“Pero, ¿cómo? ¡Si tenían todo en común! A los dos les gustaba leer, la comida hindú, las playeras viejas. Oían la misma música, andaban en bici juntos, rescataban gatitos de la calle… ¿Y terminaron? Si ellos no la hicieron, ¿qué chance tenemos los demás?”
¿Quién demonios lo sabe?
Por mi parte, me he encontrado reflexionando en torno a esto con tanta frecuencia que ya no es frecuencia, es estado. ¿Qué garantiza que una relación funcione? ¿Qué la hace tronar? ¿Qué debemos buscar, qué evitar? Como siempre, los clichés meten su cuchara y tenemos a “los opuestos que se atraen” vs. “los que están en el mismo canal”. De esta contienda me nacen nuevas preguntas: ¿qué es lo opuesto? ¿Es suficiente la atracción? ¿Qué es un canal? Y ¿podemos cambiar de canal? Nunca (y menos con mi historial) presumiría tener respuestas infalibles; lo que tengo es un currículum de accidentes, algunos de esos que te hacen decir “pero qué afortunada fui”, otros que han resultado en pérdidas totales y, cómo no, algunos rayones.
Mi conclusión es esta: lo opuesto es lo irreconciliable, lo idéntico es lo reflejante. No quiero una pared para estrellarme, tampoco un eco que repita las estrofas de mis canciones así, en el mismo tono. Quiero aprender palabras nuevas sin que reemplacen a las viejas, quiero dialogar en múltiples jergas siempre y cuando los labios puedan decir la última palabra, esa que coincide y no sabe perderse en acentos ni regiones. Pero quiero más (mucho más) que la conversación de los cuerpos, que aun aliñada con los mejores suspiros, no siempre dice la verdad. Lo dulce acaricia, lo salado provoca; lo amargo llegará a las almohadas más mullidas si los ojos no se miran, si los puntos no se enfatizan, si las comas se abandonan y las frases, apretadas, no dejan espacio para respirar.
Hay quienes se mueven en el anaquel de Acción del cineclub y quienes se atrincheran en el Drama. Las secciones de Terror y Suspenso tendrán siempre sus embajadores y las soñadoras como yo tenemos residencia permanente en Romance, pero todos somos viajamos de cuando en cuando. A veces nos mandan y a veces nos vamos, probamos los sabores que ofrecen los otros géneros, nos topamos con sujetos interesantes en Cine de Arte, con los pícaros de la sección Infantil, con aquellos que tendrán siempre las respuestas en Documental. Pero creo que volvemos, siempre, a nuestro anaquel, y que aunque el turismo sea excitante, el hogar está en el origen.
He filmado películas en colaboración con directores especialistas en géneros que no son el mío y claro, ha sido divertido, excitante, novedoso. El choque mantiene al cerebro de puntitas pero a mí no me gustan los tacones: quiero que mis pasos sean firmes aunque esté pisando la arena hirviente. La sorpresa paraliza, mantiene al aire suspendido y entonces uno cree que está volando hasta que cae y el mundo que parecía pequeño y manejable viene y se le estrella a uno en la cara. He estado suspendida y volando, errante mientras las nubes se condensan, mientras al sol lo reta la luna, mientras las parvadas pasan rozándome. Y quiero volver a casa. A mi anaquel.
Digo que soñemos a múltiples voces, filmemos en locaciones de nieve y de sol, nos cuestionemos el significado de tus risas y mis seriedades y discutamos todo a gritos mientras haya dos bocas y cuatro orejas. Digo que ni tu talla ni tu edad, ni tu pasado ni tus lealtades, ni tu sangre y la mía. Pero, te pido, no me escribas tu novela negra sobre mi novela rosa: al final tendrás un detective llorón, una persecución violenta que terminará en un emotivo encuentro bajo la lluvia, y una carta lagrimeada en el lugar de tu revólver humeante. Y a mí, la heroína misteriosa, me quedarán, solamente, un manchón de tinta y una rosa vapuleada.