo que iba a hacer.
Pues tal como lo predijo su madre, María conoció al que ahora es su esposo, a los 15 años de edad, y a los 17 tendría a su bebé, y ahí nace una nueva etapa en la vida de María”.
La tarea se queda hasta ahí, pero doña Mari me cuenta que a los 18 años cruzó la frontera con su bebé de nueve meses. Describe el viaje como “una travesía bastante peligrosa y dolorosa también… Y desde entonces estoy aquí”.
La vida ha cambiado poco a poco para Mari, que ahora ya puede ir y volver de su tierra: “puedo ya ir a visitar a mi mamá, ya digamos tranquila de que no voy a pasar por la misma experiencia de la primera vez”.
Su hijo, ese bebé que a los nueve meses cruzó a una nueva tierra con su madre adolescente, ya es ciudadano norteamericano:
“Mi hijo ahorita está estudiando su doctorado en la Universidad de San Diego y tengo ahora una hija también de 10 años… Su doctorado es en Historia Latinoamericana”.
Hoy la vida puede no parecer tan difícil, pero Roberto y doña Mari han decidido que es tiempo de escribir su historia, la de las circunstancias que los trajeron aquí, a una tierra desconocida y hostil.
Roberto dice que se siente acompañado en el taller: “A mí me gusta también que conozcan mis experiencias. Yo he escrito por cierto tiempo; tengo algo de material, nada más que tampoco lo he sacado… de acuerdo a algunas preguntas que me hizo Dolores, me tocó hablar de algo que sí tenía planeado darlo a conocer de cierta manera: lo que era el dejar a tu familia, el dejar a tu país… pero no tenía pensado quizás expresarme de esa manera”.
Doña Mari, por su parte, suele escribir notas a sus hijos, como una manera de comunicarse. Pero nada como lo que hace ahora, en el taller:
“Yo creo que es la oportunidad que cada uno de nosotros esperamos en un momento dado, porque a veces cuesta sacar eso que uno trae siempre guardado. Entonces cuando se da esta oportunidad es cuando uno aprende y siente la necesidad de escribir todo lo que uno ha querido decir antes y no lo ha dicho. Entonces es como un desahogo para mí”.
Escribir como una manera de curarse, dice Mari:
“Siempre el dolor no quiere uno como recordarlo, pero como decía Dolores, que recordarlo y sufrirlo también, y escribirlo es una forma de sanarse. Entonces yo creo que eso es lo mejor que uno debe hacer. Porque sanando uno deja de martirizarse. Entonces ya es una manera, pues, de recobrar el alma, y ya como de dejarlo ahí, en paz”.
DOLORES: DE JUÁREZ A LOS ÁNGELES; LETRAS QUE SALVAN VIDAS
Nació en Veracruz pero casi toda su vida la pasó en Ciudad Juárez, en esa frontera que ya no se puede nombrar sin provocar un estremecimiento en la piel y en las entrañas. Dolores Dorantes es poeta, narradora, periodista y activista social. Para ella, la palabra escrita es herramienta de poder, bálsamo, estafeta de dignidad:
“Creamos los talleres para las comunidades marginadas e hicimos un proyecto para Documentación y Estudios de Mujeres AC (DEMAC), para trabajar con mujeres marginadas en los barrios más violentos de Juárez y en la cárcel municipal… Y el año pasado tengo que dejar Juárez por amenazas de muerte. Yo era coordinadora de la sede de DEMAC en ese momento. Nos obligan a cerrar la sede, incluso ya no puedo regresar hasta el momento, y entonces creamos Proyecto Sur acá, como una manera de sobrevivir haciendo algo”.
Hoy, si uno intenta abrir el sitio Tabla sin asidero, dominio blogspot.com, creado por Dolores, aparece el siguiente texto de advertencia:
Dolores Dorantes cerró esta página debido a amenazas de muerte y persecución en su contra el 10 de marzo del 2011, mientras trabajaba para Documentación y Estudios de Mujeres A.C. promoviendo la escritura autobiográfica entre mujeres en estado de marginación, vulnerabilidad y reclusión. Sus teléfonos y correos electrónicos fueron intervenidos, su casa allanada y la autora fue obligada a dejar el país y la ciudad donde vivió durante 25 años. Gracias, Felipe Calderón: visita www.doloresdorantes.blogspot.com
La entrevista se realiza en un restaurante que tiene un nombre altamente simbólico: El nuevo rinconcito, en el barrio coreano (Coreatown), curiosamente el lugar que gran parte de las comunidades oaxaqueñas en Los Ángeles han elegido para vivir y establecer muchos de sus negocios, los que les recuerdan a su tierra, con sus colores y sabores, como éste.
