El patrono de las causas imposibles es también el nombre de uno de los barrios más peligrosos en Piedras Negras, donde en los años de mayor violencia, la frontera coahuilense fue disputada por el crimen. La vida cotidiana era un riesgo y llegar al día siguiente, un logro.
Por Jesús Peña
Ciudad de México, 29 de octubre (Vanguardia/SinEmbargo).- Dicen que el que entraba en este barrio ya no salía.
Que salía con las patas por delante.
Me platica una doña en las inmediaciones de la calle Licenciado Verdad, del barrio San Judas Tadeo, en Piedras Negras.
Y yo me pregunto si no fue mucho arriesgue haber venido hasta acá, si venir hasta acá no fue como tocarle los güevos al toro.
Ni modo.
Es mediodía, el calor a madres, y mientras me adentro en el barrio de viejas casas bajas estilo americano, con tejado y yarda, recuerdo la advertencia que me hizo un taxista veterano antes de dejarme en la esquina: “tenga cuidado, porque todavía hay malandros aquí”.
Voy caminando y conforme camino siento que los pelos se me ponen de punta y la sangre me baja hasta los talones.
No es para menos.
He oído decir de este barrio, que fue la cuna de los altos mandos Zetas en la Región Norte de Coahuila, que aquí nacieron y vivieron los cabecillas de “la maña” y que el barrio de San Judas Tadeo, en la colonia Mundo Nuevo de Piedras Negras, fue un barrio pesado.
Ya hace un año que estuve aquí por primera vez, cuando vine a la colonia Mundo Nuevo, sector al que pertenece el San Judas, para recoger algunas historias sobre desaparecidos que, dicho sea de paso, abundan en esta frontera.
Entonces los pobladores me contaban de cuando la delincuencia anduvo recio en el barrio, que los malandros pasaban en caravanas de camionetas y armaban balaceras.
“No. Era un desmadre, con perdón de la palabra, era un despapaye, un ir y venir de camionetas y carros, y los muchachos se sentían, uta, nombre olvídese, con poder de hacer y deshacer”.
Me contó otra vecina, una tarde que charlábamos en el atrio de la capilla a la que el barrio debe su nombre y de la cual hablaré más adelante.
Avanzo frente a una hilera de descoloridas viviendas zanconas y angostas que, según me cuentan los habitantes del San Judas, eran los cuartos de la antigua zona de tolerancia de Piedras Negras, que estuvo aquí hasta los años sesenta cuando la Mundo Nuevo empezó a crecer.
De pronto me vienen a la cabeza las palabras de un pastor evangélico, encargado de un centro de rehabilitación para adictos en Piedras Negras, que entrevisté, por larga distancia, meses antes de venir aquí.
“La vida en el barrio este era muy precaria, hogares destruidos, disfuncionales. Mirábamos cómo los niños estaban descuidados, el papá y la mamá drogándose. Había prostitución en todo eso, se sentía mucha tristeza y había mucha inseguridad”.
A la hora de la comida, las calles del barrio San Judas están calladas, estáticas, vacías.
Sólo veo pasar a hombres en bicicletas con canastillas que no dicen buenas tardes, pero que miran con una mirada que inquieta.
Paro delante de una casa de ladrillo con puerta de mosquitero y me da culo tocar, no vaya a ser, pienso, que me tope con alguien indeseable.
En este barrio no sabe uno con quién se va a topar.
La gente del San Judas me ha contado que aquí viven todavía los familiares de los altos mandos Zetas, algunos de ellos encarcelados en prisiones de máxima seguridad; otros, muertos.
“Cenizas quedan, pero andan más calmaos, ya no está como antes”, me dijo una ñora de por allí.
La del barrio San Judas Tadeo es una de esas historias que no vienen en los libros de texto ni en las guías turísticas de México.
Para enterarse de la historia de este Barrio hay que primero recorrer sus calles, con sus tiendas de abarrotes en cada esquina y su capilla, la de San Judas Tadeo, tocar puertas, tocar puertas, tocar puertas, platicar con gentes.
