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Francisco Porras Sánchez

30/01/2022 - 12:02 am

Revisitando 1984

“Es claro que Orwell logró identificar atributos de la posmodernidad que, llevados hasta las últimas consecuencias en su novela, tienen el potencial de generar distopías autoritarias”.

1984 de George Orwell. Foto: Especial

Recientemente he regresado a 1984 de George Orwell para re-descubrir su pertinencia en estos tiempos que, por más de una razón, han sido catalogados como Orwellianos. Por esto no quiero decir que nos encontramos viviendo en tiempos distópicos, aunque es posible que alguien piense que el cambio climático, la crisis de la representatividad y legitimidad de las democracias, y el giro hacia el autoritarismo, presentes en muchos lugares, son prueba del fracaso de las utopías.

Sin embargo, es claro que Orwell logró identificar atributos de la posmodernidad que, llevados hasta las últimas consecuencias en su novela, tienen el potencial de generar distopías autoritarias. Uno de estos atributos es el uso del lenguaje como un instrumento de represión y construcción de hegemonías. El poder omnipresente del Gran Hermano se mantiene a través de la guerra permanente; de las telepantallas inescapables que constantemente transmiten propaganda, que no pueden ser apagadas y que también sirven para vigilar a las personas; la estructura gubernamental de los Ministerios de la Verdad, de la Paz, de la Abundancia y del Amor, que se encargan respectivamente del control de la información, de la guerra, de la economía regulada-racionada, y de la represión social. Pero, para Orwell, el papel del lenguaje es central dado que de él depende la capacidad para pensar la realidad y relacionarse con los demás.

De acuerdo con la novela, si uno no puede nombrar lo prohibido es imposible pensar heréticamente. La neolengua (Newspeak) busca eliminar sistemáticamente, de la norma y del uso, palabras que van en contra del partido, simplificando todo en favor de términos y reglas gramaticales y semánticas que refuerzan el orden. Así, más que crear un lenguaje completamente nuevo, los funcionarios del Ministerio de la Verdad se encargan de destruir la diversidad de la viejalengua (Oldspeak), eliminando matices y diferencias de sentidos que son el fundamento de la pluralidad.

En el Anexo de la novela se explica cómo este proyecto lingüístico produce tres tipos de vocabularios. El Vocabulario A se compone de términos comunes con la viejalengua que, al mismo tiempo, no poseen una carga ideológica evidente. Estas palabras son usadas por todos para describir asuntos de tipo práctico, sobre todo los triviales de la vida diaria. El Vocabulario C, por otro lado, está compuesto solamente por términos técnicos, científicos y neutrales, que están igualmente alejados de lo político y que son el campo de las minorías expertas en alguna disciplina. El Vocabulario B, finalmente, es el que recibe la atención prioritaria del Ministerio, pues se compone por palabras que buscan controlar el pensar y actuar de quien habla. Un ejemplo de éstas es la famosa “doblepensar” (Doublethink), que consiste en la habilidad de creer en la veracidad de dos proposiciones simultáneamente contradictorias (por ejemplo, lo que dicen los Ministerios y la realidad cotidiana); o las equivalencias “la guerra es la paz”, “la libertad es la esclavitud”, y “la ignorancia es la fuerza”.

El Gran Hermano nunca se equivoca, y modifica a su conveniencia el registro del pasado y las narrativas cotidianas. Como Orwell alguna vez mencionó, es realmente atemorizante la posibilidad de un poder casi absoluto, capaz de construir historias y La Historia, independientemente de los hechos. Un poder tan grande que, como un planeta con gran masa, dobla las leyes de la ontología y la epistemología a su conveniencia. No importa cuánto tiempo pase, o la distancia recorrida tratando de escapar, el Gran Hermano siempre está ahí.

Afortunadamente no vivimos en un lugar así. Sin embargo, es preocupante cómo nuestras sociedades posmodernas, posdemocráticas, pospandémicas, transhumanistas tienen algunas de las características de la novela. Si algo sale triunfante de esta narración deprimente es la necesidad de impulsar decididamente la libertad de pensamiento y de conciencia, así como sus libertades derivadas de expresión, de asociación y de participación política y social. El antídoto contra contextos Orwellianos es reconocer, practicar, fortalecer y defender lo que protege el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

 

Francisco Porras Sánchez
Doctor en Política y Estudios Internacionales por la Universidad de Warwick, Reino Unido. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. Su línea de investigación es la Gobernabilidad urbana y regional contemporánea (finales del siglo XX y principios del XXI), con particular interés en gobierno, gobernanza y redes de política pública. Actualmente es profesor investigador del Instituto Mora. Twitter: @PorrasFrancisco / @institutomora

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