Los escritores de los discursos del Primer Mandatario se han mantenido en uno de los terrenos más herméticos de la política nacional. Nadie los conoce, sus condiciones laborales están muy lejanas de los ciudadanos y su arduo trabajo no lleva su nombre. Sin embargo, están obligados a generar piezas cuidadísimas, brillantes y hasta memorables. Para los funcionarios mexicanos tener un escritor detrás de sí es un tópico. Los llamados “negros” o “sombras” constituyen una tradición en el ejercicio del gobierno. En el caso de Enrique Peña Nieto, son la parte nodal, el pilar del que según los analistas, jamás puede alejarse por sus ya evidenciados tropezones con las palabras
Ciudad de México, 29 de mayo (SinEmbargo).- Más que con la política, la economía o la diplomacia, el Presidente de México, Enrique Peña Nieto, se ha tropezado con las palabras. Con sus palabras. Las que cada mediodía salen de su boca en los eventos públicos y a veces, convertidas en gazapos, han logrado atizar el temor en los ciudadanos a su incapacidad.
Colocado en un atril de alta tecnología, cada discurso frente a los ojos del Presidente mexicano representa un trabajo de días. De horas y horas de búsqueda de las palabras precisas. Se trata del esfuerzo de un equipo especializado en un despacho de la residencia oficial de Los Pinos –la Dirección General del Discurso– que cuida con detalle las formas gramaticales y selecciona las frases presidenciales sin importar el tema o el ámbito. Nada extraordinario. “En México, detrás de cada político, hay un escritor negro; es decir sin notoriedad y absolutamente anónimo. En este país, la cultura pública está apegada a los papeles escritos por seres cuya identidad es un misterio”, dice Hugo José Suárez, del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), experto en Análisis del Discurso.
En el caso peñista, si la palabra ha sido la piedra con la que su imagen se tropieza, el punto crítico de la estabilidad de su ser político, ¿quién es el hombre que le escribe los discursos? ¿Por qué ese hombre se queda con el largo y eficaz velo del anonimato y sin el menor reconocimiento?
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Su nombre no le dice nada a los analistas: Ilhuicamina Díaz Méndez. Él no participa en los eventos públicos, ni su rostro ni su cargo están publicados en la página cibernética de la Presidencia y ni por asomo se toma fotografías al lado de Peña Nieto; pero no hay funcionario que haya permanecido tanto en el equipo que ahora ostenta el poder presidencial, como él. Desde que Enrique Peña Nieto asumió como Gobernador del Estado de México –en 2005–, Díaz Méndez ha sido su escritor. En un binomio que parece irrompible, ambos vivieron el mandato estatal, la campaña y ahora, la Presidencia de la República.
Díaz Méndez ocupa la Dirección General del Discurso del Presidente. Según su Currículum Vitae en los archivos de la Presidencia de la República, es licenciado en Derecho y tiene estudios de Maestría en Ciencia Jurídica. Ha sido ponente, conferencista y maestro de cursos, talleres y seminarios sobre temas históricos, políticos, jurídicos y administrativos. Además, formó generaciones de oradores en el Estado de México. Es coautor del libro La Rotonda de los hombres ilustres del Estado de México. La cédula profesional de la Secretaría de Educación Pública (SEP) –la 1894165– con su nombre, indica que la licenciatura la concluyó en 1994, en la Escuela de Derecho de Atlacomulco, en la entidad mexiquense, la tierra de Peña Nieto y del grupo político que le tendió las redes.
Aun cubierto por el manto de la discreción, a este hombre se le puede atribuir una línea de pensamiento si se revisan los discursos que dijo en el Estado de México, durante la gubernatura peñista. Lo que cree Ilhuicamina Díaz Méndez de cómo y qué debe ser un orador lo dejó asentado en 2008, cuando le rindió homenaje luctuoso al poeta Horacio Zúñiga: “Poseyó las cualidades que exige la tribuna de hoy, como la de ayer, como la de siempre: voz técnicamente impostada; ademán vigoroso; cultura general; inteligencia creativa y sensibilidad artística. A decir de sus discípulos, fue el más grande verbo motor de la oratoria mexicana del siglo XX, personificando en su ejemplo la máxima aspiración de la retórica antigua: hablar y pensar simultáneamente, paralelamente, concomitantemente…”.
