Gustavo De la Rosa
30/03/2024 - 12:04 am
La historia no se termina, el olvido la reinicia
Y así fuimos ganando democráticamente el poder en espacios que antes parecía imposible y los ejemplos de recuperación del poder por los capitalistas salvajes en el Ecuador, Bolivia, Perú, donde tuvieron que acudir otra vez a la fuerza, parecía darnos la razón, ellos necesitaban la fuerza la violencia el crimen para retomar el poder, nosotros necesitábamos elecciones libres y democráticas para seguir avanzando.
Milei, Videla, Pinochet, Díaz Ordaz: son la misma gata, revolcada en el mismo estiércol.
Todavía quedamos activos en la política, bastantes compañeros de la generación de 1960: 65 años después debemos hacer una reflexión acerca del papel de los procesos electorales como liberadores los trabajadores.
Teníamos entonces, y tenemos todavía la convicción y la toma de posición histórica, de que solo el camino al socialismo conduce a la liberación completa del ser humano.
En aquellos años luchamos en la calle, en el campo, en las fábricas y algunos con las armas en la mano, para tomar el poder y cambiar el rumbo de la conducción del país, para construir un mejor futuro.
La respuesta del sistema fue terrorífica, todavía tenían en la mente las prácticas seguidas por Adolfo Hitler en la Alemania de los 30 y primeros 40, y con la bendición, tolerancia e incluso complicidad del Gobierno norteamericano, defendieron a sangre y fuego su sistema, con la ideología maniquea de la lucha contra el comunismo, de tal suerte que todo lo que no fueran ellos y sus cómplices eran comunistas, y a los comunistas había que tratarlos bajo la consigna de que el mejor comunista era el comunista muerto.
El Sistema que defienden está basado en la explotación del trabajo asalariado, donde el capital se apropia de una buena parte del valor producido por los obreros en las fábricas y esa parte de salario no pagado –la plusvalía– es la reproductora de su capital.
De 1970 a los primeros años de los 80, ejercieron su poder y aplicaron su economía diseñada por economistas con todo el apoyo a la iniciativa privada, bajo la idea de que solo la iniciativa privada podía desarrollar la economía de un país, pero en los países de América del Sur y México incluido, no se había desarrollado una clase social financiera lo suficientemente fuerte para transformar el papel de los países latinoamericanos en competidores del mercado mundial con mercancías y productos.
Al faltar capital privado para invertirse en las sociedades hispanoamericanas, fue el capital del estado el que se inyectó a través de las empresas privadas para que impulsaran sus negocios, fundamentalmente basados en la explotación de la naturaleza y la venta de sus productos en el mercado mundial y la compra en el mismo de las mercancías producidas.
Este sistema pernicioso generó un mundo de corrupción, porque la transferencia de dinero público al mundo privado se hacía mediante la conformación de grupos que vinculan los negocios y el poder político. Y estos grupos tienen tendencias monopólicas, lo que elimina de inicio la incorporación de nuevas empresas de la iniciativa privada que tengan capital propio, de tal suerte que el mejor negocio es la corrupción del estado a favor de grupos selectos de negociantes privados
Ellos, para defender su sistema de privilegios, acudieron a los golpes de Estado, a las fuerzas militares, a las guerras de crimen de Estado.
Y aunque golpeados, teníamos la convicción de que los habíamos derrotado en la historia y que solo necesitábamos ir estableciendo modelos electorales democráticos e imparciales en cada país y que en esas condiciones tomaríamos el poder pacíficamente, y podíamos evitar los amargas experiencias de las revoluciones francesa, rusa y mexicana.
Ellos, los defensores del sistema económico de explotación de los trabajadores, habían llegado a tales excesos, habíamos pagado tan alto precio y lo que hicieron, había calado tan profundo, que las ideas del capitalismo salvaje habían pasado a la historia.
En 50 años de lucha habíamos aprendido que ahí donde los fuéramos derrotando, los íbamos mandando al basurero de la historia, de donde no regresarían. Igualmente en ese largo tiempo habíamos cambiado nuestra perspectiva estratégica, podíamos ganar las elecciones pero no cambiar el sistema en el corto plazo, la prioridad urgente era disminuir la desigualdad y empoderar a los pobres y a los pueblos originarios.
Y así fuimos ganando democráticamente el poder en espacios que antes parecía imposible y los ejemplos de recuperación del poder por los capitalistas salvajes en el Ecuador, Bolivia, Perú, donde tuvieron que acudir otra vez a la fuerza, parecía darnos la razón, ellos necesitaban la fuerza la violencia el crimen para retomar el poder, nosotros necesitábamos elecciones libres y democráticas para seguir avanzando, poco a poco. Casi habíamos conceptualizado un silogismo: los progresistas necesitamos elecciones libres para tomar el poder, los reaccionarios solo pueden acceder al poder la fuerza de las armas, habíamos cambiado la lógica de los 60, sólo mediante la violencia revolucionaria se podía tomar el poder y ellos por su lado ganaban las elecciones.
Si algún país hizo un enorme esfuerzo para mantenerse dentro de los cauces del derecho y de la democracia fue Argentina. Y a cambio era el país que había desarrollado mayores y mejores prácticas para el establecimiento de un Estado de bienestar. Incluso Argentina había desarrollado un modelo político de intercambio del poder, donde los antagonistas actuaban sin olvidar los trágicos acontecimientos de los 70.
Pero apareció Milei, una caricatura sudamericana de Donald Trump, y con su ejemplo a seguir, rompió con toda la cortesía, el respeto con sus competidores, con las reglas mínimas para gobernar con decencia.
Nosotros, seguros que “todo aquel que supiera de las madrea de mayo” lo rechazaría, sonreíamos al escuchar sus tonterías, sus bravuconadas y sus ofertas imposibles de convertirse en realidad. Era fácil comprender que era el mismo lenguaje de las armas y los militares de los 70. Sorprendentemente con el lenguaje y la violencia con la que pretendía ganar las elecciones, era imposible que los ciudadanos argentinos no recordaran la tragedia que habían vivido, pero algo sucedió en estos últimos 20 años, llegó el olvido, el individualismo se apoderó de la ciudadanía y votaron por Milei. La historia no había terminado, un pueblo la había olvidado.
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