Ciudad de México, 29 de julio (SinEmbargo).– Luis Buñuel (España, 1900-México, 1983) estudió en la Academia de Cine Francesa, dirigida por Jean Epstein, quien lo tomó como ayudante en sus películas Mauprant y La caída de la casa Usher. Allí filma Un perro andaluz en colaboración con Salvador Dalí, y dos años después su segunda película surrealista, La edad de oro. Tras un periplo accidentado que lo conduce por España, Francia y Estados Unidos, recala en México adonde sus ideas rojillas no molestan a nadie.
Como Gran casino, estelarizada por Jorge Negrete y Libertad Lamarque, quien también se estrenaba en México, resultó un fracaso, Buñuel es congelado tres años, hasta que el mismo productor se apiada y le encarga El gran calavera. Pegó como Nosotros los Nobles ahora, y de este modo Buñuel pudo permitirse una cinta más arriesgada con Los olvidados, y encarrilar una filmografía constante que fue pasando de películas alimentarias a de culto.
El escritor Paco Ignacio Taibo I, amigo de Buñuel, cuenta en su libro Por el gusto de estar con ustedes, algunos momentos que pasaron juntos, de los cuales SinEmbargo reproduce aquí ciertos pasajes:
Taibo I: Dime la verdad, cuando decidiste titular la película Un perro andaluz, ¿tenías algo en contra de Federico [García Lorca]?
Buñuel: Yo no sé cómo se le metió eso en la cabeza a Federico. Decía a todos: “Buñuel y Dalí están haciendo una película que se refiere a mí y la llaman el perro andaluz”. Se le metió eso en la cabeza.
Taibo I: ¿Sigues odiando a Platero?
Buñuel: No lo odio. Nos pareció a Dalí y a mí, un burro muy falso, por eso enviamos aquél telegrama a Juan Ramón Jiménez diciendo que su burro era una mierda, y que si nos encontrábamos con Juan Ramón le íbamos a cortar la barba. Se espantó y disgustó tanto, que se puso enfermo.
UN HOMBRE DE FETICHES
Archivaldo niño vistiendo las ropas de su madre. Viernes, el nativo salvaje, metiéndose el vestido de la mujer de su amo. Don Jaime colocándose las zapatillas de novia de quien fuera su esposa. El señor burgués honorable de puertas a fuera, perverso en la intimidad.
Cayendo la tarde de cara al Parque México, este medio platicó con el ensayista Andrés de Luna, quien a partir de una texto que escribió en 1987 en el suplemento Sábado, del Unomásuno sobre lencería que vio en Venecia, comenzó una columna sabatina erótica.
—Hablemos de la obsesión por los pies que tiene Buñuel.
— Buñuel descubre en Octave Mirbeu la fascinación por los pies, un gusto muy extendido en el siglo XIX francés; hay una serie de textos, entre ellos el de Mirbeu: El diario de una recamarera, que Buñuel lleva al cine con la actriz Jeanne Moreau, pero es en Él, donde me parece que está mejor representado esto.
—En la iglesia, esa primera escena de Él…
—El Jueves Santo, durante el lavado de los pies, Francisco (Arturo de Córdova) descubre los pies de esa mujer maravillosa, Gloria (Delia Garcés), y a partir de ahí se enamora de ella. La película es notabilísima, la seducción en el tren, los celos, la escena donde toma aguja e hilo para cocerle el himen a la esposa. Buñuel tenía una gran capacidad para poner en escena, y jugar con ese tipo de retos, a pesar de la censura.
Andrés de luna, padre de El bosque de la serpiente y Cuentos eróticos de navidad, publicados en la colección La sonrisa vertical, de editorial Tusquets, dice que “Buñuel casi no tiene besos en sus películas. Era un gran maestro de la sutileza. La más claramente erótica es Bella de día; un prodigio de erotismo. Cada escena tiene un destello, algún atisbo que nos coloca en una situación erótica. En Bella de día Catherine Deneuve es muy joven y en una escena tenía que estar desnuda bajo un camisón transparente con un necrófilo, lo que para Deneuve era un problema, que Buñuel solucionó dándole unas copitas de vino para que se relajara”.
UN ARAGONÉS ENCANTADO CON LA FABADA
“Un día Luis bailó la Marsellesa con mi mujer y lo hicieron muy bien —recuerda Paco Ignacio Taibo I, hacedor de míticas fabadas, y autor de una afirmación apasionada de dicho manjar en Breviario de la fabada—a pesar de que, según afirmaron, el ritmo de la Marsellesa es más difícil que el del paso doble.