LOS NEGROS
Según la respuesta de la Presidencia de la República a Sin Embargo, a través del Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI), “los mensajes del Señor Presidente los prepara un equipo multidisciplinario que trabaja de manera conjunta, por lo que no hay una autoría única en los documentos aludidos (discursos del Presidente)”.
A cargo de Ilhuicamina Díaz Méndez están cinco personas. Uno de ellos trabaja para la Dirección General del Discurso desde 2001, cuando Vicente Fox asumió la Presidencia de la República. Se llama Rodolfo Jiménez González y es licenciado en Historia por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y maestro en Administración y Políticas Públicas por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Cursó estudios en “Acción Pública en la Escuela Normal Superior de Cachan (ENS-Cachan) en Francia. Sólo dos de los integrantes cuentan con Maestría: uno es justo Jiménez González y el otro, César Augusto Cíntora Ordóñez. El resto tiene licenciatura. Derecho, Economía y Comunicación son las carreras en la currícula de estos escritores.
En realidad, sus sueldos base no superan los 20 mil pesos. Con una compensación, se elevan hasta los cien mil pesos, en promedio. Por ejemplo, Ilhuicamina Díaz, el Director, gana 17 mil 629.88 pesos, pero un bono de 154 mil 271.47 pesos le da un monto de percepciones brutas de 171 mil 901 (en el Portal de Obligaciones y Transparencia aparece ese sueldo en 171 mil 978.35 pesos). Los otros sueldos brutos son de 119 mil 747. 45 pesos (Rodolfo Jiménez González); 85 mil 965.92 (Alfonso Nava de los Reyes); 85 mil 965.92 (César Augusto Cíntora Ordóñez); 85 mil 965.92 (Jorge Arturo Hernández Valle); 113 mil 665.10 (Vicente Barrera). Uno de los escritores, listados por la Presidencia de la República en la respuesta a Sin Embargo, no aparece en el Portal de Obligaciones y Transparencia. Su nombre es José Solís Suárez.
Para el investigador de la UNAM, Hugo José Suárez –uno de los pocos analistas del discurso político en México desde la academia– es posible imaginar que este equipo tiene como exigencia diaria la alta calidad. “A sabiendas que la posibilidad de improvisación del Presidente es lamentable y que por lo tanto tiene muchos problemas en términos de resolver lo que no estaba en una agenda, debe tener un equipo estable del manejo del discurso. Se ve que así es. Se ve que lo trabajan con bastante cuidado”.
Es una diferencia notable con otros líderes en Latinoamérica. “No se ve eso en Nicolás Maduro, o el mismo Hugo Chávez (de Venezuela), que tenía manejo de la palabra con retórica de una potencia tremenda y una capacidad de convocatoria remarcable. O Evo Morales de Bolivia que agarra la palabra como rienda de caballo; o el maestro de los políticos, Fidel Castro de Cuba, que con las palabras sabe montar y levantar”.
En el exterior, los escritores negros de Peña Nieto son imaginados como un grupo de plumas con talento incesante. En la medida de que el primer mandatario se despega poco del guión, late la suposición que en enero de este año hicieran los reporteros Richard Fausset y Cecilia Sánchez de Los Angeles Times. “(Cada una de sus palabras) tiende a ser enunciada con la precisión sin acento de un presentador de televisión; cada idea es delineada (sin duda gracias a una muchedumbre de talentosos escritores de discursos) con una claridad simple que puede rayar en la gracia”.
¿QUÉ TAN OSCURA ES ESTA VIDA?
Este año, Barack Obama, Presidente de Estados Unidos, recibió una renuncia. La del hombre quien desde 2005 le leyó la mente, como lo dijo él mismo. Jon Favreau, con 31 años de edad, decidió dejar la Casa Blanca para abrir una consultoría política. Cuando ocupó un escritorio muy cerca de Obama, las revistas People, Vanity Fair o Time lo calificaron como el “más guapo”, “el más influyente” y el “más poderoso”.
De él, se sabe que es originario de Massachussetts, donde estudió Ciencias Políticas, que comenzó su carrera como becario en la campaña electoral para la Presidencia del Senador John Kerry en 2003 y que en abril de 2013, además de la apertura de su consultoría, planea convertirse en guionista. Acaso pretende llegar a Hollywood. Para ello, tiene el camino despejado. Otro escritor de los discursos de Obama, Jon Lovett, está a cargo de los guiones de las historias de la serie de humor sobre la Casa Blanca 1600 Penn.
