La escritora Mónica Hernández habló con SinEmbargo sobre su libro La cofradía de las viudas, “una historia de lo que somos capaces de hacer para conseguir poder y para mantenerlo” y al mismo tiempo “un homenaje a los libros, a la letra impresa”.
Ciudad de México, 30 de abril (SinEmbargo).– Fueron mujeres de carne y hueso. Vivieron en lo que ahora es la Ciudad de México, pero durante el Virreinato. Todas ellas viudas de impresores que a la muerte de sus maridos se hicieron con las riendas de sus oficios y se convirtieron en impresoras. Una de ellas, Paula de Benavides, incluso fundó una dinastía que abarcó de 1640 a 1768.
La historia y vida de estas ocho mujeres fue rescatada por la escritora Mónica Hernández en La cofradía de las viudas (Martínez Roca), una novela histórica en la que relata cómo desafiaron a la Santa Inquisición y se ven envueltas en un mundo de “libros prohibidos, traiciones y asesinatos”.
“Estas mujeres privilegiadas sabían leer y sabían escribir en latín, que era lo que se hacía en los libros, y agarraron lo que tenían a mano, que no era mucho, para mantenerse a flote ellas. Es una historia de lo que somos capaces de hacer para conseguir poder y para mantenerlo. Es un homenaje a los libros, a la letra impresa, a muchos libros que en su momento eran prohibidos”, comentó la autora en entrevista con SinEmbargo.
Mónica Hernández compartió cómo a partir de un tuit que vio durante la pandemia nació esta historia que atrapa al lector desde las primeras páginas: “Decía (el tuit) ‘Paula de Benavides, impresora viuda de 1640 a 1680 y algo’. Cómo que impresora viuda en el Virreinato. ¿Mujer?, ¿impresora? No me sonó y dije a ver espérame. Había oído de la Condesa y de la Marquesa, aristócratas con dinero y tiempo, pero cómo que una mujer trabajadora. Busqué su nombre y sólo me encontré con un documento académico que menciona a muchas impresoras desde 1560-1570 hasta 1790 y tantos”.
Fue así que a partir de los pocos datos que halló y tras sumergirse en la manera en la que se vivía en aquella época que dio forma a esta novela. Para ello se dio la libertad que ubicar en el mismo espacio y tiempo diegético a diversas impresoras del Virreinato y las agrupó en esta cofradía, sobre la cual los registros no arrojan ninguna evidencia, pero que Mónica Hernández se dice convencida de que tuvo que existir.
“Quiero creer que la cofradía sí existió, pero no de manera legal ni oficial porque estas mujeres tuvieron que encontrarse debajo del agua estas herramientas para poder mantenerse a flote, para poder sobrevivir y mantener su negocio”, planteó.
Hernández expresó que su objetivo fue contar la historia de estas mujeres de manera que fuera emocionante: “Quiénes son y qué van a conseguir, van a conseguir ser impresoras a pesar de las vicisitudes, a qué se van enfrentando y sin embargo van a conseguir el objetivo. No son ajenas, como no somos nadie, a la envidia, a los celos, al amor, al desamor, a la tristeza, al dolor”.
Explicó que a partir de la particularidad de cada una “hay un punto donde coinciden y les conviene unirse no solo para sobrevivir, sino para salir adelante y cubrirse entre todas”.
“Esta es la parte en que las hago cofrades, a todas les conviene, porque les conviene en muchos sentidos, económico, social y de la vida porque si agarran a una, las queman a todas no solo por ser impresoras, sino por ser mujeres porque la quema de brujas era todo un tema”, puntualizó.
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—¿Cómo nace este proyecto basado en mujeres de carne y hueso que se dedicaron a la industria editorial del siglo XVII, un relato que vive entre la ficción y la realidad?
—Esta historia me atrapó. Me encontré un tuit en la pandemia, no sé ni de quién, que decía ‘Paula de Benavides, impresora viuda de 1640 a 1680 y algo’. Cómo que impresora viuda en el Virreinato. ¿Mujer?, ¿impresora? No me sonó y dije a ver espérame. Había oído de la Condesa y de la Marquesa, aristócratas con dinero y tiempo, pero cómo que una mujer trabajadora. Busqué su nombre y sólo me encontré con un documento académico que menciona a muchas impresoras desde 1560-1570 hasta 1790 y tantos y muchas, casi todas, son viudas de impresoras. Son las que mantuvieron la industria editorial en la Nueva España. ¿Y por qué no hay nada de ellas?, ¿por qué nadie ha escrito de ellas? Lo que hice fue juntar a varias de ellas, escogí a varias, porque hay muchas más, fueron personas, anduvieron ahí caminando en el Centro. Las junté en un periodo y me imaginé las vicisitudes que tendrían que enfrentarse por ser mujeres y por ser viudas.