El menú es exclusivamente de comida oaxaqueña tradicional, casera; nada de cocina fusión ni esas cosas sofisticadas por las que en la capital de Oaxaca uno llega a pagar hasta $700 el plato. Aquí hay, por ejemplo, unas tlayudas que lucen muy apetitosas en la foto de la carta, así que me decido por una; sin embargo cuando llega mi pedido me arrepiento de inmediato, lo que seguramente se nota en la cara que pongo: ¡el plato es del tamaño de una pizza familiar! Alguien dice: “Por si tenías hambre”. Definitivamente creo que no podré con todo.
Dolores, Jen Hoffer, Bertha Rodríguez, y yo, soltamos la carcajada al unísono. Reímos con ganas. Aquí estamos: cuatro mujeres muy distintas: una norteamericana, dos migrantes mexicanas de muy distintos orígenes, y una reportera, también mexicana, que está en este país sólo de tránsito, en viaje de trabajo.
Ellas tres se conocen bien, y empiezan apenas a decidir qué tanto pueden confiar en mí.
EN UNA CABEZA CON MIEDO NO HAY ESPACIO PARA LOS SUEÑOS
Contacté a Dolores hace un par de meses a través de la página de Facebook de Sur Los Ángeles, porque me pareció que el proyecto valía la pena investigarse, y si resultaba lo que yo creía, difundirse.
Desde el principio fue generosa y amable. Nuestra relación se limitaba, pues, a inbox de Facebook y algunos correos electrónicos.
Hasta unos minutos antes, cuando ella y Jen me recogieron en Pershing Square, en Downtown Los Ángeles, muy cerca del hotel en donde me hospedaba, nunca había hablado con ella y mucho menos la había visto en persona.
Con Bertha no había tenido ningún tipo de contacto. Es más, ni siquiera sabía que estaría presente en la entrevista. Risueña pero un poco tensa, era la más reacia a abrirse, a mostrarse como la mujer sensible y cálida que después descubrí que es.
El episodio de la tlayuda gigantesca logró aligerar el ambiente en un momento en el que Dolores narraba una parte muy difícil de su vida. Así que después de esta pausa, le fue más fácil continuar:
“Fundamos Proyecto Sur intentando sobrevivir de alguna manera, no económicamente, pero digamos, mentalmente. Entonces organicé una serie de talleres para entrenar o para formar talleristas, ya no el taller de siempre que dábamos cuando estábamos en DEMAC, sino un taller para formar talleristas, y que los talleristas dentro de sus comunidades dieran sus propios talleres”.
Cuando Dolores cruzó la frontera por El Paso inmediatamente organizó un taller. La estrategia de supervivencia estaba en marcha.
Luego se fue a Los Ángeles a iniciar su proceso de asilo político, ayudada por Jen Hofer, escritora, periodista y editora norteamericana, y a quien había conocido desde el 2002.
Es Jen quien me platica cómo fue ese primer contacto, que sin duda marcaría a ambas:
“Me mudé a México para hacer un proyecto que se llamaba Sin puertas visibles. Antología de poesía contemporánea de mujeres mexicanas, y abrí una convocatoria en el 99 invitando a las mujeres a mandarme manuscritos. Leí más de 500 manuscritos para llegar a mi selección de 11 poetas… Y yo había escuchado del primer libro de Dolores, que se llama Poemas para niños, que se publicó en el 99 con la editorial El Tucán de Virginia, de Víctor Manuel Mendiola, pero no pude encontrar el libro en ninguna parte. Pero un buen día me llega por correo un paquete con el libro de Dolores, con otro manuscrito y con una carta que, de hecho, un amigo le obligó a responder a la convocatoria que yo publiqué… Ella no quería”.
Así inició una relación literaria y laboral que se convirtió en una amistad entrañable: Jen tradujo la obra de Dolores. Después de años de trabajar juntas, y de tener, como la define ésta: “una poética similar de vida”, llegó el momento en que Dolores tuvo que salir de Juárez y Jen le tendió la mano de este lado de la frontera. Ambas echaron a andar Proyecto Sur.
