“¡Ya basta!” decía el zapatismo el primero de enero de 1994. Funcionarios del partido que tomó a la revolución mexicana y la envolvió “para llevar”, estaban “indispuestos” celebrando el inicio de aquel año que traería, meses después, el triunfo de un candidato (Ernesto Zedillo) que emergió como el suplente de quien fuera asesinado en Lomas Taurinas, Tijuana. El teléfono timbró con ganas de sacar un alarido. México se despertaba con un conflicto armado al mismo tiempo que el ex-presidente Carlos Salinas de Gortari lanzaba la bandera a cuadros para que el país entrara hacia la recta del neoliberalismo. La madrugada declaraba la guerra. Indígenas con el rostro cubierto, la palabra desenfundada y el arte apuntándole al frío invierno, le decían al gobierno: “Perdona las molestias, esto es una revolución”.
Por Luis Alberto Gozález Arenas
Ciudad de México, 29 de agosto (SinEmbargo/Vice).- Veintidós años han pasado desde que el movimiento zapatista dignificara a los pueblos indios de México; con ello reclamarle a la historia por su apabullante olvido y la marginación de más de cinco siglos; interrumpirla para hacerle una escisión a manera de zaguán por el que la dignidad y la rebeldía de miles de indígenas se hiciera presente en la historia moderna del mundo. Cuánto cabe en 22 años sabiéndolos acomodar.
Otros movimientos de resistencia han sido absorbidos por el sistema del capitalismo desbordado o violentamente desaparecidos por el gobierno del mal o el mal gobierno (el orden de los factores no altera el producto). El movimiento zapatista enciende diversas opiniones, pero todas ellas convergen en un quiosco, el de la permanencia. ¿Cómo es que permanece un movimiento por tantos años y con gobiernos tan malos como una poesía de Ricardo Arjona?
Bueno, el zapatismo; perdón, Marcos y el zapatismo; quiero decir, Moises, Marcos y el zapatismo; ahora si ya la última: Moises, Marcos, Ramona, Esther, Pedro, David, Tacho, Luis, y miles de “indígenas” en rebeldía, sabían desde un inicio que la declaración de guerra, era eso, una declaración, pero no una guerra. El movimiento de los encapuchados cual negro carbón que esconde su fuego luminoso e interno ha sabido dialogar con los pueblos del mundo, con hombres y mujeres de geografías y tiempos tan distintos a través de una estética-ética que va ligada a la única verdadera arma que han tenido en estos años: la palabra. Es con ella que caminan hacia un mundo en donde caben muchos más y que encuentra el arte como eslabón de su columna vertebral, como el estuco que ha creado un diálogo sin precedentes entre las comunidades en resistencia indígena y la sociedad civil. Es el arte donde entran muchas artes. Es allí donde no se necesita de traducción, donde la máquina del tren que no es azul, sino del color de la tierra, avienta humo de pipa. Una carcacha todo terreno que ha ido incrustando 22 vagones de lucha en la milpa de la colectividad.
Es así que dentro del marco de su resistencia, el movimiento zapatista ha creado su propio festival para compartir la creatividad que hay en el mundo, desde los márgenes, hasta las sangrías, siempre de igual a igual, un “emparejarnos” en el que las artes son las que circulan por las venas del maíz. El Festival CompArte por la Humanidad, es una celebración de esperanzas, porque la esperanza no es una, sino es tan variada como los colores de la piel o del cielo en el pacífico cuando el sol deja su sombra de nostalgia. El título no es sólo lo que cientos de músicos, actores, pintores, escultores, poetas, fotógrafos, cineastas, performers han venido a hacer, sino que lleva —como siempre— su jiribilla: ¿Cómo puede haber arte, sin el compa? ¿Cómo puede existir el compa sin el arte? ¿Cómo puede haber arte sin compartir?
El festival CompArte se ha celebrado como un acontecimiento y no uso esta palabra como mero suceso, sino como un levantamiento contingente que ha generado un compromiso del sujeto colectivo, del arte como un nosotros que va poniendo en marcha el trabajo de reestructurar la ética en una sociedad acostumbrada a sobrevivir con la corrupción como su roommate. Y es que los zapatistas, tanto el EZLN como las Juntas de Buen Gobierno (instituciones que organizan sus comunidades autónomas), habían decidido suspender el festival en apoyo al magisterio y su lucha contra “la reforma de educación”, esa iniciativa sin pies ni cabeza que trata de ser la joya acochambrada de la corona de Aurelio Nuño para la candidatura presidencial.