Las mujeres dependían del padre y luego del marido, en este caso del marido muerto porque son ‘viudas de’, no podrían tener un nombre propio, después del hijo, del padre o del profesor. Estas mujeres, con todo y que estaban supeditadas a estas restricciones, mantuvieron una industria. Debe haber más mujeres haciendo otras industrias, porque una persona de 50 años ya era una anciana, entonces una mujer viuda de 30, tenía a un hijo de 17 años y tenía que hacerse cargo del negocio para mantener a sus hijos en lo que los hijos heredaban lo que había dejado el padre porque ellas no podían heredarlo, no podían tener dinero.
Estas mujeres privilegiadas sabían leer y sabían escribir en latín, que era lo que se hacía en los libros, y agarraron lo que tenían a mano, que no era mucho, para mantenerse a flote ellas. Es una historia de lo que somos capaces de hacer para conseguir poder y para mantenerlo. Es un homenaje a los libros, a la letra impresa, a muchos libros que en su momento eran prohibidos, los de Galileo y los de Erasmo de Róterdam. Es un homenaje a muchos libros, incluso mexicanos como el Arte mexicano que fue de los primeros en imprimirse y casi nadie lo conoce.
—Dentro de esta cofradía —que no existió, pero fue una manera de darle lugar a cada una de estas impresoras— hay personajes como Paula bastante interesantes por la trascendencia que tuvo en una industria sobre la cual conocemos poco.
—Sólo se sabe su nombre, el nombre de sus hijos, que tuvo seis. Cuatro hombres, que todos fueron curas. Fíjate qué lista: todos sacerdotes, uno franciscano, uno dominico, uno jesuita y otro de la Santa Inquisición. Las hijas fueron dos mujeres, una monja y la otra casada con el hijo de un impresor rival.
Quiero creer que la cofradía sí existió, pero no de manera legal ni oficial porque estas mujeres tuvieron que encontrarse debajo del agua estas herramientas para poder mantenerse a flote, para poder sobrevivir y mantener su negocio. A pesar de ser mujeres, con el Santo Oficio —y eso es cierto— Paula de Benavides y sus descendientes, y antes Gerónima de Gutiérrez con Juan Pablos, mantuvieron el monopolio de la impresión del Secreto de Santo Oficio, que eran los documentos oficiales, y el monopolio de la impresión de cartillas, que eran de un solo uso.
Este monopolio se los daba las autoridades, entonces tenían que tejer una red de contactos siendo mujeres viudas vestidas de negro de por vida para poder mantener el negocio y obtener poder. Las cofradías como estaban en aquella época tenían que ser autorizadas por una Iglesia, por el Santo Oficio, por el cabildo, por el ayuntamiento. Los hombres, que generalmente eran gremios de artesanos, de plateros, de ganaderos, de pulqueros, tenían que pagar la capilla a la que se adscribían, donde los enterraban, pagar las fiestas del Santo patrono y funcionaban como una caja de ahorro. Si las mujeres tenían prohibido tener dinero, no podrían formar una cofradía. Me da ilusión pensar que sí existió, pero fue ilegal, fue prohibida y fue secreta.
—Por lo mismo es difícil que haya registro de ello. A partir de ello entras al aspecto de la ficción, donde recreas, sin embargo, ¿cómo pudiste alimentar el texto con referencias históricas? En esta búsqueda, ¿encontraste algún vestigio sobre cómo ellas, al ser mujeres, tuvieron que abrirse camino en este sector?
—Está mezclado. Los que escribimos sobre todo novela histórica tenemos que ser tan buenos mentirosos que parezca cierto. Muchas de las cosas son tan fantasiosas que sí pasaron, por ejemplo, estos códigos de mujeres de señales. No les permitía hablar, pero les permitía escuchar, pensar y actuar de una manera discreta como el uso de los abanicos, de los listones en el pelo, en el sombrero, el moño, si llevaban la vela en la mano izquierda o en la derecha, todas eran señales para comunicarse y eso sí es cierto.
Sobre las referencias históricas de la época, me metí a leer desde Vicente Rivapalacio en la Historia de México y todo lo que pudiera encontrar de cierto periodo, porque nos enseñan que los indígenas estaban en Tenochtitlan muy lindos y todo el mundo los quería mucho, los conquistan, los someten y hasta la Independencia y la Reforma. Pero qué pasó 300 años en México. Siguieron viviendo, trabajando y la gente estaba muy convencida, no sabes la cantidad de gente que escribía, que estaba muy contenta —claro, estaban adoctrinados— cuando nacía un nuevo heredero del rey… había elegías al rey.
