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Antonio María Calera-Grobet

29/09/2024 - 12:05 am

Una feria de ideas va del menos circo y más pan

“Lo cierto fue que al día siguiente ahí estábamos listos para la acción de repartir. Lo hicimos hasta el agotamiento. Se los hubiéramos dado a Tolstoi si lo hubiéramos topado”.

“El libro fue nuestro, las ideas eran nuestro sereno”. Foto: Pixabay.

El libro, ¡bendito sea!
Pues con afán inaudito,
vuela por el infinito
con las alas de la idea.

– Rubén Darío

 

En el año 2000, nos encontramos Eduardo Milán y yo, en un vestíbulo de la “Feria del Libro de Guadalajara”.  Platicábamos de lo que ahí pasaba, pero también de ciertas cosas de nuestro pasado inmediato. Me había ayudado a concebir algo. Sacaba yo mis primeros libros como editor. Cuatro escritores de mi generación, y aquellos ejemplares estaban, le mentía, por llegar. Luego le dije a mi maestro la verdad: que estaba un tanto contrariado por ello. La imprenta había incumplido con los tiempos, pero me aseguraba nos los harían llegar por un servicio aéreo. Iban tarde dos días.

Un par de noches atrás, habíamos salido dos de los autores y yo de la Central de Autobuses del Norte, por ahí de las 2 de la mañana con rumbo a Guadalajara. Hicimos base en la casa de mi abuela, a unos 10 minutos caminando para subirnos al destino. Bebimos cerveza y comimos algo ahí, en una casa de mi familia, y salimos con petacas llenas de libros de editoriales de amigos, libros de amigos para vender si se podía y si no era posible, debíamos regalar. Nos paró una patrulla casi llegando. Nos dijeron los policías que abriéramos las mochilas, nos quitaron el ron que llevábamos para el viaje, y al ver que eso tan pesado que cargábamos eran libros, se rieron y se largaron. Milán me escuchó y luego me dijo. “Bien”. Y continuó: “Los libros de tus amigos son los libros de mis alumnos. Ojalá y lleguen. Pero calma. Luego hay que pensar qué es una feria de libros y qué no. Hay muchas ferias del libro, pero no de su lectura”. Ahí quedó.

Al llegar al hostal donde rentamos un cuarto entre varios, recibí la gran noticia de que los libros habían llegado ya al aeropuerto. Echamos números, sacamos para el taxi y nos lanzamos por ellos. En el recibidor de un aeropuerto vacío di el número de guía, revisaron todo y nos dieron el sí. Jubilo de los tres que ahí hacíamos la gesta. Pero no. Que no sino hasta el día siguiente, que andaban ya los aviones en el hangar y había que esperar. Fue de seguro el madrugar con tanto deseo en la cabeza, y luego el ron barato junto al frenesí de hacer lo que se debía, lo que seguro nos hizo echar el resto. Con lo que había sobornamos a un par de empleados y logramos el milagro. Me pusieron un chaleco verde con varias matriculas, me dieron un walkie-talkie y me subieron a uno de esos carritos para llevar las maletas. Al llegar al avión me subieron a una escalera, abrieron con una facilidad que aún no me explico la panza de la bella ave y me dijeron que ahí estaba “toda la cargo”, que buscara un paquete envuelto en color rojo y tenía 10 minutos. Ahí estuve yo, entre cientos de bultos, luego de gritos y linternazos, hallé el paquete. Me ayudaron a bajarlo no por caridad y luego de escupirme por una salida alterna me alcanzaron los amigos y partimos hacia el hotel para emborracharnos. Me miento al recordar aquella noche con música de los “Sex Pistols” gentío de groupies, rodeados de fiesta, con los paquetes por almohadas.

Lo cierto fue que al día siguiente ahí estábamos listos para la acción de repartir. Lo hicimos hasta el agotamiento. Se los hubiéramos dado a Tolstoi si lo hubiéramos topado.

Al cabo de los años, en la Feria del Libro de Cuba, cargando paquetes de decenas de autores para la “Feria del libro de la Habana”, me detuvieron en la aduana. Me preguntaron qué hacía yo ahí con eso, quiénes eran los autores, que me dejarían salir, pero me andarían vigilando. No creo que haya sido así pero no pude dejar de pensar que una feria del libro será siempre un espacio del pensamiento, y que pensar o no pensar es algo que depende de todos.

 

Remate:

Todo esto para comenzar a darnos cuenta, pasarnos la cuenta de que no hemos avanzado tanto como pensamos, andamos lejos en la materia antes nuestra de las ideas, no se ve mucho futuro al libro si seguimos así, entre tanto fango que nos hemos armado.  En una vieja entrevista para la televisión, al pedirle respondiera a volapié su definición de democracia, Octavio Paz respondió así: “La democracia es un sistema de gobierno en donde el pueblo es rey. Pero se trata de un rey miope, de manera que necesita anteojos”. En la misma entrevista, al cabo de unos minutos, se le fue pedido definiera su concepto de crítica. Dijo: “La crítica es el microscopio y el telescopio de la inteligencia”.

¿Así o más claro? Lo que nos ayuda ver es la educación. Libro significa educación. Cuidemos sus maneras, comenzando por no deshojarlo con nuestro ego. El libro fue nuestro, las ideas eran nuestro sereno. No caigamos más en la vergüenza de tirar todo lo que habíamos logrado. Cuidemos al libro y todo lo que tenga que ver con su universo. Habría que haber leído apenas un poco para saber que todo eso que el libro significa, no tiene nada que ver con lo que estamos haciendo por él.

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.

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