CUENTO | Puerta abierta: “Un hombre se acercó y le pidió una moneda. Mario le obsequió un billete”

30/04/2019 - 2:30 pm

SinEmbargo comparte Puerta abierta, un texto de Miguel Ángel Santos Ramírez. 

Por Miguel Ángel Santos Ramírez 

Ciudad de México, 30 de abril (SinEmbargo).– Mario despertó y sintió el mismo vacío de siempre. Afuera existía la misma monotonía, la misma luz, el mismo sol. Las aves entonaban horribles y armoniosas melodías, notas y acordes que resultaban molestos por su belleza y perfección.

Se vistió, se peinó y ensayó una falsa sonrisa con la única intención de pasar inadvertido. Salió y el sol se reflejó en sus ojos, casi los quemó. No le gustaba estar fuera.

Un hombre sucio y desarreglado se le acercó y le pidió una moneda. Mario sonrió y le obsequió un billete de gran valor económico. Muy agradecido, el hombre se fue, no sin antes sonreírle y desearle un buen día a Mario.

La mañana continuó su curso. Mario se dirigió a su escuela cargando una pesada mochila, deseando deshacerse de ella. Caminó hacia la parada de autobuses. Cuando estuvo ahí, vio pasar cinco de ellos, pero no se pudo subir por lo atascados de gente que estaban. Se volteó y empezó a caminar de regreso a casa, ya era tarde y no llegaría a tiempo a la escuela.

A Mario se le ocurrió una idea divertida. Tomó su mochila y la abrió. Mientras caminaba, empezó a sacar cuaderno por cuaderno y a lanzarlos uno a uno hacia la calle; reía a carcajadas, no le importaba que la gente se le quedara viendo. Cuando lanzó el último, se percató de que un pequeño y simpático perro lo seguía, entonces se agachó para saludarlo.

—Hola, amigo.

El perro empezó a sacudir graciosamente la cola.

—Veo que eres feliz —acarició al perro.

El perro seguía en su misma postura, pero más animado.

—¿Podrías compartirme algo de esa felicidad?

El perro continuaba moviendo la cola.

—Ya veo…

Mario se quedó un rato acariciando al perro mientras contemplaba su cola. Veía la secuencia repetitiva de sus movimientos. A veces, la cola era ágil, a veces, torpe, pero siempre volvía al mismo punto. Al final todo volvía a ser igual.

—Muy bien, amigo, tenemos que despedirnos, cada quien debe seguir su camino —Mario acarició de nuevo al perro y después se levantó. Empezó a caminar, pero se dio cuenta de que el perro no quería separarse de él—. Vamos muchacho, es hora de irte —le dijo y se quedó parado con el brazo estirado para indicarle al animal que se alejara. Después de varios intentos de Mario, el perro se alejó.

Mario al fin comprendió todo. Siguió su camino, decepcionado. Pasó toda la mañana, toda la tarde y toda la noche caminando sin rumbo. Al final del día murió. Pero el muy estúpido dejó abierta la puerta de su casa.

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