“El maestro de la nota roja”, “el niño fotógrafo”, “el hombre que vio demasiado” o “el fotógrafo de la muerte”, como se le quiera llamar, Enrique Metinides es uno de los fotoperiodistas más importantes de México, y mientras que muchos ubican sus estéticas y a la vez tétricas imágenes, poco se sabe de sus inicios.
Por Moramay Herrera Kuri
Ciudad de México, 20 de abril (SinEmbargo).- Enrique Metinides, el maestro de la fotografía de nota roja, cumple este año siete décadas de labor periodística. Como un reconocimiento a su trayectoria, la cineasta Trisha Ziff estrenó recientemente el documental El hombre que vio demasiado. Así mismo, el Foro Museo Cuatro Caminos montó una muestra de lo más representativo del llamado “fotógrafo de la muerte”.
Muy pocos saben sobre el pasado del fotógrafo, sus orígenes, y de cómo sus padres se quedaron a vivir en México de una manera accidental.
“Mis padres nacieron en Atenas y se vinieron a México. Pasaron por Veracruz porque iban de luna de miel a Houston; allá vivía un hermano de mi papá. Entonces en Veracruz les robaron el equipaje con todo y dinero, y ya no pudieron regresar ni a Grecia ni ir a Estados Unidos porque no tenían papeles, les robaron todo. Pero mi mamá vendió una cadenita de oro que traía cosida a su ropa y que se la había regalado mi abuela, y así fue como se vinieron a la Ciudad. Aquí en la capital había otros griegos y se hizo una comunidad, entonces estalló la Primera Guerra Mundial y ya no pudieron regresar nunca. Yo nací aquí igual que mi hermana y un hermano. Ésa es la historia de mis padres”.
Amable, con una vitalidad que envidiarían muchos jóvenes reporteros, Metinides relata su primer encuentro con una cámara fotográfica.
“Yo empecé como un juego desde los nueve años, porque mi papá vendía cámaras y rollos. Tenía un negocio en Avenida Juárez junto al Hotel Regis, entonces cuando tuvieron que cerrar todos los negocios que había ahí, puso un restaurante y se quedó con las cámaras y me regaló una con bolsas de rollos. Y aprendí a tomar fotos viendo cómo le hacía mi papá cuando nos retrataba a nosotros. Él me dijo cómo meter el rollo y todo, porque además era una cámara que se tenía que poner horizontal o vertical según la foto que quisieras tomar, se hacía click y se le daba vuelta al rollo”.
Sobre la manera en que formó su particular imaginario y de cómo contactó con en el mundo de la nota roja, recuerda:
“Lo que en realidad sucedió es que yo me iba al cine y veía películas de gánsteres. Yo me iba a ver películas de éstas, Al Capone, El enemigo público número uno y por el estilo. Entonces, ya teniendo una camarita, yo quería tomar fotos como en las películas porque había accidentes, balaceras, incendios y de todo. Desde ahí se me metió la idea en la cabeza, y entonces tomaba fotos de carros chocados que estaban afuera de las delegaciones de policía. Recuerdo que en el restaurante de mi papá yo les enseñaba las fotos a los clientes; entonces iba a comer gente del Ministerio público, autoridades de la séptima delegación, y a ellos les gustaron mis fotos y me dijeron: ‘Si quieres vente con nosotros a la delegación y tomas fotos ahí’, y así empecé a retratar a los detenidos, a los muertos, pleitos, y todo lo que se ve en una delegación. Pero fíjese qué diferencia de ahora: yo, un niño, me dejaban tomar fotos de detenidos en la delegación de policía sin ser de ningún periódico”.
