Gisela Pérez de Acha
30/03/2014 - 12:00 am
Lo chingón de debatir
Hace algunos días, un profesor mío citó a Octavio Paz. La frase no deja de darme vueltas en la cabeza. Decía el poeta, al hablar de la política mexicana que: “Una de las razones de nuestra incapacidad para la democracia es nuestra correlativa incapacidad crítica.” Creo que tiene razón. He estado pensando esto por la […]
Hace algunos días, un profesor mío citó a Octavio Paz. La frase no deja de darme vueltas en la cabeza. Decía el poeta, al hablar de la política mexicana que: “Una de las razones de nuestra incapacidad para la democracia es nuestra correlativa incapacidad crítica.” Creo que tiene razón.
He estado pensando esto por la discusión de las últimas semanas. Por si se perdieron el chisme, se los cuento rápido. Hace dos semanas escribí dos textos sobre Democracia Deliberada, una corriente partidista que hace poco se adhirió al PRD por la vía litigiosa. En el primero hago una analogía entre ellos y la Corriente Democrática de Cuauhtémoc Cárdenas; en el segundo digo que su lenguaje es demasiado técnico e impide dialogar con los ciudadanos. Los invité a debatir. Me dieron respuesta en tuiter y me invitaron a su reunión de los martes en el Salón Covadonga. Hoy escribo lo que pensé al salir de ese lugar.
Me parece súper importante cuestionarnos sobre las reglas del debate y la importancia del mismo porque -y a riesgo de sonar cursi- somos las generaciones que siguen, los responsables de que lo jodido se transforme.
El inicio del cambio es aprender a debatir…
Sabía que entraba a un foro donde iba a “perder.” Que hablaba un lenguaje muy distinto al de ellos, y que era yo sola contra veinte (más unos diez tuiteros muy atentos). Fui a escuchar, y a debatir por el puro placer de hacerlo. Estuvo chingón. Me encantó el debate humano que se sale de la frialdad de las redes sociales y los 140 caracteres. Sin duda alguna, todos los integrantes de Democracia Deliberada son grandes adversarios en el esgrima de las visiones sobre lo político. Y esto se los agradezco enormemente porque al final, me hicieron aprender.
El debate duró más de dos horas. Salí cansada. Defendí lo mío hasta el final. Así es mi estilo. Me llevé lecciones. Refiné argumentos y consolidé posiciones.
Mientras me tomaba una cerveza al final de la sesión, me preguntaba qué tanto somos el síntoma del sistema político que hemos heredado. ¿Qué tanto aquel debate fue reflejo de una realidad más grande? ¿Qué tanto repetíamos patrones? Pedí un mezcal y entonces me llegó una segunda pregunta, aún más importante: ¿Cómo hacerle para aprender a debatir? ¿Qué reglas vamos a proponer?
Me entristece ver cómo los mexicanos nos enfrascamos en la crítica como un insulto personal. Criticar es entender, y en esa medida, admirar. Sigo pensando en la frase de Octavio Paz… admito que a veces soy demasiado idealista (o poco realista, que es lo mismo):
Entre las reglas del debate, me imagino una prensa con la combinación perfecta entre información y crítica. Con reportajes amplios, columnistas que se pelean con el gobierno y un público enganchado en la conversación. Tiene que ser la prensa. Por la época en que vivimos, los medios son el espacio público por excelencia: los interlocutores entre ellos y nosotros, la élite política y los ciudadanos.
Los tiempos han cambiado. Ahora el control democrático y la representatividad ya no se pelean en las elecciones, sino en el discurso sobre lo que es la realidad, y son los medios los que la maquillan. ¿Qué tan diferente sería nuestra democracia si en lugar de filias y fobias discutiéramos públicamente las leyes y reformas priistas en clave de diálogo?
Por eso imagino medios que debaten. Si la democracia es la erosión de las certezas, sólo el debate plasma con justicia la falta de verdades absolutas y sólo la crítica cuestiona la cerrazón y el estancamiento.
Es triste de nuevo, que no sean más que imaginaciones. Es cierto que legalmente hablando (ojo), la libertad de expresión protege insultos, y descalificaciones. Pero en el plano político las reglas del debate sí importan. Tal vez nos faltó revisarlas el martes pasado. Cualquier debate con reglas desiguales, por principio empieza con el pie izquierdo. Así también, un debate que descalifica inhibe las críticas futuras.
Como futuras generaciones, ¿queremos que nuestro debate político se de en la rapidez tuitera que le quita elocuencia y permanencia a las críticas? O del otro lado de la moneda, ¿vamos a seguir discutiendo en foros hechos de aplausos artificiales?
Para las élites políticas quien no los alaba no existe. Pero sí existimos.
Imagino el debate como el juego activista de la nueva política. El ejercicio tan sano de disentir y criticar. Se trata de no estar de acuerdo y expresarlo aunque no sea un silogismo perfecto. La oposición empieza ahí.
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