Indígenas matis del Amazonas viajaron durante 12 días en busca de la vacuna contra la COVID-19, dicen que su población es de aproximadamente 600 personas y no quieren que disminuya más.
Por Tatiana Nevo
Atalaia do Norte, Brasil, 30 abril (EFE).- En lo profundo del Amazonas brasileño, Pixi Isma y Kunnin viajaron durante 12 días, junto con otros 35 indígenas matis desde sus aldeas a orillas del río Branco, afluente del Amazonas, hasta Atalaia do Norte, el pueblo más cercano, con el único propósito de vacunarse.
En barcazas cubiertas, para protegerse de la lluvia durante el viaje, familias matis que salieron de sus “malocas” (viviendas) en la frontera con Colombia y Perú, viajaron por el río Javari hasta llegar a Atalaia do Norte y tomar la segunda dosis ya que los equipos de vacunación no llegan hasta sus aldeas.
Cuando las autoridades brasileñas fueron a ponerles las vacunas algunos de los hombres estaban en la selva cazando con arcos, flechas y cerbatanas, o en los ríos pescando para llevar comida a las “malocas” donde viven con sus familias.
Allí, las mujeres trabajan en la “chácara”, la granja donde cultivan vegetales y frutos, y tejen a mano y con hojas de caraná los techos sus viviendas, canastos, platos y hamacas.
“NO QUEREMOS MORIR MÁS”
“Al principio cuando salieron las vacunas tuvimos miedo. Después vimos que otros indígenas de otras regiones se pusieron la vacuna y tomamos coraje. Nuestro pueblo ha sido mermado, no queremos morir más sólo quedamos 600 en todo el valle del Javari”, explica a Efe Pixi Isma.
Después de su larga travesía fluvial, y de aparecer de imprevisto en Tabatinga, ciudad fronteriza con Colombia, en busca de las vacunas, los matis están atrapados en Atalaia do Norte con otras etnias porque no tienen ni gasolina ni dinero para retornar a sus aldeas.
“No tenemos comida, ni gasolina, la Funai (Fundación Nacional del Indio) no tiene como ayudar, nadie nos ayuda, queremos regresar a nuestras aldeas, algunos vinimos a vacunarnos, otros a arreglar documentación”, narra Kunnin, vocero de su comunidad, sobre su precaria situación.
Algunos venden artesanías pero con eso solo ganan de 10 a 50 reales (1.8 a 9 dólares).
La Funai, el departamento de asuntos indígenas del Gobierno brasileño, sufrió un recorte presupuestal de más del 60 por ciento lo que limita sus operaciones.
Luciano Rodríguez Kanamaris, un pescador conmovido por la situación de los indígenas, los recibe diariamente en su balsa y les brinda algo de lo conseguido en el día. “No tengo mucho para darles, pero los ayudo en lo que pueda, están aquí, se bañan aquí, compartimos y reímos un rato”, comenta.
LA IMPORTANCIA DE LAS TRADICIONES
Los niños matis pasan el tiempo jugando en el río y saltando entre las barcazas amarradas en la orilla. Marke, el hijo de Kunnin, tiene 16 años y acaba de recibir su primer “paut”, ornamento que se incrusta en uno de los lóbulos de la orejas y que representa su posición en la familia.
Pasarán algunos años hasta que le perforen la nariz con dos fibras negras de palma que simbolizan los primeros pelos que le salen en la cara a los mamíferos: “demush” y “vibrissa”. Cuando llegue ese momento, Marke ya no disfrutará jugando a la orilla del Amazonas con otros niños.
Para que estos niños puedan lucir sus “septos” en la nariz y el “detashkete”, hecho con la parte más plana de una concha de caracol, en el lóbulo de sus orejas como lo hace Pixi Isma, deben alcanzar una madurez media.
Los rituales de los matis son tan importantes como las tareas diarias. Dan sentido de pertenencia y posición en la tribu y hablan de la madurez de sus integrantes, de las cosas que se esperan de ellos y de las obligaciones; también del orgullo y jerarquía.
No es sino hasta cumplir 19 años que hombres y mujeres han modificado casi en su totalidad su cuerpo, lo han provisto de sortilegios y protecciones con la “musha” un tatuaje de seis líneas en sus mejillas que representa los pelos y la fuerza del jaguar.
Otras dos en la sien simbolizan los caminos que deben recorrer y dos más en la frente, que son el río Amazonas y sus afluentes, son líneas que los guían para que no se pierdan y siempre puedan volver a sus aldeas.
PASOS HACIA LA OCCIDENTALIZACIÓN
“Históricamente los pueblos indígenas del Javari no vivían a las orillas de los grandes ríos, vivían muy adentro del territorio, pero entre más contacto, más cerca se quedaron del río para continuar el trueque y las ventas”, explica a Efe el antropólogo Thiago Arruda Ribeiro, de la Universidad Federal de Santa Catarina.
Con el paso del tiempo, los matis han ido dejándose ver cada vez más y comenzaron a hacerse con barcos de motor, aunque sigue siendo insólito verlos en núcleos urbanos.
“No vienen siempre, acuden a veces a comprar herramientas para cazar y pescar. Vienen, compran y vuelven, no se quedan en el pueblo”, asegura Ribeiro, quien ve “muy importante” que hayan decidido venir hasta Atalaia “porque demuestra que ellos están interesados en vacunarse, lo que parece obvio pero no lo es ya que en muchos lugares los indígenas tuvieron miedo de la vacuna”.
Los matis fueron contactados por primera vez a finales de 1976, durante la construcción de la perimetral norte, vía con la que se pretendía unir la Amazonía brasileña, obra que no fue concluida pero que causó un impacto devastador en este pueblo, ya que el 3 por ciento de ellos murió por epidemias de malaria, sarampión o gripe.
A pesar de las amenazas de todo tipo, los matis resisten y permanecen inmunes a la COVID-19 pues de momento no se ha registrado un solo caso en sus aldeas.