Hacemos una breve pausa para pedir más agua de coco, la mejor que he probado en mi vida. La tlayuda continúa casi intacta en mi plato, o al menos eso parece, porque aunque como y como, el tasajo, el chorizo, el quesillo y el aguacate continúan impávidos, en cantidades industriales, descansando encima de esa especie de tortilla infinita.
Le pido a Dolores que me explique en qué consiste su proyecto, esto que le ha ayudado a sobrevivir aquí, como ella misma dice:
“Proyecto Sur Los Ángeles es una organización que promueve la escritura autobiográfica como una forma de auto conocimiento, como un derecho entre las comunidades migrantes en Estados Unidos. Por el momento aquí en Los Angeles, pero como es un proyecto portátil podemos ir a casi cualquier lugar donde nos inviten. Impartimos talleres de escritura autobiográfica que creamos con la experiencia que vivimos en Juárez”.
Hasta este punto de la conversación todavía me pregunto quién es Bertha o porqué está presente durante la entrevista.
Cuando Jen, Dolores y yo llegamos al restaurante ella ya estaba aquí; sentada en la mesa junto a la puerta, lo que no tendría nada de malo si no fuera porque un timbre suena cada vez que un futuro comensal entra al local.
Entonces Dolores me da la clave para entender su presencia:
“Contactamos al Frente Indígena de Organizaciones Binacionales y después de estar trabajando un rato con el Frente Indígena, ya fue que yo comencé a considerar fundar el proyecto aquí”.
Bertha no habla de sí misma. Al menos no al principio. Como me lo dirá más adelante, la idea de comunidad es mucho más importante para ella. Por eso, elige contar su historia a partir del FIOB:
“Son nada más 20 años de existencia del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales. Fue fundado aquí en Los Ángeles por migrantes indígenas mixtecos y zapotecos. Iniciaron unos cuantos, no recuerdo el número, para enfrentar la vida aquí. Nosotros tenemos una cultura, una tradición muy fuerte de venir como comunidades. Cuando llegas aquí tú tienes toda una red detrás de ti que te apoya. Así fue como a través del tiempo ha ido creciendo, y ahorita estamos en Oaxaca, en Baja California, México, en la ruta migratoria de las comunidades indígenas y aquí en California estamos en San Diego, en Los Ángeles, Fresno, Madera, Santa María y Santa Rosa. Hay comités de acción en estos lugares, que son también los lugares donde se hace la agricultura, donde trabaja la gente, y sobre todo la población de comunidades mixtecas que está en el Valle Central se dedican a la agricultura, y aquí en la ciudad estamos más zapotecos, en Los Ángeles, nos hemos urbanizado”.
Insisto en conocer su historia, la de la mujer. Sigo pensando de manera individualista; no puedo evitarlo. Le pregunto de dónde es. Bertha me responde brevemente, pero no se deja envolver. “Yo soy del Istmo de Tehuantepec”.
Periodista ella misma, sabe bien por dónde voy; sabe también que ella no quiere tocar esos terrenos. Es de las entrevistas más difíciles que he hecho en mucho tiempo. Admito que Bertha me intriga. Dolores y Jen terminan sus platos respectivos; nos observan:
“Pero en nuestra organización hay mixtecos, de la Mixteca, hay zapotecos, de la Sierra Sur; hay también algunos compañeros triquis… En San Diego hay hermanos y hermanas indígenas viviendo a la intemperie en las barrancas, debajo de los árboles… Hace dos años, no recuerdo exactamente, vino un relator de la ONU a recorrer esas áreas… En las barrancas también viven.
Y eso es algo muy contrastaste e increíble porque en la zona, una zona muy rica de ahí de San Diego, están las mansiones de los dueños, de los agricultores, y por otro lado tienes a la gente que cosecha o hace producir sus campos viviendo de una manera inhumana”.
Intento imaginarme estas escenas dantescas. No puedo. Definitivamente se me ha quitado el hambre. Bertha continúa su relato:
“Las violaciones a los derechos laborales en los campos de San Diego son muchas, no se acaban, a pesar de que haya esfuerzos de organizaciones. Y bueno, aquí hay varias organizaciones oaxaqueñas en California, afortunadamente. Nosotros somos una organización que se distingue por ser una organización de base y también con una posición política. Aunque no estamos con ningún partido político, siempre estamos haciendo denuncias en relación a las violaciones de los derechos humanos por parte de los gobiernos, tanto de Oaxaca como de aquí. Aquí nos hemos manifestado en contra del Programa de Comunidades Seguras, que en esta administración se dice que Obama ha deportado a un millón de personas. Cuando era candidato él prometió que iba a tratar de resolver la cuestión de la reforma migratoria y no lo cumplió. Es una administración que ha tenido más deportaciones que las anteriores..