Ya sea en proyectos privados o en las grandes industrias, los escritores de Barack Obama se han convertido en estrellas. Incluso, el Presidente dio a conocer un video en el que muestra su ruta creativa y cómo él, al final, enmienda por último la plana. Pero en México, a los escritores de los Presidentes los ha cubierto el manto del enigma. Son llamados “los negros”, “las sombras”, “los que arrastran el lápiz”, o en un tono más despectivo, “los discurseros”. Pocas veces han atravesado la línea hacia la notoriedad. De ellos, o de su vida laboral, se sabe muy poco. El escritor negro de Peña Nieto se encuentra en ese sitio. En este texto faltará su voz. La descripción de su jornada laboral por él mismo. El nivel de su presión al estar detrás del Presidente, observado con lupa dada su cadena de errores. Sus horas de trabajo. Cuál ha sido el discurso más duro de escribir. Una entrevista con él no es posible. No, por ahora.
Ilhuicamina Díaz Méndez nunca aparece, nunca tiene mención, nadie lo alude, su identidad se pierde en el misterio. ¿Por qué este anonimato? El investigador de la UNAM, Hugo José Suárez, expone: “Todo, se atiene a la falta de Transparencia en México. En el caso de Peña Nieto, es una cuestión un poco más particular. Su incapacidad de reacción y de improvisación, y de manejo de la palabra autónoma, hace que su dependencia del texto sea mayor. Si no lo tiene es como si estuviera desnudo. Él trata de ocultar las manos que están detrás”.
¿Quiénes, en México, han vivido tal circunstancia? El escritor José E. Romero Apis en un artículo en La revista de la Comunicación supone que Lázaro Cárdenas (1934-1940) se auxilió de las plumas de Narciso Bassols y de Ignacio García Téllez. El primero, mexiquense, sería Secretario de Hacienda y el segundo, guanajuatense, sería Procurador de la República. Detrás de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) estaría Jaime Torres Bodet. A partir de entonces, él sería escritor sombra de Miguel Alemán (1946-1952), Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) y Adolfo López Mateos (1958-1964). Fundador de la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos, impulsor del Museo Nacional de Antropología, diplomático, ensayista y poeta habría llevado en forma paralela la tarea de redactar los discursos oficiales. Pero nadie más.
LA PALABRA, LA TRAMPA
Enrique Peña Nieto empezó a caracterizarse como poco hábil en la improvisación por una cascada de enredos y errores iniciada en la Feria del Libro de Guadalajara, en campaña, cuando no supo responder sobre los tres libros que le habían marcado la vida (diciembre de 2011). Como Presidente, olvidó el significado de las siglas del IFAI (enero 2013) e intentó salir del mal paso con la invención de otro instituto; equivocó el apellido del coordinador tricolor en el Senado de la República, Emilio Gamboa Patrón, a quien le puso el del homólogo en San Lázaro, Manlio Fabio Beltrones (enero 2013); y mencionó que Boca del Río era la capital de Veracruz. En este último evento, fue la primera vez que se defendió: “El Presidente también se equivoca”, dijo al enmendar el dato (abril 2013).
La vorágine de acontecimientos políticos ha dejado atrás esos episodios. En pocos días, casi están sepultados. Tras una crisis, el Pacto por México –el principal acuerdo político entre la Presidencia y los partidos políticos- fue reanimado y un andamiaje de reformas en varios ámbitos ha brindado, según analistas, el cariz de la estabilidad en la imagen del Presidente. En cuanto a la palabra, Peña Nieto no ha tomado nuevas rutas. Pocas veces se atreve a lanzarse a los juegos de la improvisación. En Zinacantán, Chiapas, dijo: “Aguanta, Rosario” (abril 2013) para avalar el desempeño de la Secretaria de Desarrollo Social (Sedesol) en esos momentos amagada a renunciar por el uso incorrecto de los recursos del programa Oportunidades y la Cruzada Nacional contra el Hambre en Veracruz. Esa expresión que parecería producto de la espontaneidad, estaba incluida en el discurso preparado, según una fuente de la Presidencia de la República.
Ocurrió también en cada una de las ocasiones en que Peña Nieto llamó a los partidos políticos a remendar el Pacto por México en la cúspide de la ruptura. La misma fuente ratifica: “Todo se encuentra en un guión. En papeles que el Presidente no puede olvidar. Sí, los papeles y el atril computarizado son los fieles compañeros del Presidente Peña Nieto”.