Los zapatistas pedían una disculpa a los mil 127 artistas mexicanos y 318 artistas de otros países como Japón, Nueva Zelanda, Escocia y Togo que se habían registrado para exponer en el festival. Les explicaban que era una valoración ética la que los había hecho llegar a esa decisión. La intención de los zapatistas era salir de los focos de atención, deshacer cualquier protagonismo en la zona chiapaneca para que las miradas no perdieran fuerza hacia lo importante: el movimiento magisterial. Esta resolución incluía la donación a los maestros de 290 mil pesos representados en 10 toneladas de alimentos como frijol, arroz, sopa, sal, aceite, café, jabón, chile, cebolla, tomate, azúcar, pinole, tostadas, chayote, camote, yuca y plátano. En principio, todo ello había sido recaudado por los colectivos de producción en los pueblos, regiones y zonas, así como de los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ) y las Juntas de Buen Gobierno para dar alimentación a cada uno de los artistas seleccionados que representarían por medio de su arte, a los 5 caracoles zapatistas; se trataba de unos 1,819 artistas y 1,566 “escuchas-videntes”, entre hombres, mujeres, niños y ancianos de procedencia tojolabal, mame, chol, tzeltal, tzotzil y mestizo.
Fue entonces que apareció el acontecimiento, pues no sólo los artistas insistieron en viajar hasta el sureste mexicano para compartir en las calles, callejones, terrenos y hasta dentro de los camiones; sino que fueron a visitar a los maestros y maestras en resistencia, en los principales puntos de Chiapas (San Cristobal de las Casas y Tuxtla Gutierrez), para llevarles su quehacer creativo y celebrar la humanidad. Entonces los bloqueos fueron hojas sin márgenes donde se iban dibujando paisajes de música, de teatro y circo, de stencil y videoarte. Las llamas que emanaban de armas de fuego del grupo de choque al servicio del gobierno municipal y estatal de Chiapas (denominado ALMETRACH) se cambiaban por fogatas que calentaban manos, corazones y ollas de ponche y pozol de sabor. Del olor a petróleo y muerte, al olor de vida y chocolate.
Emergió entonces el festival que se des-territorializa, el festival que mandaba un mensaje claro como la sonrisa de Beatriz Aurora, la artista chilena que ha narrado el universo zapatista en sus míticas pinturas y que al respecto dijo: “Para ser un buen artista, se necesita ser un buen ser humano”. Beatriz sumergió las pupilas en sus párpados y agregó: “el arte no se aprende, se desarrolla y se necesita creatividad y rebeldía”. El CompArte no se suspendía porque como también dijo Aurora, “la belleza no está en la forma de una línea, sino en la luz de los ojos que la miran”.
La montaña baja su velo de neblina sobre el caracol zapatista de Oventik, los rostros parecen andar sin cuerpos, son como ánimas rodeadas de un algodón que van desmembrando para ser descubiertas. Entre esas gotitas de agua esfumadas sorprende una pantera sonriente, con pinceles como garras y un sombrerito negro que oculta algunos cabellos blancos que se resisten a extinguirse en la cabeza. Emory Douglas es artista y fue ministro de Cultura del partido de las Panteras Negras (Black Panthers Party), una organización política fundada en 1966 por Huey P. Newton y Bobby Seale, bajo la influencia ideológica de los míticos Malcolm X y Frantz Fanon que luchaban a favor de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos.
Emory fue el cerebro de la propaganda más sugerente de esta organización política entre los años de 1967 y 1981. Imágenes icónicas que ilustraban el día a día de los negros en los barrios donde se iba manteniendo la versión real de su historia, su algarabía e idiosincracia, y que hoy existen también a manera de bordados hechos en Chiapas, inmortalizados a través de hábiles hilados que siguen sosteniendo una lucha necesaria que, como la zapatista, buscaba y aún busca la transformación cultural de cara a un mundo más ético.
Emory regresa a un lugar que siente como su casa y sin pensarlo me abraza y grita: “I Am We” (yo soy nosotros) en una clara invitación a unir-nos y a unir-yos. Me cuenta que aún hay presos políticos en los Estados Unidos, amigos que llevan encerrados más de 40 años por haber dedicado sus años más fértiles a la lucha por los derechos civiles.
“Era cuestión de tiempo que estos dos movimientos, el zapatista y el de las Panteras Negras, se encontraran para compartir experiencias de represión y de presos políticos; de tal forma que nos unamos en solidaridad por los derechos humanos básicos”, me dice el Pantera Negra y agrega que hay una especie de paralelismo en el tiempo con ambas luchas sociales:
“En 1981 se desvaneció el partido de las Black Panthers y ese mismo año se empieza a organizar el movimiento que hoy nos tiene aquí. Creo que sólo había una especie de neblina como telón que después se dispersaría en el tiempo para presentarnos a los pasamontañas”.
