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Jorge Zepeda Patterson

30/01/2013 - 12:01 am

AMLO y Peña Nieto no irán a El Torito

Hay contadores buenos, contadores malos y contadores del PRD. De otra manera no pueden explicarse las pésimas cuentas que la izquierda entregó al IFE sobre los gastos de campaña de Andrés Manuel López Obrador. Ahora resulta que habría sido el único de los candidatos que violó el tope de gastos permitido por la ley. Seamos […]

Hay contadores buenos, contadores malos y contadores del PRD. De otra manera no pueden explicarse las pésimas cuentas que la izquierda entregó al IFE sobre los gastos de campaña de Andrés Manuel López Obrador. Ahora resulta que habría sido el único de los candidatos que violó el tope de gastos permitido por la ley.

Seamos honestos. Sin temor a equivocarme sé que los gastos de la campaña presidencial de López Obrador excedieron los límites. Pero lo hizo él, de igual forma que Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota y por la misma razón que todo automovilista supera un absurdo límite de velocidad de 40 kilómetros por hora en una carretera rápida: porque es imposible cumplirlo.

No hay manera de conducir una campaña presidencial con un tope de 330 millones de pesos en un país con dos millones de kilómetros cuadrados y 110 millones de habitantes. Sería deseable que las campañas costaran menos, pero es absolutamente irreal con los precios de la publicidad vigente y la necesidad de llegar de costa a costa y de frontera a frontera. Si las autoridades creyeron que reducirían el gasto simplemente por decreto, sin tomar en cuenta a la realidad, se equivocaron pues terminaron convirtiendo a todos en infractores.

Todas las campañas se ven obligadas a aceptar dádivas, a generar anuncios disfrazados y con cargos a terceros, a subsidiar gastos de viajes y logística por otras vías, a utilizar operadores que cobran en otro lado.

El problema es que una vez que todos son infractores ya no hay límite para el verdadero exceso. O para seguir con la alegoría: es muy probable que López Obrador y Josefina hayan pasado a 70 kilómetros por hora frente a ese letrero, mientras que Peña Nieto lo hizo a 140 kmh. La diferencia es que el único multado es el tabasqueño. Un límite más razonable, de 80 kilómetros por hora por ejemplo, habría deslindado claramente la desproporción de la velocidad entre unos y otros. Es decir, del gasto real utilizado en campaña.

En otras palabras, para los partidos no se trata de cumplir la ley, porque resulta imposible si aspiran a ganar la elección, sino de generar las estrategias para evitar ser pillados en la infracción. Aquí es donde los contadores del PRD verdaderamente hacen agua.

Difícilmente podemos tener alguna duda de que Enrique Peña Nieto fue el candidato con mayor exposición antes y durante la campaña presidencial. Pero el PRI se las arregló para no aparecer en el radar de velocidad. Por lo menos en el de las autoridades, porque en el tema de Monex y la piramidación de gastos ilegal quedó más que en evidencia frente a la opinión pública.

Hay algo perverso en una lógica que incita a violar la ley para poder ganar. Los contendientes saben que en el peor de los casos pagarán una multa, pero nadie les quitará el triunfo. La única razón por la cual ha funcionado el alcoholímetro es que uno termina en El Torito. No hay manera de evitárselo con una multa. El “oríllese a la orilla joven y aquí nos arreglamos” no es la mejor manera de construir unas elecciones limpias. En México ningún candidato terminará en El Torito electoral ni perderá la licencia.

Lo cual nos lleva al otro problema. Este no es el momento más glorioso en la accidentada trayectoria del prestigio del IFE, y eso termina por complicar el panorama. El perdón extendido al PRI por el caso Monex fue lamentable y confirma lo que ya sabíamos por el Trife: hay una evidente parcialidad de las autoridades electorales a favor de los intereses creados.

Estamos conscientes de que México dista mucho de ser una democracia. Pero luego del triunfo de la alternancia en el año 2000 gracias al voto ciudadano y la derrota del PRI después de 70 años de monopolio, muchos creímos que por lo menos podríamos aspirar a convertirnos en una democracia en materia electoral. Pero todo indica que estamos en una regresión institucional.

La vida electoral es hoy una metáfora del resto de la sociedad. El sistema está hecho para premiar no al que obedece la ley, sino al que mejor disfraza su delito al momento de violarla. Y en última instancia, el poderoso siempre tiene a su favor la posibilidad de inclinar el juez a su favor. Eso está sucediendo en materia electoral. Eso está sucediendo en todos los renglones de la vida nacional. Punto.

@jorgezepedap

www.jorgezepeda.net

Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.

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