Ir y mirar, como diría el gurú del periodismo narrativo latinoamericano, Martín Caparrós.
Estoy aquí, en las entrañas del barrio San Judas, y me da culo.
Y eso que no es la primera vez que vengo acá.
He visitado este barrio al menos cuatro ocasiones en el último año y he salido vivo, pero aun así no puedo evitar, vaya a saber por qué, sentir culo.
Un diccionario geográfico diría esto del Barrio de San Judas Tadeo: que está ubicado en la colonia Mundo Nuevo, al norte de Piedras Negras, y delimitado por las calles Galeana, Anáhuac, Libertad y Talamantes, muy cerca del río Bravo.
Recuerdo que cierta mañana, amanecí recorriendo el barrio acompañado de un periodista nigropetense que me llevó hasta unas ruinas plantadas a los bordes de una pendiente asfaltada, que desembocaba en la ribera.
Eran, me dijo, las casas que los viejos narcotraficantes habían hecho construir para almacenar la droga y pasarla a Estados Unidos, aprovechando la proximidad con el Bravo.
“O sea, que esto hacía que ahí vivieran muchos pateros (traficantes de personas), muchos puchadores, que pasaban la droga a Estados Unidos por el río”.
Me dice muy lejos de acá, en su despacho de paredes albas y muebles relucientes, un funcionario de la otrora PGJE que a cambio de la entrevista me pide guardar su identidad.
Entonces eran otros tiempos.
Los tiempos en que el narcotráfico era visto por le gente de Piedras Negras como un trabajo normal, y los narcos como parte de la comunidad de familias.
“En las ciudades fronterizas, como Piedras Negras, el narco es parte de la idiosincrasia”, me dice el funcionario.
Hasta que en 2005 llegaron los Zetas, el cártel más sanguinario del mundo, mataron o desplazaron a los viejos narcotraficantes, se hicieron con el control de la plaza y las cosas en el barrio de San Judas Tadeo se pusieron feas.
EL PATRONO DE LAS CAUSAS IMPOSIBLES
¿Ironía? San Judas Tadeo, uno de los 12 apóstoles y además primo hermano de Jesús, dedicó su vida a evangelizar pueblos, pero en el barrio que lleva su nombre floreció, durante la época de mayor violencia en México, el narcotráfico.
“Ahí está el meollo, que de repente se desató el narcomenudeo y todo eso, tienditas por aquí tienditas, por allá y se fue haciendo grande. Hubo muchos muertos a causa de eso, a lo mejor se quisieron arrepentir, pero demasiado tarde. Cuando entras en una secta de ésas ya es de por vida, te quedas o te quedas, si no, pos ya sabes”.
El meollo, me dice una antigua lugareña del barrio, a la que abordé en la calle cuando iba pasando por la capilla de San Judas.
En las calles del barrio la gente habla por lo bajo de un tal “Celso”, de un mentado “Metro” y de “El Enano”, los altos jefes Zetas de la Región Norte de Coahuila, que nacieron y vivieron aquí.
El barrio de San Judas los vio crecer.
Eran plebes tranquilos.
“No sé cómo empezaron a contactarse con esa gente”.
Me confió una mujer en una de mis primeras expediciones al barrio, que aquel atardecer encontré sosegado, imperturbable, mansito, mansito como un cordero.
En el barrio San Judas, como en los barrios de otras grandes ciudades norteñas, Saltillo, por ejemplo, “la maña” comenzó a reclutar a los chavales de las pandillas para usarlos como sus espías a sueldo en las esquinas (halcones) o vigilantes en las tienditas o puntos de vente de drogas (focas).
Otros andaban en bicicletas repartiendo, vendiendo loquera por las calles.
La malandrada andaba recio en el barrio.
Y nadie decía ni hacia nada.
“Este barrio era muy conflictivo, era donde generalmente ocurrían más sucesos violentos. Había lesiones, riñas, homicidios”.
Me dijo un ex ministerio público, que trabajó en Piedras Negras durante la época de mayor violencia (2008–2013).