Esos documentos existen, se imprimían mucho. Era un motivo de gozo para todos los súbditos, aunque el rey estaba muy lejos de pertenecer a una Corona como la de España. Estaba toda América Latina, quitando a Brasil que era de Portugal, Estados Unidos era una colonia inglesa, un pedacito francés y otro holandés. Era el estándar y a nadie le parecía raro. Esto permitía que la gente tuviera trabajos. Llegaban los impresores, el primero fue Juan Cromberger —que nunca vino a México— y el primero que estableció la imprenta fue Juan Pablos, la viuda es Gerónima de Gutiérrez. En la ficción la moví, la recorrí 50 años para hacerla coincidir con las otras, a pesar de que las hago mayores a las demás, la muevo de años para que coincida con ellas y les muestre el camino. Cuando enviudó, mantuvo la imprenta del marido, mantuvo el monopolio de la impresión del secreto del Santo Oficio, mantuvo el monopolio de cartillas y esto después lo tuvo Paula de Benavides, entonces quise que se conocieran.
No sé si en la vida real se conocieron. Porque no hay nada, al no haber nada más que los nombres, te da pie para que todo lo demás lo construyas de una manera que sea creíble. Claro que tuve que leer interrogatorios de la Santa Inquisición, que los leía y parecen broma, y no, son preguntas reales. Por ejemplo, si le pones nombre al perro, yo le pongo nombre al perro porque si le hablo no viene; no lo bautizo como sacramento, pero sí le pongo nombres al perro o al gato.
Para armar todos los huecos, que había muchos por suerte, me tuve que inventar, pero hay material para buscar cómo se vivía en la época, qué se hacía; me fui a las construcciones, a la esquina de Santo Domingo, al portal, a la Catedral, al sagrario, al Palacio Virreinal que hoy es Palacio Nacional, que le metieron un piso más, y el balcón de la virreina se perdió, era de madera, hubo un incendio y se quemó. El Palacio de las cadenas quitaron las cadenas, pero todavía hay fotos de Guillermo Kahlo, el padre de Frida Kahlo, y todavía están las cadenas afuera de la Catedral. Hay cosas que todavía subsisten en esta ciudad.
—Es un periodo interesante, quien se asoma a textos de esa época puede dar cuenta de la manera en como vivían y recuperas un aspecto para quienes aman un libro: una industria naciente en la época novohispana con todas las implicaciones como traer libros prohibidos o que tienen que pasar antes por la Insquisición y el mercado negro. ¿Cómo te sumergiste en ese mundo y qué fue lo que más te llamó la atención, además de las impresoras?
—Para mí la novela histórica es como viajar en el tiempo. Imaginarme, por ejemplo, calles de agua, tenían poco menos de cien años que habían empezado a secar todo lo que rodeaba a Tenochtitlan, entonces había muchas calles que se inundaban y había puentes para cruzar de calle a calle. Imagina a qué olería eso con animales muertos, la lluvia, hojas, ramas, flores, todo lo que vaciaban de las bacinicas en la mañana. Cuando llovía, se limpiaba el ambiente, cuando había corriente, llegaban de Tlatelolco a Xochimilco las chinampas con productos porque así abastecían los mercados como la Viga.
Me gusta imaginarlo, viajar en el tiempo. Esa parte me pareció interesante. Aunque ya estábamos en pandemia, pude acudir a bibliotecas, a la de mi universidad, hay libros que no se pueden sacar, pero me dejaron verlos y sacarles fotos. Ves los textos de la época. La letra palatino me llamó la atención, es la mamá de la Times New Roman, es la letra que se usó en las imprentas de Gutenberg en 1400, es la misma letra, la palatinus o romana. Había pocas letras de las imprentas, se construían dentro de los talleres, tenías a una persona dedicada a fundir los tipos de metal porque se gastaban. Un tipógrafo tenía como una huella digital. Aunque no sabes de quiénes son porque se perdió el nombre, pueden identificarse a qué imprenta pertenecieron. Esa parte me parece fascinante, claro que a gente que se lo cuente se puede morir de bostezos, pero a mí, que me gustan los libros, esa parte me gustó tanto que dije realmente de ahí venimos y mira adónde estamos ahora.
