SinEmbargo comparte Dalí, un relato incluido en El amor en tiempos de selfie, libro de Juan Carlos Toriz.
Por Juan Carlos Toriz
Ciudad de México, 29 de junio (SinEmbargo).– Leía el periódico. Miles de inmigrantes haitianos y africanos, hacinados en Tijuana, buscando entrar a Estados Unidos. Haití, por muchos años, ha sido considerado el país más pobre de América, pues ahí según los expertos, existen todo tipo de problemas: catástrofes naturales, epidemias, dictaduras y corrupción. Sin embargo, Haití fue el primer país en América, en hacer una revolución por parte de los esclavos. La pobreza siempre ha estado en la mente de los medios de comunicación masivos y en los supuestos hombres de ciencia.
Pensar en Tijuana me ayudó a recordar a Dalí: una chica morena y candente que había conocido en la prepa. Una sex-simbol latina. Un recuerdo agradable. Mientras trataba de analizar críticamente la situación de los migrantes, en mi mente, los celos invadían mis ideas. Cientos de negros con vergas enormes seduciendo a esa bella tijuanense.
Dejé de pensar y le escribí en el Facebook.
—¿Dalí?
—¡Qué onda! ¿Cómo estás, Juan?
—Bien, aquí recordándote un poco.
—¿A qué se debe ese milagro?
—Los migrantes en Tijuana. Esos africanos que aparecen en la televisión.
—¿Qué hay con ellos?
—Pues, quisiera saber si ¿realmente la situación está tan cabrona como dicen en la televisión?
—Sí, incluso está peor. En la calle hay millones de personas. Todas durmiendo en las banquetas y pidiendo dinero.
—Y, dime algo ¿te parecen atractivos?
Escribió, borró y volvió a escribir.
—¡No mames, vato! ¿Eso qué tiene que ver?
No contesté y seguí leyendo las noticias del periódico.
Las notas de los diarios expresaban cosas alarmantes. Miles de personas en busca del sueño americano. Pero, ¿cuántas personas en México no vivían con el mismo sueño? Simplemente, en mi barrio todos compraban ropa de marcas norteamericanas, buscando afanosamente, ser como los cantantes y artistas gabachos. Sin ir muy lejos en alguna etapa de mi vida, yo también había creído que los Estados Unidos era un país modelo.
Saqué un cigarro y lo fumé. Seguí revisando información sobre los haitianos y africanos.
“Barack Obama canceló el programa de Protección Temporal que el país les otorgaba a los haitianos desde 2011, esto era parte de acciones humanitarias que se habían emprendido después del temblor que devastó gran parte de la isla en 2010, en el país más pobre de América”— decía una de aquellas notas.
Una mentada de madre para el pensamiento humanista y racional del mundo. Los negros, o bueno la gente de color, siempre habían sido perseguidos como parte de una lógica imperial y colonialista de los países occidentales. Pero a mí me parecía demasiado curioso que en MTV y otros canales de vídeos, aparecieran vídeos de negros con carros y ropas lujosas, comportándose como blancos racistas. Entonces me cuestioné:
—¿El problema de los negros realmente yacía en el color de piel o en la situación económica? Porque ¿quién se atrevería a humillar a Kanye West o a Floyd Maywhater? Un par de negros también, sí, sí, sí pero con mucho dinero y fama internacional.
Fumé otro cigarro.
Dalí volvió insistir en la conversación del Chat:
—Juan, ¿por qué preguntas sobre si los inmigrantes son atractivos?—la morra puso varias emoticones de desconcierto en el chat.
Dudé en contestar. No había una respuesta.
—Porque me pongo celoso —escribí sin pensar.
—¿Celoso por qué o de qué?
—De que esos negros pudieran tener algún tipo de contacto sexual contigo.
—¡Cómo crees, Juan! ¿Qué te hizo pensar eso?
—Nada. Pero, en cuanto leí el nombre de Tijuana me acordé de ti, recordé todas la veces que deseé tocarte el culo o de menos verte desnuda.
Fui al baño. Haber escrito eso resultó una verdadera revelación para mí. Sentí miedo. Oriné.
Regresé a la computadora. Dalí había respondido. Leí:
—¿Eso es cierto? ¿Por qué nunca lo dijiste?
—Pensé que me rechazabas. —escribí torpemente.
—¡¿Cuándo te rechacé Juan?! ¿Creo que no te acuerdas de la historia completa, verdad?
—Sí, te hablaba y siempre me rechazabas. Esa es la historia completa.
—¡No es verdad! ¿Acaso no recuerdas cuando yo pagaba tu pasaje y que siempre te alimentaba cuando estabas súper-drogado?
—No.
—¿No te acuerdas cuando te dije que me gustabas y tú respondiste que nunca andarías con una chica morena?
—Tampoco lo recuerdo.
—¿Y cuando te querías ligar a la chica blanquita y pecosa de la escuela?
—A ella sí la recuerdo. Era una maravilla.
—¡¿Lo ves?! Siempre fuiste muy despectivo con la gente.
—Era inseguro y tenía miedo.
—¿Eras o eres? Ve, ahorita tenía muchos años que no me escribías y sólo lo haces para preguntarme, si he cogido con algún haitiano.
—Quería saberlo. Me gusta fantasear.
—¡Eres un estúpido! —escribió aquella tijuanense y puso varias caritas de enojo. Ya no quiero seguir hablando contigo. Bye.
—¡No te vayas!
Dalí me bloqueó del Facebook. La había cagado.
El racismo estaba inserto en mi vida cotidiana. Tampoco, al igual que los gringos, veía a las personas por ellas mismas, sino por su color de piel y su estatus social. Había caído en la fantasía del sueño americano. Trump vivía en las prácticas de millones de personas en el mundo. La gente moría de hambre y eso no interesaba. La realidad social era vívida como una fantasía.
Seguí leyendo el periódico.