La última campanada de la misa vespertina en la iglesia de la Virgen del Carmen, de Piedras Negras, y el sacerdote Iván de Jesús Colunga López me cuenta que estaba recién ordenado cuando lo enviaron a pastorear la grey de la capilla de San Judas Tadeo, en la colonia Mundo Nuevo.
A este joven clérigo le tocó vivir los peores momentos de la guerra contra el narco y celebrar cuatro o cinco misas semanales de difunto, a veces ante tres o cuatro cuerpos de ejecutados en balaceras, la mayoría críos de 14 años.
Era 2012.
“Eso era lo que uno veía desde acá. Me daba mucha tristeza.
Cuando había una misa de cuerpo presente, nunca desaprovechaba la oportunidad para decirles ‘tengan cuidado, muchachos, si alguien anda, vean las consecuencias. Dios no quiere esto, este no es su plan para ustedes’”.
¿Cómo es la gente del barrio?
“Muy pueblo, quizá por todo lo que ha vivido, por todo lo que le ha tocado sufrir, pero es una gente muy cálida, muy cariñosa, muy expresiva, los que se acercan y los que no, respetuosos de la religión”.
Una tarde que la muchedumbre caminaba en peregrinación con el Santo, por el vecindario se desató una balacera.
Inmediatamente todos empezaron a correr y a meterse en las casas de sus vecinos.
Entre los feligreses venían niños.
“Fue muy impresionante”, cuenta el padre Iván.
En la esquina de las calles Victoria y Licenciado Verdad se levanta, austera y cuadrada, la capilla de San Judas Tadeo, la capilla del barrio.
Son las 5:00 de una tarde otoñal y la iglesia está sola.
Estoy sentado frente al altar, en una de las bancas de lustrosa madera, recordando la plática que tuve con una de las fundadoras del templo.
Fue el 25 junio de 2016, en la misa que celebró la comunidad de San Judas a las afueras del Cereso de Piedras Negras, para rogar por el eterno descanso de las víctimas de la masacre acaecida en 2012.
El barrio necesitaba una parroquia.
Para sacar dinero los vecinos se organizaron, hicieron kermeses y loterías.
Cuando el templo se terminó, alguien les preguntó a quién querían dedicarlo y San Judas Tadeo, el patrón de las causas imposibles y difíciles, ganó por unanimidad.
Corría la década de los ochenta.
Me contó la señora:
“Anteriormente el barrio era un antro de vicio y era necesario recuperar a las personas, que ya no siguieran anidando ahí vándalos ni delincuentes… El barrio San Judas Tadeo ha pregonado bastante su creencia y su fe, por los milagros que ha hecho el santo aquí”.
Rumbo al crepúsculo, doña Lupita, una vecina de la calle de Libertad, me cuenta lo agradecida que está con San Judas Tadeo, porque aunque su hermano no sanó de cáncer, tampoco tuvo una muerte fea, horrenda.
“Yo le pedí mucho a él, bastante le pedí, pero es como dicen: ‘cuando Dios no quiere, santos no pueden’. Yo sí soy creyente de él”.
Bajo un árbol que da mucha sombra, en el atrio de la capilla, contemplo el enorme cuadro con la imagen de San Judas que, según me platica la gente del barrio, los malandros hicieron pintar en una de las paredes.
Pero eso no fue todo lo que hicieron.
Los lugareños del Barrio todavía se emocionan cuando narran los fiestones que, para celebrar el 28 de octubre, día de San Judas Tadeo, organizaba y patrocinaba “Metro”, un exagente de tránsito metido a narcotraficante y devoto ferviente del santo.
Entonces el barrio se transformaba en una eterna fiesta, en una feria que duraba casi una semana y donde había comida hasta llenar, juegos mecánicos y conjuntos musicales, todo cortesía del narco.
“La gente iba a oir música, comía, llevaba a sus niños para que se subieran a los juegos, pero todo esto era afuera de la iglesia”, dice el padre Iván de Jesús Colunga López, exministro de la capilla de San Judas.