También rememora un día en que siendo niño, reporteaba por afición un accidente automovilístico y de pronto se acercó un fotógrafo de La Prensa. A la pregunta de por qué tomaba fotos, Metinides respondió: “porque las colecciono”; de esta forma entró al universo periodístico:
“Me dio sus datos, lo fui a ver y le gustaron mucho mis fotos. Y me dijo: ‘oye, ¿quieres irte a trabajar conmigo?, ¿cuántos años tienes?’, yo le respondí que iba a cumplir diez años y me respondió: ‘pues pide permiso en tu casa’. Pero yo nunca pedí permiso, mis papás pensaban que estaba yo en la escuela o jugando, y en realidad estaba tomando fotos de choques y de muertos. Por eso entré al círculo de los periódicos, por él. Entonces íbamos al Hospital Juárez, que era donde hacían las autopsias, íbamos a Lecumberri, a la jefatura de policía, a la procuraduría, a la central de bomberos. Y yo me subía a los carros de bomberos, y ahí iba yo, a los diez años, y tomaba unas fotos que luego publicaban en primera plana con mi nombre”.
Quizás en la historia de la fotografía en México, la historia de Metinides sea única. ¿Cómo era la vida de un niño cuyas fotos se publicaban en los periódicos más leídos del país?
“Mi primera foto me la publicaron poquito antes de cumplir los once años y sentí mucha emoción. Me llevaba yo el periódico a la escuela, a la primaria, que por cierto la hice en ocho años, por no ir, por andar tomando fotos. Entonces le enseñaba el periódico a los amigos, al maestro, y luego el maestro me llevaba con el director de la escuela para presumirle que tenía un alumno que era fotógrafo de periódicos. Pero era todo de juego: en vez de jugar con una pelota, jugaba yo con mi cámara que era una Brownie. Esa cámara la usé como unos tres o cuatro años”.
Metinides dice que en vez de ir al parque, como todos los niños, su pasión consistía en pasearse con su cámara por los lugares donde desfilaban los heridos y muertos.
“La Cruz Roja estaba en la Colonia Roma, entre Monterrey y Durango, y ahí mandaban a mi hermano a buscarme. Yo tomaba fotos con el fotógrafo de La Prensa, y salíamos en las ambulancias. Entonces me dijo un día: ‘Oye, dice el director que si quieres quedarte en la Cruz Roja, tú con tu camarita y tomas fotos’, pero no me pagaban nada, los rollos me los compraba mi papá, o los compraba con mi domingo. Mis papás me daban dinero y yo de ahí compraba mi rollo y tomaba fotos. Me empezaron a pagar hasta que entré ya de planta a La Prensa, pero para eso pasaron dieciséis años, porque iba a la escuela, a la secundaria y a la academia. La verdad a mí no me interesaba trabajar sino tomar fotos”.
Ahora bien, ¿cómo se enteraba el reportero adolescente de los siniestros con la precaria tecnología de hace seis décadas?
“Yo compraba los periódicos, porque el puesto estaba en la puerta del restaurante de mi papá. Entonces veía ‘ah mira, ahí hubo un choque’, apuntaba la dirección y me iba en camión a donde había sido el accidente. ¿Sabe qué pasaba antes? Que a los carros no los recogían hasta que los peritos comprobaran quién había tenido la culpa. Solamente que estuvieran estorbando, o algo así grave, se los llevaba la grúa. Era la costumbre de antes. No como ahora que se los llevan y cuando llegan los peritos no saben cómo venía el coche ni de qué calle. No saben nada: todo lo arreglan con las aseguradoras”.
Metinides recuerda que su mentor fundó la que quizás es la publicación de nota roja más popular en nuestro país: La Alarma.
“Después de un tiempo, me dijo el fotógrafo éste que ya era el director de la revista Alarma, y que me pondría en el directorio como jefe de fotógrafos porque yo era el único. Él agarraba fotografías mías y dibujos para hacer la revista, pues además tenía un buen grupo de dibujantes. Antes no se publicaba la foto de un crimen, del muerto, sino una caricatura de cómo había sido el momento. Por ejemplo, de una mujer que habían matado, hacían un dibujo, me acuerdo bien, de cómo iba huyendo y llorando antes de matarla. Eran dibujos padrísimos, una cosa increíble. Yo ganaba 35 pesos a la semana, tenía yo 14 años y ya me pagaban. Así comenzaron a mandarme a tomar fotos de accidentes”.