Se me derrumba un ídolo: el del primer presidente afroamericano, el del Premio Nobel de la Paz. Interrumpo a Bertha: ¿Más que Bush?
“Sí. Absolutamente”.
Responde de inmediato. Dolores y Jen asienten también. Me quedo de piedra. No lo puedo creer. Después de una pausa breve, Bertha continúa:
“O sea, digamos que de repente cuando hay ciertas cosas como abusos pues salen en la televisión, pero siempre desde el punto de vista muy morboso, que no les interesa tanto ahondar en las causas por las que sucede, sino siempre en el sentido amarillista”.
Por eso no es fácil que el FIOB le abra sus puertas a los extraños. Bertha cuenta que algunos investigadores quieren hacer sus estudios sobre las comunidades y luego irse, así que ellos hacen una asamblea para decidir si los aceptan o no. Al final, deben hacer un trabajo no remunerado (o Tequio, como le llaman las comunidades) a cambio.
Dolores interviene. Me dice que trabajar con las comunidades indígenas migrantes ha sido más difícil que con las mujeres en reclusión o las víctimas de violencia en Ciudad Juárez:
“El proceso que se experimenta al escribir la historia va muy ligado a un montón de emociones personales. Y entonces el encuentro aquí ha sido muy distinto porque el fenómeno que se vive es muy distinto: es una comunidad mucho más cerrada en el sentido a querer hablar sobre su situación. Se ha construido una coraza de protección y no le gusta sentirse vulnerable en ningún momento, y entonces llegar a la escritura es más difícil porque son muchas más capas. Es decir, no es únicamente la capa de conflicto que existe en México, sino es ésa más el proceso de éxodo, o de exilio o de auto exilio; lo que significó ese proceso y después lo que significó venir aquí, a un país racista, enfrentar la crítica por su propio lenguaje, por su propia raíz; enfrentar su propia identidad como si se tratara de un insulto, porque así son tratados”.
El racismo se vive de muchas maneras, me dicen. No sólo los indígenas sino también los otros migrantes, como Dolores, a quien le pregunto, sin ánimo de ofender, cómo sobrevive económicamente en esta tierra:
“Yo no se de qué estoy viviendo”, dice, y suelta una ruidosa carcajada, que las demás acompañamos de buena gana. Los otros clientes de El nuevo rinconcito nos miran con curiosidad. Dolores continúa:
“Yo vivo en un tráiler, en la parte trasera de la casa de Jen. Entonces no pago renta y eso me facilita muchísimo las cosas porque otra forma de explotación en esta ciudad y en varias donde se concentran las comunidades migrantes es la renta. Es mucho más cara para quienes son inmigrantes que para quienes no lo son. Es una realidad que tampoco se nota. Pero es cierta. Es el sistema gringo que funciona así: o sea, yo no tengo crédito porque no he tenido tiempo de crearlo, y el crédito se alimenta y se construye y es como un bebé que tienes que cuidar que no se te descalabre porque entonces vas a la cárcel.
O vas a la cárcel o se te niega el acceso a muchas otras cosas. Como migrante es muy diferente cómo estamos integrados al sistema, y en el momento en que no estamos integrados al sistema de la misma forma que las personas que han nacido aquí o que han crecido aquí, entonces no tenemos las mismas ventajas que ellas”.
Bertha interviene:
“Se paga un precio muy alto por ser migrante acá. Retomando la cuestión de la renta de los departamentos: si no tienes número de seguro social válido no te rentan en ciertos lugares, y además la policía tiene fama en varias ciudades de Estados Unidos de que se enfoca en ver el perfil racial: si te ven con rasgos mexicanos o piensan que eres indocumentado van contigo con cualquier excusa, o con el pretexto de cualquier infracción menor o lo que sea, y te quitan tu carro y se lo llevan al corralón.
Aquí todavía pasa, a pesar de que ya hubo un acuerdo entre el alcalde Antonio Villaraigosa y el Jefe de la Policía de que no está permitido que los agentes de la policía le quiten un vehículo a una persona por el solo hecho de que no tenga licencia de conducir, pero en la práctica se da”.
