Por Jan Albert Hootsen, Radio Nederland
Ciudad de México, 29 de abril (SinEmbargo).– Tiene 28 años y su vida se acabó. Él mismo lo dice. Ya no sonríe y su mirada es de una constante seriedad. José Luis Hernández Cruz, hondureño proveniente de la comunidad de El Progreso, cuenta sin emociones cuando un tren gigantesco, apodado ‘La Bestia’, le cortó el brazo y la pierna derechos, así como tres dedos de la única mano que le queda.
Sucedió en 2004, cuando José Luis, al igual que miles de otros centroamericanos, viajaba por México montado en un tren de carga camino de los Estados Unidos. Ya había viajado más de veinte días, de los cuales pasó muchos sin comer ni dormir. A pesar de las dificultades y los peligros del viaje, tenía sus esperanzas de llegar a la frontera, cruzar hacia Estados Unidos, encontrar trabajo y vivir bien.
Pero nunca llegó hasta la frontera. Al entrar a la ciudad de Delicias, en el estado fronterizo norteño de Chihuahua, cayó del tren. “Debido al cansancio que traía llegando a Delicias, yo me estaba quitando los zapatos, porque estaban hinchados mis pies por caminar tanto”, explica. “Y de repente me quedé en oscuras y me caí. Me quedé por las vías donde pasaba el tren. Me cortó una pierna, un brazo y tres dedos de mi otra mano”.
“Bueno, hasta ahí llegaron mis sueños y mis ilusiones”, dice, sin mostrar emoción alguna. “Y ahí me quería morir porque no podía ni moverme por todo el dolor, por los golpes que había recibido”. Le salvó un hombre que le llevó con la Cruz Roja en Delicias, donde se pudo recuperar durante 18 meses hasta que regresó a su país de origen.
Hernández es el presidente de la Asociación de Migrantes Retornados con Discapacidad (Amiredis), un grupo de 452 hondureños que han sido mutilados por haberse caído de la Bestia, o sufrieron violencia por parte del crimen organizado.
Quince de ellos, encabezados por Hernández, le exigieron al presidente Enrique Peña Nieto que el gobierno de México otorgue permisos de tránsito libre a los centroamericanos que intentan llegar a Estados Unidos. También quiere que las autoridades mexicanas protejan a los migrantes de pandillas de secuestradores y extorsionistas.
Cada año, más de 300.000 migrantes centroamericanos pasan por México camino de Estados Unidos. No traen papeles de estancia para el país norteamericano, pero dicen que no tienen opción. Muchos de ellos vienen de Honduras, un país con 60 por ciento de la población viviendo en la pobreza y que figura como uno de los más violentos del mundo, con una tasa de homicidio de 79 por cada 100.000 habitantes. El Salvador y Guatemala, aunque menos violentos, comparten los principales problemas que tiene Honduras.
Muchos son jóvenes, como Hernández en el momento en que le pasó el accidente. “Yo migré de mi país en búsqueda de esa necesidad de encontrar empleo, para que algún día pudiera tener yo una casa, quizás hasta un carro”, dice Hernández. “Quieres tener un futuro. En mi país ni siquiera encuentras trabajo, y si lo encuentras se paga muy poco. Y luego hay la violencia diaria de los Maras. Nosotros queremos tener un futuro, es por eso que uno migra.”
Pero el camino por México es peligroso. Desde el momento que los migrantes cruzan la frontera entre Guatemala y México, son presa fácil de funcionarios corruptos, secuestradores y pandillas. El crimen organizado a menudo secuestra a grandes grupos de migrantes. Mientras los torturan, piden dinero a sus familiares para liberarlos. En otras ocasiones, obligan a los migrantes a trabajar como halcones o corredores en las plazas donde venden droga. A quien se niega, se lo cobran con la vida.
Dicen Hernández y sus compañeros que un permiso de tránsito evitaría que los migrantes sufrieran accidentes en el camino. “Transitar libremente sin necesidad de esconderse de migración y el crimen organizado previene el cansancio, el sueño después de unos días sin comer. Ya no nos caeríamos del tren. Ya no seríamos blancos tan fáciles de las pandillas”.
“Ya no se puede hacer nada por nosotros, nuestros brazos y nuestras piernas ya no van a crecer, pero podemos evitar que eso pase con otros compañeros migrantes”, dice Hernández. “Nuestros gobiernos no se preocupan por esta realidad, sólo se preocupan por los tres mil millones de dólares que envían los hondureños desde Estados Unidos, las remesas. El gobierno no ve las consecuencias que causa la migración. Pero México sí puede hacer algo, porque al final no les afecta, nosotros no tenemos la intención de quedarnos en México”.
¿Por qué pedir protección y tránsito libre para gente que no tiene ni siquiera permiso de pasar por México ni Estados Unidos? “Es sencillo”, dice Hernández. “El viaje por México es la migración más peligrosa del mundo. Miles mueren, o sufren de violencia o accidentes. Es una de las crisis de derechos humanos más grandes de nuestro tiempo. No importa el estado legal de una persona, estamos hablando del respeto por la vida”.