Otra etapa de la carrera profesional que pocos conocen de Enrique Metinides, es su faceta como fotógrafo de deportes y espectáculos.
“Un tiempo me mandaron a hacer fotos de deportes, de baseball, basquetball, futbol americano y un día me dicen: ‘oye, ya no tenemos fotógrafo de espectáculos y ahora te va a tocar ir a ti’. Y así conocí todos los estudios de cine, los cabarets, los teatros y a todos los de la ANDA [Asociación Nacional de Actores]. Esos eran los cuatro puntos. Conocí a Pedro Infante y a Cantinflas, a quienes les tomaba fotos y con quienes platiqué mucho: me decían ‘háblame de tú’. Retraté a Andrés Soler, María Elena Marqués, Miguel Torruco, Juan Orol, Joaquín Pardavé, a todos los artistas de aquella época. El mundo de la entrevista era muy distinto porque nunca se metían con la familia, y ahora hasta se meten con los hijos”.
La memoria del fotógrafo guarda muchas escenas: los inicios del hundimiento del Palacio de Bellas Artes, los años del Cine de Oro mexicano, el sismo del 85. Con orgullo, Metinides subraya que está catalogado como el fotógrafo profesional más joven del mundo. Esto, señala, tenía ventajas (como el que las actrices lo consideraran un niño, permitiéndole presenciar cómo se vestían), pero también había desventajas:
“Al principio en la Cruz Roja me prohibían muchas cosas, porque como yo era menor de edad, no me podía subir a las ambulancias. Me aceptaban porque me mandaba La Prensa y había mucha comunicación con los medios. El jefe de la Cruz Roja me hizo una credencial para poder tomar fotos. A un chofer de ambulancias le pedí prestado su uniforme para retratarme; me prestó todo, pero el gorro me quedaba grande porque estaba yo muy chamaco. Fui a un estudio que conocía mi papá, a dos cuadras del restaurante y al gorro le pusieron un gancho de ropa para tomarme la foto. Entonces tenía 12 años y todo era diferente. Hoy en día si llegas a la Cruz Roja no te dejan tomar fotos; si te subes a un camión de bomberos te detienen porque es propiedad privada. Es un asco. Ahorita todo es un asco. Todos están en contra del periodista. Sólo cuando les conviene están con los periodistas”.
Entre las múltiples formas que adquiere la muerte, a Metinides le interesa el suicidio, los escenarios, las frases que surgen justo antes de emerger.
“Los suicidas se convierten en poetas antes de morir. Un muchacho estaba agonizante encima de la tumba del padre allá en el panteón de Tacuba; había ingerido pastillas. A un lado había una hoja con una piedra encima; era una carta que decía: ‘Mi papá es lo único que tengo, lo quise mucho y ahora que ha muerto me siento muy solo. Es la razón por la cual me suicido’. Y cartas así, como la de una señora que se suicidó en un árbol. Es toda una historia porque a esta mujer el marido le quitó a su niña de nueve años, y cuando la hija cumplió 15, la señora quiso ir a su fiesta y no la dejaron entrar. ¿Y qué cree que hizo? Se fue hasta el bosque de Chapultepec, se metió al bosque y luego le preguntó a un policía cuál era el árbol más antiguo. Y el policía le respondió: ‘ah pues se va aquí todo el caminito frente al castillo y ahí lo encuentra, es un árbol así y asado’. Y ahí se colgó. Yo platiqué con el policía. Cuando bajaron el cadáver, en su bolsa había una carta que decía: ‘Mi marido me quitó a mi hija cuando tenía nueve años y hoy que cumple quince, no me dejó verla, por eso me vine a suicidar. No se culpe a nadie’. Y en medio de la carta la foto de la niña de cuando tenía 9 años”.
Setenta años cubriendo asesinatos y accidentes han blindado a Metinides contra el sentimiento de sorpresa. Los eventos que ha presenciado desafían cualquier ficción. De su museo oscuro, extrae las escenas más devastadoras.