¿Usted conocía a los malandros?
“Honestamente no los ubicaba. Me decían los mismos familiares de esas personas que ‘sí, andan en la fiesta’. Yo ubicaba a la gente que iba todas las semanas a la iglesia, que era muy practicante. Nunca hubo una relación”.
En la fiesta del barrio de San Judas tocaron Míster Chivo, Chicos de Barrio, Reyes Locos, Zaaz, La Tropa Estrella, entre otras agrupaciones pagadas por los Zetas.
Gente vino a la fiesta de todas partes.
“Mandaban limpiar el barrio, cerraban las calles... Se ponía muy bonito porque se llenaba de gente”.
Suelta fascinada una doñita que vive a unos pasos de la capilla.
Se nota que añora esos tiempos.
La víspera de los festejos, “Metro” hacía reparar la capilla y llenar el altar de flores.
¿Los narcos asistían a la fiesta?, le pregunto a otra vecina del barrio, “sí, luego se les veía por ahí”, responde.
El cura Iván de Jesús Colunga López, expastor del templo de San Judas, me está contando del mal rato que pasó la vez que un piquete de policías, soldados y marinos llegaron al barrio y rodearon la iglesia en plena fiesta patronal.
A la gente le dio culo.
“En lugar de sentirse segura tenía miedo de que hubiera un enfrentamiento entre la Policía, el Ejército y la Marina con la delincuencia organizada. Fue muy tenso estar en la fiesta con la gente ahí, yo honestamente con mucha tensión, muy nervioso porque no sabíamos qué iba a pasar. Ahí es cuando dices, ‘pues… ¿suspendo la fiesta o le damos pa delante?’”.
Me pregunto ¿qué pensará San Judas de todo esto?, y evoco un pasaje de la vida del apóstol, que leí en uno de esos libros que se venden en las tiendas de artículos religiosos, en el que, predicando, Tadeo presenció el festejo dedicado al dios Bel, en la capital de Edesa.
Judas miró cómo las calles principales se iban llenando de gente, había túnicas y tocados coloridos, la música sonaba a gran distancia. Una procesión de jóvenes llevaban antorchas mientras otros conducían a un enorme toro blanco adornado con flores, entre columnas de gente que portaba grandes platones con comida, fruta, bebida: los alimentos de Bel.
Grupos de músicos sonaban sus instrumentos y danzantes contorsionaban sus cuerpos frenéticamente.
Judas Tadeo estaba aterrado.
Una mañana en su cubículo del área de Investigación, le pregunto a Fancesco Gervasi, profesor de tiempo completo de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UAdeC, especialista en Sociología de las Religiones, si es verdad que San Judas Tadeo es el santo de los narcotraficantes.
“No creo que exista un santo típico del narcotráfico. San Judas Tadeo además está aceptado por la Iglesia católica. Que coincidan dos elementos, que por ejemplo en un barrio sean muy devotos y al mismo tiempo haya muchos narcotraficantes, no es que signifique que sea la religión de los narcotraficantes.
“Casi no hay investigaciones que se enfoquen en lo que opinan los narcos. Es decir, ¿cuál es la religión de los narcos?, y entiendo por qué, es peligroso hacer una investigación. Sería interesante preguntarles, pero digo, no es algo que a mí me gustaría hacer”.
Pienso que a mí tampoco.
Casi es la hora del novenario en los días previos a la fiesta de San Judas Tadeo, el padre Roberto Carlos Camps Castañeda, rector de esta iglesia en Saltillo, está sentado detrás de su escritorio en la oficina parroquial, y yo quiero saber por qué esa devoción de los malandros al abogado de los casos desesperados y de las grandes necesidades.
“No me cabe en la cabeza cómo las personas puedan relacionar algo tan santo con una manera de actuar que se contrapone con el Evangelio. Si la persona no es un hombre o una mujer de bien, entonces quien está ayudando no es Dios, porque Dios no puede ayudar a alguien que quiere lanzar una flecha contra su semejante.
