Jaime García Chávez
29/04/2024 - 12:01 am
Diplomacia de pacotilla
México requiere fortalecer y consolidar sus relaciones con el mundo, por ejemplo con los EU, China, la Comunidad Europea, y sobre todo con la región latinoamericana y del Caribe. Pero eso no se puede hacer a partir de los pulmones mañaneros de un Ejecutivo anclado en lo peor de la pasta demagógica.
Al iniciar este breve texto, recordé la anécdota de un maestro de escuela con la asignatura de Historia Universal, ambicioso nombre, por cierto. Cuando no preparaba la lección y era recurrente, comentaba a sus colegas, la agarraba radical contra el imperialismo y el clero. Era su último recurso para devengar el sueldo. La remembranza me parece aplicable al desempeño en “política” exterior del Presidente AMLO.
Como no hay esa política, cosa que esta a la vista, se expenden oficialmente bagatelas como estas: ambigüedad en el caso de la invasión a Ucrania, mensaje demagógico inicial sobre los migrantes para luego ponerse al servicio del Trump. Cobijo a las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela, manejo más que rústico de la inefable Doctrina Estrada que Daniel Cossío Villegas deshuesó brillantemente, aislacionismo del mundo contemporáneo, desprecio por la larga experiencia que data del siglo XIX, desarticulación de la Secretaria de Relaciones Exteriores, nombramiento de embajadores impresentables y carentes de los atributos profesionales requeridos, obsequiosidad del Senado como cámara de política exterior y, por si fuera poco, mucha retórica en contra de los Estados Unidos que demuestra irresponsabilidad y que solo busca un efecto doméstico, como muy bien lo saben la poderosa secretaría de Estado de nuestro vecino país.
No me llamo a engaño. López Obrador lo dijo: política interior como factor clave, olvidándose del mundo y nuestras vecindades.
El presidente de la república, por precepto de rango constitucional, representa a México ante el mundo, a todos los mexicanos, ante los Estados y organismos internacionales como la ONU, la Unesco, la FAO, por solo mencionar una tercia de entes con los que tenemos compromisos desde hace mucho tiempo. El presidente, entonces, está obligado a hacer uso, al menos, de dos instrumentos. El primero, la diplomacia; el segundo, la responsabilidad de respetar al aparato de Estado diseñado para el efecto como lo es la Secretaría de Relaciones Exteriores y su titular. Respeto las convicciones que el presidente tiene, pero no es lo que debe regir su desempeño.
Puede ser que al tabasqueño le repugne el ejercicio diplomático -su pecho no es bodega, a dicho- más cuando es un ejercicio utilitario y falaz. Pero también hay otras orientaciones que permiten a un jefe de Estado, Lopez Obrador lo es, representar a un importante país, que no es cualquier cosa, tiene una población destacada y está ubicado en lugares Económicos elevados en un mundo global y muy complejo que, lo entiendo no ha de conocerlo a plenitud el presidente y por eso tiene la capacidad de nombramiento para vertebrar relaciones exteriores con personas de reputación probada, como los que hay en México. A mí me extraña que en todo esto la actual secretaria Alicia Bárcena Ibarra guarde silencio cómplice.
El presidente suele caer en relación a los Estados Unidos en un discurso antiimperialista ramplón, retórico de risa. Sabe y porfía que en Washington conoce bien que eso es parte de la demagogia clientelar, pero no olvidemos que siempre apuntan los dislates para cobrarlos a su tiempo. Pero al presidente le importa poco, prefiere sus mañaneras que usa en esta materia en los términos del maestro que invoco al inicio de este texto. Se trata de una irresponsabilidad superlativa.
La diplomacia tiene caminos y rutas, jerarquías y niveles, pero es mucho pedirle al presidente que los respete, a estas alturas de su despedida en la que se ha decantado por el discurso fácil y sin sentido que dicho sea de paso, deja muy mal parada a su excelencia Alicia Bárcena, a saber diplomática de carrera y por tanto informada de cómo se hacen las cosas en el mundo actual, siendo omisa en su responsabilidad.
No tengo duda que la Canciller Bárcena es una mujer brillante, su semblanza pública lo dice muy claramente y lo avala. No le faltan atributos: bióloga, diplomática, ecóloga, administradora pública, embajadora, consultora de organismos mundiales y protagonista en muchos escenarios del mundo. De que sabe sabe. Y tan bruñida está en el oficio que en el pasado colaboró con los neoliberales Miguel de la Madrid Hurtado y con el innombrable Salinas y ahora, en la cúspide de su tarea, con el presidente López Obrador. No lo sé, pero pienso que a de batallar en el puesto, hasta vergüenza ajena ha de sentir de ver cómo su jefe le rasga temerariamente zonas sensibles al tigre imperial y nada más porque sí, porque no tiene más que decir en política exterior que plegarse a un discurso antiimperialista de plazuela.
México requiere fortalecer y consolidar sus relaciones con el mundo, por ejemplo con los EU, China, la Comunidad Europea, y sobre todo con la región latinoamericana y del Caribe. Pero eso no se puede hacer a partir de los pulmones mañaneros de un Ejecutivo anclado en lo peor de la pasta demagógica. López Obrador es de la talla del grotesco boliviano que a falta de ocupación mejor, un día le declaró la guerra a Prusia en 1870 y se fue a dormir a su casa. Le hablaba a su barrio.
Así no vamos a ninguna parte.
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