Unos días después de nuestro encuentro, verifico la información que me proporcionó Bertha: es cierta. En una nota de BBC Mundo, firmada por Valeria Perasso, se explica que la policía podía retirar hasta por 30 días su automóvil a los indocumentados que se encontraran conduciendo sin licencia en esta ciudad, y que ahora este lapso se ha reducido a 24 horas, después del pago de una multa de 250 dólares. La nota también dice que antes los indocumentados perdían “miles de dólares”, sin aclarar cuántos, y que el Jefe de la Policía, Charles Beck, consideró que esta nueva medida se tomaba porque la anterior era “injusta y desproporcionada” para los inmigrantes indocumentados.
En medio de este ambiente hostil, me cuenta Bertha, la cultura oaxaqueña resiste, echa raíces, florece, es cada vez más fuerte:
“Existen en el sur de California un poco mas de 50 bandas de música, existen como 10 grupos folklóricos, se hacen como tres guelaguetzas al año. Hay juegos de pelota mixteca en varios puntos en donde los oaxaqueños que practican este deporte se trasladan hasta Fresno con tal de jugarlo; hay equipos de basquetbol también aquí en Los Ángeles, entonces es una comunidad vibrante y muy rica culturalmente”.
El Frente Indígena de Organizaciones Binacionales, del cual forma parte Bertha, publica cada tres meses El Tequio, una revista con información acerca de las actividades del Frente, historia, noticias y cultura. En el directorio, Bertha aparece como editora. También es autora de algunos artículos.
Al final ha accedido a hablar un poco acerca de ella misma:
“Y bueno, si quieres saber un poco de mí yo soy la Coordinadora de Comunicación, de Prensa. Yo me encargo de elaborar boletines de prensa, estar en relación con los medios de comunicación, tanto masivos como alternativos.
Yo llevo viviendo como 10 años en Estados Unidos, pero he estado como una parte aquí, y regresé… He estado muy involucrada en el movimiento”.
¿Y cómo ha sido tu proceso de migración y de adaptación?, le pregunto. (Por su respuesta, pienso que no debí haberla interrumpido, que debí esperar a que ella me contara, a su ritmo, su experiencia con la migración. Pero ni hablar. Ya es demasiado tarde).
“Bueno, pues es difícil, como para toda la gente, pero como aquí la comunidad es muy fuerte, yo me he sentido como cobijada por mi comunidad… Pero a mí me gustaría enfocarlo más en la cuestión de comunidad, como nosotros casi no…, ¿Cómo te diré?…Tenemos más que compartir a nivel de comunidad”.
Las horas prácticamente se evaporaron con la conversación, la comida oaxaqueña y el agua de coco, la más rica del mundo.
Tenemos que ir a la Iglesia Unitaria, en donde Dolores impartirá el taller a los miembros del FIOB, y en donde en unos minutos conoceré a Roberto y a doña Mari.
Además, hoy es un día especial: por la noche se inaugurará oficialmente la sede de Proyecto Sur Los Ángeles, en Spring Arts Tower, en South Spring, en el centro de la ciudad.
Por eso me apresuro a preguntar: ¿Cómo lograr que los migrantes, después de largas y extenuantes jornadas de trabajo, quieran utilizar su tiempo libre en un taller de escritura?
Es Dolores quien responde:
“Es el rescate de nuestra propia creatividad. Nuestra creatividad es la que nos rescata de todas situaciones oprimentes por las que atravesamos”.
A MANERA DE EPÍLOGO
Algunos días después, ya de regreso en la Ciudad de México, un tuit de Notimex, la agencia de noticias del gobierno mexicano, me cae como un golpe en la boca del estómago. Dice simplemente:
“EU condena a mexicano a 10 años de cárcel por intentar reingresar ilegalmente”.
No hay un link en donde leer la nota, así que uno sólo puede especular lo peor.
Me vienen a la mente las palabras de Bertha, muy seria detrás de sus lentes en forma de gato, cuando me explicaba que quienes creen que los migrantes van a Estados Unidos en busca del sueño americano están muy equivocados:
“Somos comunidades desplazadas, desterradas de nuestros propios pueblos”.
Las causas del destierro, del exilio, del desplazamiento forzoso tienen hoy dos rostros igual de inhumanos: la miseria y la violencia.