Jorge Alberto Gudiño Hernández
29/04/2023 - 12:05 am
Equivocarnos todos
Se retiró indignado, asegurando que el guisado sabía mejor con cilantro que con perejil. También nos retiró la palabra y, por supuesto, dejó de comprar nuestra revista. Meses más tarde, nos enteramos de que su cuento había ganado un concurso en su prepa.
Estábamos en la prepa, éramos idealistas y habíamos fundado una revista literaria. Gozamos de cierta fama en un mundo muy reducido, y eso nos hacía sentir bien. Sesionábamos en un café de cadena los viernes por la noche, mientras los adolescentes sanos iban a fiestas y bebían cosas más interesantes.
Cada tanto recibíamos textos. Una semana llegó uno de Luis (cuyo verdadero nombre oculto). Era muy malo, pero él era un comprador casi compulsivo de la revista. Resultaba difícil rechazarlo con argumentos subjetivos. Uno de nosotros, llamémosle Pedro, encontró algo que le pareció un error evidente: en vez de que el personaje, que presumía de ser un gran cocinero, le echara perejil a un guiso, le ponía cilantro. Pedro incluso le preguntó a su madre para estar seguro de que era un error.
Fue el pretexto que necesitábamos (ahora sé que habría bastado con cambiar la palabra, pero, en ese entonces….). Le dijimos que no, que cómo iba a ser, si le había puesto cilantro al asunto. En lugar de aceptar su error, se defendió con una pregunta.
—¿Lo han probado?
Todos negamos por la cabeza. No sólo porque nunca hubiéramos probado el platillo de marras con la hierba equivocada, sino porque nuestros paladares poco entrenados ni siquiera tenían la imaginación necesaria para especular.
Se retiró indignado, asegurando que el guisado sabía mejor con cilantro que con perejil. También nos retiró la palabra y, por supuesto, dejó de comprar nuestra revista. Meses más tarde, nos enteramos de que su cuento había ganado un concurso en su prepa. Mucho tiempo después, supimos que sólo habían concursado dos personas.
En fin, la serie de errores no nos hizo sentir mal entonces. Reconocer los equívocos propios es complicado. Conozco a varios que se retuercen y arañan como gatos acorralados antes de aceptar la más pequeña falla. Otros que optan por la indignación, la huida, el señalamiento a otros, la evasión de la responsabilidad. Sólo sé de unos cuantos que reconocen sus errores de inmediato, asumen las consecuencias y continúan con lo suyo o, mejor aún, hacen lo posible por repararlos al menor costo (el asunto del costo es complejo: equivocarse cuesta, siempre, pero no ahondaré ahora en ello).
La semana pasada me habló Pedro. Continuamos con un diálogo dilatado, a veces pasan meses entre una llamada y la otra. Se acordó de mí porque había preparado el guiso en cuestión. Asegura que ni siquiera recordaba la anécdota hasta que, buscando entre los manojos de hierbas, se dio cuenta de que no tenía perejil. ¿Y si le echo cilantro?, se dijo. Quizá fuera la prisa o la desidia. El asunto es que sustituyó las hierbas.
—Vieras qué bueno quedó.
Lo celebramos con una carcajada.
Y sí, también hay errores venturosos y otros más que es imposible reparar. Cualquier día de éstos me animo a cambiar el perejil con cilantro. A ver qué pasa.
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