“En mi casa —continúa Taibo I, quien entre su obra cuenta con biografías de referencia sobre Emilio “Indio” Fernández, y María Félix— comió varias fabadas, y un día de Navidad nos retratamos exhibiendo morcillas, jamones y chorizos. Luis Alcoriza esgrimía una mortadela. Él y Buñuel manejaban una serie de viejas bromas, repetidas mil veces, como dos ajedrecistas que llevaran a cabo la misma partida punto por punto.
“Un día nos llamó Juana [esposa de Buñuel] para decirnos que vendrían a comer, pero que Luis no podría con la fabada. Comprendí que desde entonces las cosas no serían iguales”. El estómago de Buñuel, veinticuatro años mayor que el de Taibo, no estaba ya para fabadas.
FANTASMAS ERÓTICOS
Los artículos de Andrés de Luna versan sobre arte, cine, gastronomía y erotismo. Puro placer. En el caso de Luis Buñuel, algunos prohibidos, como el sadomasoquismo.
—El sadomasoquismo es una parte de lo que llamaba su atención —responde de Luna—. Lo utiliza en La vía láctea, en Bella de día, en esa primera escena: un carruaje por el bosque de Bolonia, se bajan dos sirvientes y azotan a la mujer, que en realidad está soñando. Ese tipo de detalles aparecen en diferentes películas.
—Y el hombre hurgando en la ropa de la mujer; la pureza que es mancillada…
—Yo creo que los fantasmas eróticos de Buñuel estaban muy claros. Están en El perro andaluz, y en La edad de oro, otro compendio erótico fuera de serie. Incluso en su cine mexicano, poco a poco, empezó a mostrar las tendencias que él traía. A Buñuel hay que revisarlo incluyendo sus películas consideradas menores, como Robinson Crusoe; siempre hay algún elemento que nos convoca a lo erótico.
—El hombre maduro, el patrón o señor de la casa, con la joven empleada o protegida.
—Y siempre se presenta de manera misógina. Aunque a lo largo de las escenas la intención vaya cambiando, y la relación se nivele, la observan desde su altura de clase. Según Jeanne Buñuel, lo padeció por su conducta machista desde que lo conoció; siendo novios, Buñuel le prohíbe andar en leotardos ejercitándose en la playa. Ya en México, en medio de una discusión en una tertulia, Jeanne se atreve a llevarle la contraria, y Buñuel la manda a la cocina; ella lo cuenta con toda naturalidad y frescura, pero realmente el hecho era bastante grave.
—También está el aspecto religioso, y el puritanismo muy cerca de las perversiones.
—Buñuel era un hombre religioso aunque no fuera católico. Busca mofarse, pero acaba reconociendo en la religión algo extraordinario, superior, sobre lo que uno tiene que reflexionar. Buñuel tuvo la salida del cine, frente a su vida personal era un hombre sencillo, recatado, de costumbres conservadoras. En el cine era otra cosa, ahí está Simón del desierto, una maravilla, verdaderamente notable en términos eróticos; Silvia Pinal mostrando los pechos, sobresaliente.
—En Ensayo de un crimen, el personaje de Ernesto Alonso, es muy Buñuel…
—A tal punto era tan Luis Buñuel, que Rodolfo Usigli [el autor primigenio] declaró que era un crimen sin ensayo, porque no sentía que estuviera presente su trama, sino Buñuel mismo.
ACERCA DE NAZARÍN
Basada en la novela de Benito Pérez Galdós, Nazarín narra las andanzas de un cura adaptadas al México porfirista. En la historia de Galdós, Nazarín triunfa en cada prueba a que es sometido su espíritu. En el tratamiento que hace Buñuel con el guionista Julio Alejandro, la ayuda espiritual de Nazario (Francisco Rabal) de nada vale ante la cruda realidad. El personaje de Beatriz (Marga López) se enamora del cura y decide seguirlo no sin cierto espanto de sí misma. En Galdós, Beatriz domina su deseo carnal y alcanza el goce místico que le inspira el sacerdote.
En la introducción de Nazarín, el guión publicado por el Instituto Politécnico Nacional y la Sociedad General de Escritores de México, Buñuel apunta: “Conservé lo esencial del personaje, pero adaptando a nuestra época ideas formuladas casi cien años antes; a lo largo de la historia añadí nuevos elementos, por ejemplo, durante la epidemia de la peste, la escena con la moribunda en la que la llama a su amante y rechaza a Dios, una escena inspirada por el Diálogo de un sacerdote y un moribundo, de Sade”.
