No es un capricho ni una estupidez adolescente. Porque ya no estoy en la edad de los caprichos y ya no soy una adolescente. Cuando buscan advertirme de las consecuencias tengo respuestas certeras: nadie querría mi frenética sangre en sus venas, no vivo pensando en mi muerte, y hay heridas más permanentes adentro de mi piel, sólo que no escandalizan a nadie porque pueden quedarse calladitas, agazaparse en los cajones de mi alma sin molestar a nadie, pero algún día se sentirán enjauladas y querrán salir, y lo que hice las apacigua y las tranquiliza: hay alguien que las representa ahí afuera, una especie de líder sindical que vela por sus intereses y le da voz a los toros acuchillados, a los gatitos embotellados.
Tengo un tatuaje porque demasiados idiotas han clamado este cuerpo como suyo, y yo lo he abandonado en dedos mugrientos de uñas largas, en labios babosos, en ojos que por necios no parpadean, que por ciegos ven lo mismo siempre. En esta década me han hecho demasiadas heridas, a veces con las manos temblando de furia, a veces con la torpeza del niño que se vuela con el arma de su padre el dedo gordo del pie, nunca sin querer, no realmente. No hay sin querer: hay pulsión de vida y pulsión de muerte, hay ganas de engendrar y ganas de matar, y hasta ahora nadie que una mis ladrillos con cemento, que le ponga techos a mis casitas, que urbanice mis colonias con tuberías de agua potable. No puedo sentarme a esperar: hay puentes incompletos por los que salen volando mis autos, baches llenos de lodo y de colillas de cigarro, coladeras destapadas que necesitan desazolvarse. Por estas fisuras se escapa la vida y uno se dice: “pronto dejará de manar la sangre”. Pero yo sé que ahí quedarán los huecos, y antes de que otro llegue con su dedo en mi llaga, planto mis banderas y clamo este territorio como mío.
Pero, ¿no duele? Claro que duele: mirarse, clamarse, serse duele. El tema es dolerse por que los huesos no quepan en la piel, por querer crecer y no tener para dónde, no por estar sentado en un regazo espinoso: no tus espinas, sino las mías. No el dolor que encoge, sino el que estira. Pero ¿y no vas a aburrirte? ¿Me he aburrido de mis historias? No. ¿Me he aburrido de mis fantasmas? No. ¿Me he aburrido de mis pupilas? No. ¿Qué es el aburrimiento sino la incapacidad de encontrarle nuevos colores al cielo que uno ve todos los días? Hoy me he clamado. He dicho: así soy, con esta geografía, con estas heridas, con estos puentes. Puedes pasearte si me place, pero no traigas para acá tus caballos ni tu sarampión, porque aunque este no es territorio virgen, tampoco está libre para la conquista.