El árbol de la vida de Metepec es una representación en barro de la creación, según cuenta el libro del Génesis. Es, en palabras del investigador Luis Mario Schneider, “una escultura teatralizada, muchas de las veces elaborada en tres niveles de ingenua factura y siempre en un ritmo descendente de mayor a menor.
Por Rodolfo Villagómez Peñaloza
Ciudad de México, 29 de noviembre (SinEmbargo).- Ensayos de Luis Mario Schneider, Lourdes Monroy, Linda McAllister y una entrevista al maestro Tiburcio Soteno componen el número 30 de la revista Artes de México titulado Metepec y su arte en barro, lugar donde la arcilla se vuelve palabra para modelar la historia, el deseo y el artificio; donde la vida vuelve a comenzar.
ÁRBOL DE LA VIDA, ALEGORÍA DE LAS MANOS
¿Cuál es la historia de los árboles de la vida de Metepec? ¿A quién, a quiénes se les ocurrió usar el barro para darle forma a la existencia, a la vida cotidiana? Los dioses habían fracasado en su intento, como lo narra el Memorial de Sololá: “Cuando hicieron al hombre, de tierra lo fabricaron, y lo alimentaron de árboles, lo alimentaron de hojas. Únicamente quisieron que tierra entrara en él; pero no hablaba, no andaba, no tenía sangre ni carne, según contaban nuestros antiguos.” Y, sin embargo, un pueblo fue amasado y secado al fuego por artistas alfareros; fue dotado de esencia, de ánima, de historias que contar, de tiempo transcurrido, de enseres; ese pueblo es Metepec, Cerro de Magueyes, metáfora del origen, alegoría de las manos, alucinado derroche de la fantasía.
Dicen algunos que fue don Timoteo González el primer alfarero en hacer un árbol de la vida; otros afirman que fue un hombre de apellido Morelos, peluquero de oficio; algunos más aseguran que la artífice fue doña Modesta Fernández; a saber. En lo que sí hay consenso, es en que los árboles aparecieron en Metepec a mediados de los años cincuenta del siglo pasado. El maestro Tiburcio Soteno, uno de los artesanos más reconocidos del lugar, afirma que fue por entonces cuando los alfareros de Metepec, sin dejar de serlo, se convirtieron en artistas, y al trabajo de elaborar enseres útiles para la vida cotidiana (platos, jarros, cazuelas, pulqueras) sumaron la juguetería de la imaginación (esculturas decorativas, ritualistas, artísticas).
El árbol de la vida de Metepec es una representación en barro de la creación, según cuenta el libro del Génesis. Es, en palabras del investigador Luis Mario Schneider, “una escultura teatralizada, muchas de las veces elaborada en tres niveles de ingenua factura y siempre en un ritmo descendente de mayor a menor. En el primero, en la cúspide de la fronda del árbol, está la figura de Dios padre; en el centro, la historia bíblica protagonizada por Eva, situada a la izquierda del espectador, por Adán a la derecha y por la serpiente ya enroscada al árbol. En el tercero, a nivel del suelo, la pareja huyendo a los abismos terrenales, y por todos lados el paraíso: flores, frutos, animales”. El barro lo traen de los pueblos de Ocotitlán, San Felipe Tlamimilolpan y Tlacotepec; es un barro colorado, duro, fino; en ocasiones amarillo y arenoso. Los maestros artesanos facilitan el molido del mismo extendiéndolo sobre la calle, frente a sus talleres, para que sea aplastado por las llantas de los vehículos que por ahí transitan. Después viene el ritual de la preparación, del molido, del amasado, del modelado, del horneado, de los pinceles, del blanco de España, de las anilinas, de la pintura acrílica, de las sonrisas.
A lo largo de los años, policromados o terracotas, los árboles de la vida se han enriquecido y, sin abandonar su pasado bíblico, incorporaron temas diversos en él: la creación del hombre, la muerte, las calaveras, los ángeles maraqueros, los pájaros, el día, la noche, los eclipses, los bailes regionales, la vida de los santos, las calles, la ciudad y un inimaginable etcétera. Los más recientes que pude observar en el taller del maestro Carlos Soteno estaban dedicados a la boda de una pareja norteña: en el centro estaban los novios, ataviados con botas y sombrero, y a un costado la troca adornada y lista para conducirlos a la luna de miel, a Mictlantecuhtli, el señor del lugar de los muertos.
LA ARTESANÍA UTILITARIA Y CEREMONIAL
Los matlatzincas habitaron Metepec desde tiempos precolombinos; se sabe que fueron alfareros porque han encontrado al pie y en el ombligo del Cerro de Magueyes la cerámica que elaboraban; cerámica que con el tiempo fue ganando colorido, detalle y representación. Al parecer la presencia de grupos nahuas y otomíes, y luego de franciscanos que se asentaron el lugar, contribuyeron a la armonía de cazuelas de todos tipos y tamaños, que hoy en día lucen soberbios tejidos en serpentinas hasta los remates de las asas, e imponentes macetas y recipientes moleros adornados por doquier. Familias como los León Hernández; los Mejía Noriega o los Estévez, que por más de cincuenta años se han dedicado a la confección de jarros pulqueros, macetas y vajillas, más allá de lo decorativo, han hecho del objeto cotidiano una artesanía utilitaria. En ese mismo sentido, otros objetos tradicionales hechos en Metepec tienen usos ceremoniales. Uno de los más interesantes, sin duda es la cuadrilla de la curación, compuesta por 37 figuras de músicos, danzantes, religiosos, cocineras, animales y elementos relacionados con el aire y el agua, blanqueadas y pintadas de rosa, verde y amarillo, que se usa para curar a los enfermos, al frotarlas sobre sus cuerpos, y luego ser llevadas al lugar donde se piensa que la persona contrajo la enfermedad.