México

Un calvario de injusticia

Fernando fue abusado por un cura en Veracruz. La Iglesia le prometió ayuda y le falló

29/09/2024 - 7:00 pm

Fernando tenía solo 10 años cuando comenzaron los abusos por parte de Carlos Carmona Montaño, un sacerdote de su comunidad en Rinconada, Veracruz. A lo largo de los años, las agresiones se acompañaban de manipulaciones psicológicas, golpes y amenazas, entre las cuales estaba la advertencia de que si hablaba, lo iba a acusar de robar en la iglesia, y que nadie le creería porque él tenía mucho poder”. Sin embargo, después de un intento de suicido que falló, encontró el valor para denunciar y ahora está en busca de justicia.

Ciudad de México, 29 de septiembre (SinEmbargo).- El dolor acumulado por años de abuso sexual y violaciones de las que fue víctima Fernando por parte de un sacerdote durante su infancia en Veracruz lo a un punto límite. Tras décadas de cargar con el trauma intentó suicidarse. Su vecina lo salvó y desde entonces busca justicia en un sistema que parece darle la espalda.

Fernando, quien ahora tiene 48 años, narró a SinEmbargo que tenía solo 10 años cuando comenzaron los abusos en su contra. “Me dijo que era algo normal y que, si no lo permitía y lo decía a alguien, me iría al infierno”. Esa amenaza, sumada a la presión de un ambiente familiar religioso y económicamente vulnerable, lo mantuvo en silencio y permitió que el abuso se extendiera por una década.

A lo largo de los años, las agresiones se acompañaban de manipulaciones psicológicas, golpes y amenazas, entre las cuales estaba la advertencia de que si hablaba, lo iba a acusar de robar en la iglesia, y que nadie le creería porque “él tenía mucho poder”, narra Fernando, quien asegura que las amenazas de Carmona Montaño incluían la advertencia de que su influencia llegaba tanto a la Iglesia como a las autoridades civiles.

El abuso no solo dejó secuelas físicas y emocionales. A lo largo de su juventud y adultez, Fernando pensó en varias ocasiones suicidarse, hasta que lo trató de consumar en 2019. Tras ese episodio, fue internado en un hospital psiquiátrico en Guadalajara, donde fue diagnosticado con un cuadro de depresión severa. Durante su internamiento, decidió que ya no tenía nada que perder y se armó de valor para denunciar formalmente a su agresor.

Ese paso hacia la justicia no ha sido sencillo.

A lo largo de los cuatro años desde que presentó sus denuncias en Veracruz, Fernando se ha enfrentado a una serie de obstáculos. El primero, cuando las autoridades le informaron que el delito estaba prescrito.

Fernando acudió a las autoridades eclesiásticas, esperando que la Iglesia tomara medidas contra el sacerdote. Al principio, la respuesta de la Iglesia parecía prometedora. Según narra, las autoridades eclesiásticas le dijeron que su agresor había reconocido el daño y que iban a ayudarlo; pero en la práctica, Fernando denuncia que la Iglesia, en lugar de actuar contra el sacerdote Carlos Carmona Montaño, lo ha protegido.

“Ellos me dijeron que iban a hacer que esa persona reparara el daño, económicamente. Empezaron a decirme muchas cosas, pero en la última entrevista me atendió el nuevo obispo, Jorge Carlos Patrón, y me dijeron que Carlos Carmona había aceptado el daño que había hecho, que me había violado, que me tenía bajo amenaza y todo eso. Ellos dijeron que iban a tomar cartas en el asunto, que iban a hacer que se reparara el daño”, recordó.

Fotografía compartida por la víctima del párroco Carlos Carmona, a quien acusa de abuso y violación,

El departamento jurídico de la Iglesia, el padre Jacinto Rojas y el padre Erick Aguilar, tomaron la declaración de Fernando. “Dijeron que la mandarían a Roma. Me pidieron que fuera paciente, ya que ellos harían que el padre Carlos Carmona Montaño reparara el daño. Yo seguía insistiendo, hasta que el obispo José Trinidad me atendió y me dijo que había hablado con el padre Carlos Carmona Montaño, quien aceptaba el daño que me hizo. Me aseguró que se haría justicia y que se repararía el daño”.

