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Julieta Cardona

30/04/2018 - 8:39 am

Emigrar

Es luna llena. Hace ya algún rato que saliste de tu cascarón y te entregaste al mundo y sus ganas de hacerte trizas. Tenías que moverte, ¿no? Tu hermana vino a decirte que no está bien seguir el en mismo lugar que hace un tiempo.

“Hace ya algún rato que saliste de tu cascarón y te entregaste al mundo y sus ganas de hacerte trizas”. Foto: Especial

Es luna llena. Hace ya algún rato que saliste de tu cascarón y te entregaste al mundo y sus ganas de hacerte trizas. Tenías que moverte, ¿no? Tu hermana vino a decirte que no está bien seguir el en mismo lugar que hace un tiempo. Que si las estrellas se mueven y las ballenas, las mariposas, los antílopes, las focas, las langostas, las golondrinas y los leones marinos emigran y la tierra se mueve y las plantas respiran y los panaderos amasan el pan y los pájaros cantan aunque el viento sople en contra y los cocos caen de las palmas y los vecinos atormentan con su rutina exhibicionista de sexo mecánico estampando la lengua en la ventana y las águilas sobrevuelan el océano y los árboles se besan las raíces (o se enredan, pues, para siempre) y que si, físicamente, todo se mueve, tú también debías. Entonces comienzas, qué sé yo, a establecer dos que tres cosas, dos que tres pláticas, dos que tres citas. Has vuelto al ruedo de la soltería. Y, bueno, algo lo mismo de siempre. Medio te enganchas con esta chica: piel blanca como las nubes blancas y ojos azules con destellos grises –ojos color glaciar– y con manos, según tú, frías. Comienzan los encuentros largos, salen las diferencias: que no le gustan las manzanas, ni el gin tonic –incluso acentúa onomatopeyas cuando hablan de ginebra: guac, dice–, ni el cine europeo –yo de esas cosas no entiendo, dice–, ni cocinar en casa o pasar tiempo en casa –a mí no me hables de prender la estufa, dice, ni de sentarnos en el balcón a esperar, ¿qué, la tarde?–; luego salen las cosas en común: ninguna tiene cuenta en Nexflix, ambas usan detergentes biodegradables –salvemos el planeta, dice, sí, repites orgullosa–, no comen carne –las dos tienen mil razones, las dos asienten, las dos quieren, como es su sueño, salvar al planeta; y también son hijas del cosmos –aúllan en luna llena, menstrúan en luna llena, meditan frente al mar en luna llena y huelen a pachuli–. Esto, respiras profundísimo y continúas diciendo, se siente bien, y sigues soltándote. La muchacha te prueba que sus manos son cálidas, así que le pides perdón por tus prejuicios –no es nada, amor, dice– y un día, en un abrir y cerrar de piernas, te manda a la mierda porque, como es natural, contigo se dio cuenta de todo lo que no quería. Algo, el corazón te duele algo, pero sigues moviéndote. Recuerdas las palabras de tu hermana. Y sigues. Dos que tres citas. Gente. Más cosas en común. Más tonterías. Más besos. Más interés. Una copa de vino. Algo más verdadero. Menos miedo. Menos confusión. Menos trampas. Una cita a ciegas. Menos romances de mentiritas. Y pasa que un día, como si hubiese sido un chasquido de dedos, un parpadeo o un caballo derecho de tequila, un día estás lista: sales a la calle y, santa madre del cielo santa María Magdalena redentora ruega por todos los no pecadores, te has movido de lugar.

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