El zapatismo y las Panteras Negras son movimientos contemporáneos que han dotado al “indígena” y al “negro”—respectivamente— no sólo de consciencia de las migajas ofertadas por la historia sistematizada de gobiernos cínicos, sino que les mostró la dignidad para levantarse, ver de frente, saber que su alma, su color y su cosmovisión eran motivo de orgullo. No más sumisión indígena, no más esclavitud negra. La pantera y el paliacate enlazados en rebeldía por justicia, democracia y libertad. Una sinergia de dos tiempos por un buen vivir comenzando por el reconocimiento constitucional de sus derechos elementales, otro ejemplo es la muy digna lucha que sostienen las comunidades afromestizas por el necesario reconocimiento del llamado “México Negro”.
Las Zapanteras han nacido para resaltar el importante papel del arte como eje narrativo de dos ideologías que se enfocan en la autodeterminación, decidir sobre el destino propio y el de la comunidad. El arte como vocero de los movimientos de emancipación más importantes de la era moderna. Hoy, las panteras y los pasamontañas bailan en parejas al ritmo de los corridos de “Los Originales de San Andrés”, el grupo musical más popular formado por músicos de las comunidades zapatistas: “Black Panthers Meets Zapatista Movement”. Dos tiempos. Una lucha. La neblina se desvanece, pero en realidad nunca se va.
Entonces las calles, callejones, terrenos y camiones eran asaltados por el arte, secuestrados por la creatividad, bolseados por el talento. Los y las zapatistas vieron que el festival ya era un acontecimiento y que el intento de suspenderlo sólo lo había fortalecido; no sólo se había logrado una manera sincera de compartir las artes, sino que se ponía en verdadera práctica que fuera por la humanidad: “Gracias maestr@ por enseñarme a ser artista” iluminaba por el día el asfalto y se extendía como el olor a ocote por la húmeda tierra de noche.
Así, el festival se extendió por los caracoles (territorios autónomos zapatistas) de La Realidad, La Garrucha, Morelia y Roberto Barrios para mostrarnos sus artes escénicas, plásticas, música y poesía hechas a mano y a corazón tojolabal, tzeltal, chol mame y mestizo.
Cada obra mostraba que para ser buen artista hay que también ser buen artesano—y viceversa— pues no hay conceptos increíbles si no se materializan con manos ágiles y creativas. Una vez más los pueblos originarios dejan en claro que no solo responden al nombre de “artesanos”, sino también al de artistas; es parte de la dignidad que el movimiento zapatista ha hecho consciente para que al indígena no sólo se le vea como folklore ni se le encasille en muñequitas de trapo, con vivos vestidos y que llevan flecos y listones multicolores que se entrecruzan en sus trenzas de estambre, piezas que únicamente se consideran arte cuando algún “artista” hace una reverberación de las mismas y las encierra en un museo.
Para los pueblos de miles de mujeres y hombres zapatistas fue un repaso—a través del arte y su técnica— de lo que son y representan sus comunidades en resistencia en estos 22 años bien acomodados. Una conmemoración colorida de un movimiento ético y estético en contra del neoliberalismo y por la humanidad y la cosmocracia, es decir, el respeto a todo lo vivo. Un movimiento que no sólo ha desafiado a la historia, sino también al tiempo. Nos muestran al arte como constructor de un nuevo sistema de gobierno donde se sostiene y se practica una consigna: “aquí manda el pueblo y el gobierno obedece”. Todo aquí es una cadena de arte, un efecto domino, una mariposa que aletea y extiende sus peludas patitas para aterrizar en otro mundo posible. Uno donde Bob Ross no tenga que preocuparse por ponerle a aquella roca un arbolillo para que la acompañe, o a ese arbusto un arrollo que le cante canciones. El CompArte siempre acompaña porque “el arte no tiene sentido sin el compa”.
Bienvenido sea este contrafesitval que le permite al arte regresar a su esencia mas pura: la crítica social, la confianza en el otro, la genuina solidaridad y la rebeldía. Ya son 22 años de arte en la palabra y de la palabra en el arte. Quien aquí venga verá fenómenos que rompen los esquemas del discurso totalitario, el que aquí venga verá que la música electrónica puede ser para niños y en un horario en que hasta el tío Gamboín hubiera podido asistir; el que aquí venga verá que las drogas no son necesarias para sentir.
Músicos, artistas e intelectuales, famosos o no, recuerdan que son personas y que pueden mezclarse con la audiencia, ven que hay lugares donde el concepto del backstage, o de VIP, o de “quiero una fuente de sushi y siete botellas de whisky”, no existe. Quien venga aquí va a recordar que la naturaleza es nuestra casa y que el carácter violento del ser humano no es aquel que debe gobernar. Quien venga aquí va a recordar que en la humanidad, aún hay esperanza.