La Suprema Corte de Justicia determinará este Día Nacional del Maíz si continúa la prohibición de la siembra de maíz genéticamente modificado. La suspensión, que lleva ocho años, fue abrazada por la Semarnat, pero impugnada por la agroindustria. En medio de este debate, una cooperativa al sur de la Ciudad de México demuestra que la producción diversa de alimentos sin agrotóxicos, como el glifosato, es ambiental y económicamente sostenible.
Ciudad de México, 29 de septiembre (SinEmbargo).– Entre hierba larga en una parte de los mil 200 kilómetros del ejido de San Antonio Tecómitl, en la Alcaldía Milpa Alta, Isaac Suárez mostró los sembradíos de fruta, maíz, papa, frijol y amaranto de la Cooperativa Construir en Raíces. La maleza, en vez de eliminarla con herbicidas como el glifosato, la aprovechan para generar biomasa, retener agua y es alimento y hábitat de las abejas del apiario para la cosecha de miel.
Este año, respecto a 2020 y 2019, ha sido lluvioso, comentó. De los alrededor de 300 ejidatarios de ese poblado al sur de la Ciudad de México, cinco le han apostado a transitar a la agroecología, una producción de alimentos de forma sostenible mediante bioconsumos y manejo integrado de plagas que no mata al suelo como los agrotóxicos empleados por la agroindustria que se ha amparado contra la prohibición del glifosato y maíces transgénicos, un caso que ha llegado a manos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) que este día se espera que discuta si mantiene la prohibición o no de esta tecnología.
“Un suelo sano te da una planta sana”, dijo el agroecólogo Isaac, quien detalló que priorizan proteger la estructura y vida de la tierra con arado, composta y biofertilizantes.
La agroecología —explicó cerca del gallinero del taller de producción de alimentos— busca una forma de producción que sea diversa (no monocultivo), que no use pesticidas ni agroquímicos para tener fertilidad y que sea recíproca, ya que “no le podemos estar extrayendo siempre a la tierra sin devolverle algo como composta, harinas de piedra y biofertilizantes”, los cuales fabrican con estiércol de vaca, melaza y hojarascas.
Sin embargo, advirtió, la transición implica años y pérdidas al menos en el primer lustro por lo que muchos tiran la toalla. “El mayor problema es transicionar de un cultivo tradicional hacia una agroecología. Tendrás un desbalance y los primeros años unas producciones muy bajas porque la tierra está muy desgastada por haberla tratado durante años con fertilizantes químicos y hay que hacerle muchas enmiendas”, planteó.
La agroindustria en México, entonces, optó por impugnar. Las líderes del sector Monsanto-Bayer, Syngenta, Dow Agrosciences y PHI México se ampararon contra la suspensión de permisos para siembra de maíz genéticamente modificado. La prohibición de esta tecnología ordenada por diez tribunales federales en 2013 derivó de una demanda colectiva presentada por científicos, organizaciones y apoyada por la Secretaría de Medio Ambiente (Semarnat).
A ello se sumó que el 31 de diciembre de 2020, por decreto presidencial, inició la gradual prohibición rumbo a 2024 del uso e importación del glifosato y de maíces transgénicos. A nueve meses, aunque la medida es constitucional y la avala el T-MEC, existen 26 amparos de la agroindustria para continuar con la utilización de este herbicida pese a que desde 2015 la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo catalogó como potencialmente cancerígeno, dijo Viridiana Lázaro, especialista en agricultura y cambio climático de Greenpeace México.
Este Día Nacional del Maíz, la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) agendó sesionar para atender el recurso de revisión interpuesto por la agroindustria, por lo que desde la semana pasada la Semarnat pidió a la Ministra Norma Piña Hernández que se tome en consideración dicho decreto y, por ende, se continúe la prohibición de esta tecnología transgénica para proteger las 64 razas de maíz nativo y la milpa nacional, pilar de la alimentación mexicana y la cultura de las comunidades indígenas y campesinas.
Desde 2016, el Poder Judicial sugirió a los amparados siembras experimentales de organismos genéticamente modificados para recabar elementos de prueba que demuestren los efectos positivos o negativos, pero el Colectivo Demanda Maíz resaltó que las líderes del sector agroindustrial referidas no solicitaron permisos durante estos años por lo que, pide a los ministros, se analicen los antecedentes y evidencia científica de riesgos o probables daños a la integridad de los maíces nativos y a la salud humana y ambiental que causa la tecnología transgénica.
El académico de la Universidad Veracruzana, Miguel Escalona Aguilar, uno de los autores del informe Agricultura sin glifosato de Greenpeace México publicado el martes, coincidió con Isaac en que en la medida que se mantenga la vida y fertilidad del suelo se dependerá menos de insumos externos y se tendrá un sistema altamente eficiente a diferentes escalas.
“No se trata de vender productos que matan, sino de diseñar estrategias que apuesten a la vida. Dicen que sin químicos no se puede. Más bien, si quitamos los químicos en un proceso de transición agroecológica, haremos sistemas más sustentables y dejaremos de depender de ellos”, expuso. “Existen otras estrategias de producción donde el bienestar de las personas, de nuestros recursos naturales y de esta agrodiversidad que existe en el país se pone frente a los intereses económicos”
DEL SUELO SANO A LA BOCA
Después de cosechar en el campo, en el taller de la Cooperativa Construir en Raíces en Milpa Alta transforman la fruta en ate y mermelada, el maíz en obleas o el amaranto en tamales, productos que venden todos los domingos en el mercado alternativo del Bosque de Tlalpan o pueden ser solicitados en sus redes sociales.
“Es un mito”, afirmó el agroecólogo Isaac Suárez sobre el supuesto bajo rendimiento de esta forma de producción diversa con bionsumos, alegado por la agroindustria a raíz del decreto que prohibe el uso e importación de glifosato y maíces trasngénicos.
“De un monocultivo se pueden sacar 18 toneladas de maíz transgénico por hectárea, pero una milpa saca dos toneladas de maíz, pero también te da calabaza, frijol, haba. Es distinta la forma de producción, por lo que los rendimientos no deberían de ser medidos de la misma manera”, contrastó.
Mientras mujeres de la cooperativa preparaban obleas y setas para la venta del domingo, Isaac compartió que es la tercera generación de su familia en la apicultura. Ahora tienen 120 colmenas para extraer y envasar miel.
También siembran cultivo de temporal como milpa, amaranto, maíz, trigo, avena y cuentan con un huerto de mil árboles frutales, en su mayoría de manzana, aunque también emergen pera, durazno, tecojote y ciruela.
“Una vez que tenemos la producción de campo pasa al taller, donde hacemos amaranto, un grano muy noble que tiene muchas formas de transformación como alegrías, obleas, granola, germen; algunos libres de azúcar, sal o gluten”, detalló Isaac.
Parte de la agroecología, contó, es llegar a una sostenibilidad económica y la transformación de la materia prima producida en su suelo sano es una forma, inclusive a gran escala. Y los transgénicos y los agroquímicos —concluye el informe de Greenpeace México— son la punta del iceberg de un sistema agroalimentario industrial insostenible, dañino para la salud humana y de los ecosistemas empezando por la deforestación para monocultivos.
“No se trata de buscar sustitutos que mantengan la dependencia de las y los agricultores a agroquímicos. Más bien, se requiere de un cambio de raíz basado en procesos agroecológicos y en conjunto con los saberes campesinos, que abordan los impactos del cambio climático que ya están experimentando las personas de todo el mundo”.