durante un buen tiempo guardé un cajón con chingos de llaves. entre las de la casa donde viví mi infancia y este último departamento que dejé, había juegos enteros de otros ciclos y pedacitos: las del departamento donde no aprendí a vivir sola, ese que mi mejor amiga y yo rentamos para reafirmarle a nuestros padres que también podíamos ser jóvenes y tontas fuera de su casa;

las del primer coche que papá me regaló, un tsuru como del noventa y seis que duró muy poco porque mi hermano, rebelde y aburrido, lo estampó contra una grúa estacionada; la de la puerta trasera de la casa de la única mujer con quien no debí acostarme, entrábamos a escondidas, poníamos candado a su cuarto y teníamos sexo como locas porque yo estaba triste y ella enamorada;

las del negocio que sumí en la bancarrota, era una farmacia que prometía prosperidad, pero yo he sido una bestia no solo en el amor; las de la casa de mi madre, de mi padre, de mi hermana, amigo, tío, exnovia, exsuegra, examiga; las de candados que no abrí; y también otras que ni sé.

durante un buen tiempo guardé el cajón porque sentía asegurados mis pedacitos, pero lo tiré para no ser un repositorio de objetos olvidados.

hoy no tengo llaves porque no tengo casa porque mi casa es el mundo. tumbada en la azotea destartalada de una pensión en el hemisferio sur, con calma y ciclos de respiraciones profundas, sé que, por ahora, no tengo llaves. en este pedacito que me toca conseguí algo de suerte, libertad y puertas que se abren con un soplido.

Julieta Cardona

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