“También hablé con el obispo Rafael Palma Capetillo, quien me dijo que no hiciera escándalo y que me ayudaría a hacer justicia para que se reparara el daño. Con el paso del tiempo, insistí en una entrevista con el Arzobispo José Carlos Patrón. Se hizo la entrevista y, junto con él, estuvo presente el padre Jacinto Rojas y una licenciada cuyo nombre no recuerdo”, expresó.

Y ahondó: “En la entrevista, el obispo solo mostró sorpresa ante la situación. Le expliqué lo sucedido: que el padre Carlos Carmona Montaño me había violado durante varios años y que me tenía bajo amenazas, alegando que ellos tenían amigos en el gobierno, que eran intocables. No se resolvió nada. Incluso la misma licenciada presente me dijo que interpusiera una denuncia y que no me importara que los padres mencionados salieran dañados”.

Fue entonces que Fernando presentó una demanda por daño moral contra la Arquidiócesis de Veracruz y el sacerdote. Esta demanda prosperó en primera instancia, pues Rafael Sánchez Martínez, juez del juzgado cuarto de primera instancia, emitió una sentencia civil a favor de la víctima por daño moral.

En dicha sentencia se destaca que el demandado Carlos Carmona Montaño, en su contestación a la demanda, únicamente se limitó a señalar que “son falsos” los señalamientos. Sin embargo, el juzgador destacó que no aportó una sola prueba que desvirtuara la presunción de que la violación sexual ocurrió.

El fallo condena al párroco y a la Arquidiócesis a una reparación del daño en materia económica, de acuerdo con los resultados de peritajes. Sin embargo, Fernando destaca que la Iglesia se amparó, argumentando que ya había prescrito, y una Magistrada falló a favor de la Iglesia. Fernando interpuso un recurso contra ese fallo, mismo que aún sigue sin resolverse.

Fernando también lo ha intentado por la vía penal, pero el proceso penal no solo ha estado lleno de trabas burocráticas, sino que también ha sido víctima de revictimización y maltrato institucional.

Al presentar la denuncia formal en la Fiscalía General de Justicia de Veracruz, desde el principio se enfrentó a la indiferencia y el maltrato institucional, pues una mujer perito le dijo de frente que no le creía, que conocía al sacerdote y que no era posible que lo que él decía fuera cierto. Esa experiencia no fue única. Fernando ha sido constantemente revictimizado por las autoridades civiles, que le han dicho que el delito estaba prescrito y que ya no había nada que hacer.

A pesar de sus intentos, Fernando ha sido atacado públicamente, acusado de mentir y de querer aprovecharse económicamente de la situación. “Yo no quiero dinero, quiero justicia por todo el daño que sufrí”, afirma.

Fernando tuvo que huir de Xalapa tras recibir amenazas. Se mudó a Villahermosa, Tabasco, buscando seguridad. Sin embargo, los problemas no cesaron. A los pocos días de llegar, un abogado lo llamó furioso, acusándolo de haber vendido información.

Fernando, a pesar de todas las dificultades, sigue luchando por justicia, pero el camino ha sido arduo. Cada vez más convencido de que el poder de la Iglesia y sus conexiones con las autoridades han bloqueado sus intentos de obtener justicia, Fernando sigue adelante, sin rendirse.

“Lo único que quiero es justicia por todo lo que me pasó”, concluye Fernando. Sin embargo, la falta de respuesta por parte de las instituciones, tanto eclesiásticas como civiles, ha convertido su lucha en una batalla solitaria, en la que, a pesar del dolor y las amenazas, Fernando no se ha dado por vencido.

Sentencia civil a favor de la víctima que la Iglesia impugnó.


“ME AMENAZÓ CON EL INFIERNO”

El abuso había comenzado cuando Fernando era monaguillo en la iglesia de Rinconada, Veracruz. La devoción de su madre hacia la Iglesia lo llevó a asistir regularmente a la parroquia, donde el sacerdote Carlos Carmona Montaño comenzó a abusar de él.

“Me decía que lo que hacía era normal y que si no lo permitía me iría al infierno”, recuerda Fernando. Estos abusos se extendieron durante una década. El sacerdote también lo amenazaba  con que, si hablaba, no solo sería enviado al infierno, sino que nadie le creería, ya que él tenía “poder en la Iglesia y entre las autoridades civiles”.