“Quien está ayudando, en ese caso, pos es un ángel caído, disfrazado de San Judas Tadeo, y de alguna manera la persona le está vendiendo su vida a ese ángel caído. El mayor de todos: Satanás, por supuesto. Recordemos que la manera en que Satanás se involucra en la vida de las personas es por medio de la confusión, haciendo ver que las cosas malas son buenas.
Utilizar las imágenes para conseguir con ellas un bien, propiciando un mal. A lo mejor puede recibir un favor, pero ese favor no lo recibe de Dios. San Judas no se va a prestar a esos manejos”.
De vuelta en el barrio se me ocurre que es una ironía su nombre, cuando San Judas Tadeo, uno de los 12 apóstoles y además primo hermano de Jesús, era un buenazo que se la vivía yendo por los pueblos sanando enfermos, expulsando demonios, domando fieras y convirtiendo al cristianismo a ciudades completas, por obra y gracia del Espíritu Santo.
Había pasado su infancia al lado de Jesús y asistido con él a la sinagoga.
Fue pastor y luego aprendiz de carpintero, bajo la supervisión del Nazareno.
De grande abandonó a su mujer y a sus tres hijos pequeños, para seguir al Maestro.
Y murió como un mártir, apaleado y decapitado, por la causa de Jesucristo.
De repente, todo aquel rumor de las fiestas del barrio San Judas Tadeo se apagó.
El barrio se calmó.
“‘Metro’ está preso, parece que en México; al ‘Enano’ lo mataron y Celso… no sé”.
Me dice otra vecina del barrio sólo hasta que accedo a apagar el grabador y a no revelar su nombre.
¿Siguen las fiestas en el San Judas?
“Vienen los matachines, vienen los mariachis, hay kermés. Se hace en pequeño”.
Faltando unos días para la festividad de San Judas, estoy de nuevo en la iglesia con una de las señoras del comité que se encarga de recaudar dinero para las obras del templo.
La mujer me está señalando los daños que ocasionaron, en los muros y el techo de la parroquia, las últimas lluvias del verano.
Dice que a ellas les ha tocado la lucha titánica de limpiar la mala imagen que tenía este lugar.
“De hecho, mucha gente se había retirado de la fiesta por miedo, pero ahorita, gracias a Dios, hemos limpiado esa imagen mala y el año pasado hubo muchisísima gente”.
¿Qué le pide a San Judas?
“Ay, San Juditas, pos… que nos pongas muchos bienhechores en nuestro camino para poder arreglar tu capilla”.
Dejo la iglesia y la enfilo por Licenciado Verdad hacia la salida del barrio.
A media cuadra veo a un hombre de playera naranja que está tumbado en la acera.
Mi mira.
Tiene un radio en la mano y junto una bicicleta.
“Adelante, adelante”, oigo que dice por el radio y me viene como un vahído.
Titubeo.
No sé qué hacer, si seguir por la misma ruta o regresar a la capilla.
Doy media vuelta hacia la parroquia.
Oigo que alguien se aproxima por detrás de mí.
Miro de reojo.
Es el hombre del radio, montado en su bicicleta con canastilla.
“Buenas tardes”, dice cuando pasa a mi lado.
Le contesto el saludo y camino más aprisa.
Estoy temblando.
En mi mente resuena el eco de las palabras que me dijo un policía de Fuerza Coahuila la mañana que platicamos sobre el San Judas:
“Quedan los achichincles. Andan vendiendo mota”.
El hombre se mete a una tienda de abarrotes.
Y a mí se me hace largo el camino para llegar hasta la puerta de la iglesia.
Sudo frio.
Por fin entro en el templo dando tumbos y le pido un milagro a San Judas Tadeo.
Otra vez salí vivo del barrio…
EPÍLOGO
La tarde del domingo 21 de octubre, mientras escribía este reportaje, dos hombres fueron ejecutados, con el tiro de gracia, en calles de la colonia Mundo Nuevo, muy cerca del barrio San Judas y a la par que se efectuaba la Reunión Estatal de Seguridad.