“Una ocasión, aquí en Tacubaya, una pipa de gas del tamaño de un tráiler doble, chocó con un árbol. Se empezó a salir el gas y yo llegué a tomar fotos, pero había muchísima gente. Entonces lo que hice fue subirme a una azotea para tomar todo desde arriba. Desde ahí vi que los bomberos estaban tapando el hoyo por donde se fugaba el gas, y en eso se hizo una nube que se metió a las casas. La gente se caía desmayada, intoxicada por el gas. Era una cosa horrible. Cuando trataba de bajarme del edificio que tenía tres pisos, de pura suerte, en ese momento explotó la pipa. Murieron 115 y mil 500 quemados. Ahí se quemó otro fotógrafo de La Prensa que estaba conmigo y se murieron dos bomberos, y hasta el chofer de la ambulancia de la Cruz Roja se quemó. Eso nunca se me va a olvidar.”
Le pedimos al fotógrafo veterano que hiciera una breve síntesis de los percances que ha sufrido a lo largo de su larga carrera. El recuento habla por sí mismo.
“Mire, tengo 19 accidentes de muerte. Tengo un infarto, me estuve muriendo. Tengo siete costillas rotas porque me atropellaron dos veces. Me caí a barrancos dos veces, me volqué en ambulancias, en carros, en choques, porque nos íbamos a barrancos tomando fotos. Por eso, cuando me preguntan sobre mis miedos les digo que tengo 133 años, ¿sabe por qué? Porque me he accidentado de muerte 19 veces, y si los gatos tienen siete vidas, son 19 por siete da 133. Pero aparte tengo muchos accidentes en los que no me pasó nada. Estuve sepultado seis horas en un derrumbe, estuve perdido dos días en el Popocatépetl cuando fui a retratar un accidente aéreo”.
Aunque Metinides lo ha vivido todo, también hubo acontecimientos que su cámara no pudo capturar.
“A mí me hubiera gustado retratar el 9/11. Además, estoy seguro de que me hubiera muerto ahí. Porque yo me hubiera metido. A mí no me gustaba estar afuera. Yo, como era muy amigo de todos los bomberos, de las ambulancias, porque yo los ayudaba, me hubiera metido. Porque ahí murieron fotógrafos. ¿Usted cree que yo me hubiera quedado ahí a dos cuadras tomando fotos?”
Enrique Metinides habla de la poca ética de la nota roja actual, del arte con que el reportaje antiguo tocaba a un crimen por medio de detalles, “la fachada de la casa, el arma homicida, el cadáver tapado con una sábana”: “Nunca se publicaba la foto del cadáver, menos a color, o la cara se retocaba. Si estaba desnudo o medio desnudo, se retocaba la foto, se le vestía, se le pintaba ropa, y no se notaba que estaba desnudo.”
Emocionado, el fotógrafo habla del reciente documental que han hecho en torno a su vida y obra, El hombre que vio demasiado. Menciona que a pesar de haber andado muchos años los terrenos de la muerte, hay un miedo que lo ha acompañado toda su vida: el miedo a volar. “A las exposiciones que me han hecho en todo el mundo no he asistido por este miedo. Ni la tierra de mis padres conozco, toda mi familia ha ido y me pudieron haber llevado y yo soy el único que no he ido a Grecia”.
Metinides insiste en que no tiene miedo a la muerte salvo a morir quemado. Confiesa que es vegetariano porque lo traumatizaron las miles de autopsias que presenció: “Los abren, les sacan todo, les sacan los sesos. Es horrible”.
A sus 82 años, Metinides recuerda la casa donde creció, en la calle de las Vizcaínas, cerca del cine Teresa. Fue en la azotea de esa casa, subraya, donde adquirió el miedo a volar: “Estábamos jugando todos en la azotea cuando dos muchachos más grandes que yo me agarraron, uno de la mano y otro del pie y me colgaron a la calle desde el séptimo piso para vacilarme, para jugar conmigo. Si me hubieran soltado me hago pedazos”.
Pero no lo soltaron, la suerte lo ha acompañado desde entonces y Metinides es consciente de ello: “Solamente voy a volar cuando Dios diga”.