—Das cuenta cómo pese a estar hablando de sucesos de hace 500 años existe todavía una violencia hacia las mujeres porque ni en las universidades se habla del papel que tuvieron estas impresoras
—Hay series o libros sobre Sor Juana, esta impresora imprimió cosas de Sor Juana. Era una de las maneras de ser libres: ser monja, ser monja con un padrino porque había de monjas a monjas. Monjas que tenían habitaciones con sus esclavas para la limpieza, la comida, sus libros e instrumentos de ciencia como telescopios. Ser viuda era una condición que te permitía la libertad, por eso me permito jugar con ello porque se vuelve una condición deseable. Quiero ser viuda, se vuelve un tema de cómo consigo mi independencia, manejar mi tiempo, mi dinero, mi espacio, mi cama, mi horario, pues una de esas maneras era ser viuda. Muchas lo conseguían porque los hombres siempre han tenido menor esperanza de vida y más en aquellas épocas, porque la medicina lo que hacía era envenenarte, no tenía ni idea de qué era lo que le afectaba a la gente y los hombres hacían un coraje y se morían, y entonces había muchas viudas; las calles estaban llenas de vestidos negros. Mujeres que enviudaron a los 14, 15 años, no te vayas tan lejos. Muchas se volvían a casar o las casaba el padre, el tío, sobre todo si había dinero involucrado, pero muchas otras, como estas, pudieron escoger no hacerlo, no volverse a casar.
—El tratamiento que le das absorbe desde un inicio, es un thriller. ¿Cómo fue el proceso de crear estas intrigas e hilar las historias?
—Cada quién tiene sus métodos, cada maestrillo tiene su librillo. Quiero contar la historia de estas mujeres de manera que sea emocionante, algo que a mí me gustaría leer. Quiénes son y qué van a conseguir, van a conseguir ser impresoras a pesar de las vicisitudes, a qué se van enfrentando y sin embargo van a conseguir el objetivo. No son ajenas, como no somos nadie, a la envidia, a los celos, al amor, al desamor, a la tristeza, al dolor.
Teniendo cada una su particularidad, hay un punto donde coinciden y les conviene unirse no solo para sobrevivir, sino para salir adelante y cubrirse entre todas. Esta es la parte en que las hago cofrades, a todas les conviene, porque les conviene en muchos sentidos, económico, social y de la vida porque si agarran a una, las queman a todas no solo por ser impresoras, sino por ser mujeres porque la quema de brujas era todo un tema.
—¿Hubo algún elemento que se te complicara por cuestiones históricas o de los personajes?
—Lo complicado fue cortar. Lo dejé en un año y meses calendario, y yo quería contar una historia de 40 años porque Paula de Benavides, cuando hereda la imprenta, consigue imprimir un libro en la imprenta y cuando ella muere, imprimen 70 por año. Quería meter eso y la verdad es que no, tienes que cortarle en algún lado o se va a volver interminable y será una saga de libros impresos. Había que cortarlo y acotarlo, esa parte de qué dejo afuera…
—Paula es el personaje que tiene un desarrollo más notorio…
–Es el más importante, cuando quedó viuda fundó una dinastía de impresores que duró dos siglos. Una bisnieta de ella imprime, María de Benavides, cuando el apellido Benavides se había perdido hace cien años, y sigue imprimiendo como María de Benavides. Pienso que es en honor a la abuela, se reconocen los trabajos, es como huella digital. Aunque los años no están o no coincidan, los nombres se repiten. Esta mujer debió de ser muy importante y enseñó a hacer eso a sus descendientas que también fueron viudas. Incluso sus nietas casadas con otros impresores siguieron con el negocio de la imprenta. Tejió una red y fue transmitiendo este conocimiento para que se mantuviera más de 200 años esa línea de impresión.
—Todo esto se vino abajo…
—Con la Revolución Industrial, cuando empiezan las imprentas de vapor ya más mecanizadas y más modernas, a principios del siglo XIX. Ya son máquinas viejas, mecánicas, de madera que ya no son prácticas, venden todo a una imprenta que se llama la Nueva Madrileña. Sus instalaciones todavía existen en el Centro, tienen nombre y es una librería muy reconocida en México hasta la fecha, a los que heredaron lo fueron comprando y comprando. Hoy en día existe una librería que imprime libros en el Centro que tiene algo que ver con esta impresora.
—¿Hasta dónde llegó su linaje o se perdió?
—Creo que herederos existen, pero el apellido se pierde porque va pasando de mujer en mujer; yo creo que hay gente que es heredera de ella y no tiene ni idea. Me gusta pensar que… bueno no creo, no hay familia tan antigua en este país, pero me gustaría pensar que sí porque a mí Paula me encontró, no yo a ella. Pero no la quise hacer solo a ella, quise que estuviera apoyada por otras. Sola no creo que consigue tanto, necesitas una red cercana y de saber dónde buscarla.