Julio Alejandro, quien podía jactarse de haber escrito en buena medida el cine mexicano de 1950 a 1979, recuerda que “Cuando trabajábamos juntos y llegaba a su casa para adaptar Nazarín, lo hacía con una fatiga inmensa por tener que hablar fuerte; Luis Buñuel se estaba quedando sordo, y me hizo sufrir de una manera terrible”.
La filmación fue más estimulante para el guionista. Cuenta que Gabriel Figueroa llegó antes a la locación, cerca de Cuautla: “Era un paisaje espléndido con el Popocatépetl de fondo. Llega Buñuel, ve aquello y dice: No, por favor Gabriel, dale vuelta a la cámara, quiero el páramo. Existe el fotograma de ese cuadro rural eliminado de la película, tomado por Manuel Álvarez Bravo, quien trabajaba en el rodaje haciendo foto fija. Después comprendí que uno de los elementos que le daban valor a la escena era el páramo. Es clara la intención de eliminar el panorama preciosista para no distraer, para hurgar más en el personaje”.
Nazarín, como ocurrió con Él y Los olvidados, de momento no gustó al gran público. De nuevo el Festival de Cannes, donde Buñuel había sido premiado por Los Olvidados, provocó que con el Gran Premio Internacional que otorgó a Nazarín, la película fuera vista con mejores ojos.
TENÍA SU ALTER EGO
Para el crítico e investigador de cine, Leonardo García Tsao, la obra de Buñuel incomoda y deja pensando al espectador, “eso no le gusta a la gente, es un cine complejo”, comenta a SinEmbargo.
“Buñuel, dice García Tsao, era un señorito burgués que podía darse el lujo de viajar a París y formar parte del movimiento surrealista. No es complaciente con los pobres. En una entrevista le preguntan por qué es tan cruel con el ciego de Los olvidados, y responde: ‘Porque odio a los ciegos’. La picaresca española está más cerca de ese ciego, de lo que estaría un ciego netamente mexicano. Yo me quedó con el viejo ciego diciendo: ‘¡Uno menos!’, cuando aparece muerto uno de los chicos de la palomilla”.
Preguntado sobre el actor fetiche de Buñuel, el autor de Cómo acercarse al cine, y El ojo y la navaja. Ensayos y críticas de cine, responde que Fernando Rey es el alter ego de Buñuel: “Fernando Rey no tenía trabajos importantes y Buñuel lo rescata. Hace de él un personaje burgués anticlerical, con deseos sexuales reprimidos.
“En todas sus películas, continúa, hay pulsión sexual, yo prefiero su cine nacional, más espontáneo, Él, Viridiana, Los olvidados, El ángel exterminador; su cine internacional es más cuidado y ahí Buñuel ya tiene la intención de provocar y seguir un discurso muy suyo, sin ser preciosista como un Kubrick”.
NO OYE, PERO SIENTE EL RITMO
Apunta Monsiváis en las Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX, que “en su mejor instancia, las obsesiones de Buñuel le permiten el inmejorable acoso a su adversario, la moralidad burguesa, cuyos símbolos y arquetipos especializa a través de la ridiculización y la grotecidad [sic]. Buñuel va, entre repeticiones y deslumbramientos, a la raíz: la moral judeocristiana:
“En Él, el comportamiento cotidiano de un burgués (Caballero de Colón) se reduce y amplifica como caso patológico; en Viridiana, la filantropía (la caridad católica) es enfrentada como un desconocimiento y una caricaturización de la pobreza; en El ángel exterminador la vida social se condensa, angustiosamente, en una metáfora de infinitas proposiciones. Siempre, a contracorriente se filtran el poder y la esclavitud del erotismo”.
El cineasta nacionalizado mexicano no gustaba de dar entrevistas ni que se tratara de desentrañar su cine, con Taibo I hablaban de otras cosas: “Siempre terminábamos la comida cantando yo vaquerías de Asturias, que son canciones rupestres, las acompañaba con un golpeteo en la mesa, que Luis sabía hacer bastante bien a pesar de la sordera.
“Cuando murió [un 29 de julio] llegué muy temprano a la sala mortuoria, sólo había dos o tres personas. Estuve sentado bastante rato frente al ataúd, luego comenzó a llegar la gente y me fui. No volví ni tampoco al cementerio. Hablar de Buñuel es desobedecer a Buñuel”.