A pesar del terror que vivía, Fernando no se atrevió a hablar durante años y trabajó como monaguillo y ayudante del sacerdote. En su casa, su familia atravesaba grandes dificultades económicas. Eran siete hermanos y su madre, una mujer sola, trabajaba sin descanso para mantenerlos. “Pensaba que esa era la forma de ganarme un pan para comer”.

“Me decía que me quería como a un hijo, pero luego me golpeaba. Dejé de comer por la tristeza y él comenzó a darme antidepresivos que me dañaron el estómago. Hasta hoy, padezco de gastritis y colitis severa”, cuenta.

“Era un niño aislado, no quería estar con mis compañeros. Me sentía celado por el sacerdote”, explica. Durante esos años, el abuso también fue psicológico. El sacerdote lo amenazaba con acusarlo de robar en la iglesia si hablaba de lo que ocurría. “Al principio eran esas amenazas, pero luego se volvieron más severas, diciéndole que arruinaría su vida si decía algo”, recuerda. Con el tiempo y conforme a que Fernando crecía, según narra, las amenazas cambiaban; de joven el sacerdote lo amenazaba con decirle a su madre que él era su pareja: “yo no era su pareja, él abusaba de mí, era mi verdugo”, denuncia.

Fernando indica que, mientras era adolescente y sufría del abuso, en 1988, habló con otro padre llamado José Solís para decir lo que le sucedía. “Me confesé con él, le dije lo que el padre Carlos Carmona estaba haciendo conmigo y que me amenazaba. El padre José Solís solo me dijo que rezara tres padres nuestros y dos Ave María para que Dios me perdonara a mí”.

Las denuncias contra sacerdotes enfrentan un duro y largo camino en busca de la justicia, debido a la protección que tienen de la Iglesia. Foto: Arturo Pérez, Cuartoscuro.

En el año 2000, Fernando ya tenía una novia, decidió escapar de su agresor y dejar su trabajo, pero el sacerdote le advirtió que lo denunciaría por robo y lo encarcelaría si intentaba irse. A pesar de las amenazas, Fernando logró salir, pero su vida no mejoró. Enfrentó el estigma y la desesperación.

Fernando vivió en varios lugares, incluyendo Cancún, Guadalajara y Querétaro, siempre enfrentando el peso del abuso y la violencia psicológica. En 2001, Fernando se mudó a Cancún y comenzó una relación con una mujer de la misma localidad.

Durante el año que duró su relación, Fernando tuvo un hijo, pero la relación se desmoronó debido a su comportamiento agresivo y su incapacidad para manejar la relación de manera saludable. Tras la separación, Fernando se trasladó de nuevo a su pueblo natal antes de mudarse a Guadalajara, donde contrajo matrimonio nuevamente y tuvo dos hijos.

Sin embargo, Fernando señala que su segundo matrimonio se disolvió tras el descubrimiento del abuso por parte de terceros. En 2019, tras un episodio de profunda depresión, Fernando intentó suicidarse colgándose de un cable en su vivienda en Guadalajara. Fue salvado por su vecina, que vivía en un departamento superior, quien escuchó y descolgó a Fernando, llevándolo al psiquiátrico en el municipio de Tlajomulco de Zúñiga, Jalisco.

Durante su estancia en el psiquiátrico, Fernando recibió tratamiento y fue trasladado a la casa de su hermana en Querétaro. Fue allí donde reveló a su madre el abuso sufrido por el padre Carlos Carmona. Su madre contactó al sacerdote, quien aceptó la responsabilidad por el daño causado, pero rechazó ofrecer ayuda, argumentando que no veía el caso de hacerlo nuevamente, según narra la víctima.

En noviembre de 2021, Fernando decidió buscar justicia públicamente. Acudió al arzobispado para pedir ayuda, pero hasta el momento aún no encuentra justicia. Uno de los principales problemas que ha enfrentado el proceso penal es que el delito de abuso sexual que sufrió Fernando prescribió.

Sugeyry Romina Gándara
Ha trabajado como reportera y fotoperiodista de nota roja en Chihuahua. Los últimos años, ya radicada en CdMx, los ha dedicado a cobertura sobre temas de desaparición, seguridad y víctimas de la violencia.
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