Melvin Cantarell Gamboa
29/03/2022 - 12:05 am
La derecha en México
Los dueños de los medios, periodistas y los intelectuales orgánicos saben que una mentira repetida miles de veces puede pasar por verdadera y que en la actual sociedad el verdadero poder es el dinero y como buenos oportunistas, no por convicción, se ofrecen al mejor postor.
I
Fernando pasa por mi calle todos los jueves en la tarde-noche en busca de “pepena”; levanta objetos que los vecinos desechan, los repara y restaura para comercializarlos los domingos en el mercado de “pulgas” de la colonia Juárez en Mazatlán; durante un encuentro fortuito a la puerta de mi casa, se quejó amargamente de que en la colonia donde vive se va la luz continuamente; desde su punto de vista, por “culpa” de López Obrador, a quien además acusa de todos los males del país. Fernando es adicto a escuchar y ver noticieros en la radio y la televisión en una relación bastante estúpida con los medios, pues cree a pie juntillas todo lo que ahí se difunde.
Él ignora que los medios, y la mayoría de los periodistas que escucha, no informan, sino que tratan de construir una vía para restaurar el poder de la derecha. Mi visión sobre este asunto es la siguiente: los procedimientos que han puesto en acción los poderes fácticos, en los medios, para consumar sus objetivos manifiestan una oposición abierta y franca contra el Presidente de la República, golpean sus flancos, es decir, a sus familiares, colaboradores y amigos; desfiguran y exageran insatisfacciones y dificultades de los menos favorecidos; niegan que los beneficios otorgados a la población resuelvan problemas reales; se oponen a toda iniciativa de ley que lesione intereses de los más ricos; inmiscuyen y recurren a cuanto organismo, institución, asociación o país extranjero exista para desprestigiar al país.
¿Qué hacen para engañar a los bobos? El monopolio mediático, en su casi totalidad recurre a las técnicas propagandísticas utilizados por Hermann Goering en la Alemania nazi: simplifican al enemigo en la persona de Andrés Manuel López Obrador; la información transmitida es estructurada para manipular, mentir y confundir a su auditorio en una guerra de baja intensidad o violencia simbólica (como la llama Pierre Bourdieu) contra el ciudadano común.
Se trata de una violencia indirecta, no física, que los dominadores ejercen contra aquellos cuya consciencia se deja influenciar con facilidad; acusan al adversario de sus propios errores, es decir, de no resolver problemas que los pasados gobiernos crearon, sólo que ahora los exageran y desfiguran mediante mensajes aparentemente simples que impacten; los repiten sin cansancio modificando superficialmente los contenidos con acusaciones no probadas y banales con la intención de crear caos informativo; de esta manera mantienen ocupado al rival que no puede responder a todas y, por otro, confunden a las masas con tantas cosas que éstas se verán imposibilitadas para reflexionar; refuerzan esta táctica con fake-news (noticias falsas propaladas con fines precisos) en la búsqueda de ahondar los conflictos y generar confusión.
Los dueños de los medios, periodistas y los intelectuales orgánicos saben que una mentira repetida miles de veces puede pasar por verdadera y que en la actual sociedad el verdadero poder es el dinero y como buenos oportunistas, no por convicción, se ofrecen al mejor postor. Escribió Georg Simmel que el dinero es la abstracción en acción; que en una economía de mercado como la actual se convierte en la forma adecuada de hacer del más veraz comunicador un cínico entregado al mejor postor y convertir su labor en una mercancía y mientras más caro se cotice más venal es lo que dice o escribe.
Según Antonio Gramci, la clase dominante, en tanto clase hegemónica, impone su concepción del mundo como norma cultural a las clases subordinadas desde la infancia; los individuos son sometidos a un imprinting que lacera sus carnes y del que es muy difícil escapar: creencias, ideologías, tradiciones, mitos, religiones, percepciones del mundo, instituciones y valores. Estos dispositivos son los que permiten a la clase dominante operar la violencia simbólica como inmovilizador social para evitar todo intento de cambio que tenga por motor iniciativas del pueblo o que cuestionen su poderío.
Por su parte, Jurgen Habermas afirma que la cultura dominante tiene por función obstaculizar la capacidad de los pueblos para reinventarse cuando desde la infancia, vía la familia, la escuela, los medios y el entorno social se enseña a las nuevas generaciones a no preguntarse por la causa de su condición de sometido, a no poner resistencia a su victimario y aceptar sin cuestionamiento el establishment.
Si hoy la clase dominante se vale de algunos medios y sus agentes para imponer su visión de la realidad construyéndola a su manera y es capaz de provocar el malestar de personas como Fernando es porque es difícil desaprender y despojarse de esta servidumbre voluntaria inculcada por generaciones. El medio es el mensaje, pero en los hechos es la élite la que mueve la cuna, la que alienta la discriminación, la aporofobia, la xenofobia, el racismo, la hostilidad y, hasta el momento, las agresiones verbales contra quienes no considera sus iguales por su origen étnico, color, situación económica y pensar de manera diferente; actitud que lleva a ahondar las contradicciones de clase y profundizar los desacuerdos políticos.
Pero ¿qué es la derecha? No hay una definición precisa, pero históricamente se identifica como tal a los conservadores, reaccionarios, tradicionalistas, retrógrados que aspiran a instaurar un estado de cosas anterior al presente y privilegian el estatus quo. Para entender con mayor amplitud la esencia, naturaleza y accionar de quienes se identifican con estas posiciones en México bastan algunos ejemplos para esclarecer su origen, su genealogía y su despliegue a lo largo de la historia nacional hasta nuestros días.
A partir de la declaración de Independencia, los mexicanos de abajo tuvieron que descubrir por sí mismos el poder de su debilidad y encarar la insolencia de los grupos filohispánicos, monárquicos y conservadores, quienes querían que el México independiente siguiera siendo una extensión y espejo de España; el pueblo enfrentó el poder económico de los peninsulares y la enorme fuerza e influencia de la Iglesia, lo que produjo un largo periodo de anarquía con graves consecuencias en el curso histórico del país: inconstancia de los gobernantes, motines, levantamientos, asonadas, mutabilidad de filiaciones e ideas, pesimismo que provocó males, desilusiones, víctimas, inconstancia a la hora de decidir y descrédito que ensombrecieron por décadas al país; nadie parecía tener claridad sobre lo que se quería.
Eclesiásticos y ricos mineros promovieron el Gobierno de los aristócratas y los preparados; tenían dinero y no querían perder autoridad; organizados en partido histórico se convierten en una institución capaz de encabezar un poder opuesto al naciente Estado. Los antiguos partidarios del virreinato, carentes de ideas, confiaron su destino al catolicismo de líderes políticos como Iturbide y Lucas Alamán.
Agustín de Iturbide, católico, realista que combatió a los insurgentes, encabeza la lista de estas figuras decorativas del poder real (el clero y los ricos mineros), presidió la regencia en el primer Gobierno provisional de México independiente. Un motín en Celaya en 1822, seguido de marchas violentas en la Ciudad de México hizo que el Congreso lo nombrara Emperador de México. Hombre de poco fiar, jactancioso y totalmente inepto para la política fue el primer líder emblemático de la derecha en el periodo formativo de la República.
A la caída del efímero imperio iturbidista, Guadalupe Victoria es electo primer Presidente de la Nación y el único que completó su periodo constitucional en los primeros 35 años del México independiente. Este hombre solemne, grave, en absoluto despótico, bondadoso, de mando suave y firme fue combatido por los ricos y los privilegiados de entonces; lo acusaron de no tener los tamaños para conducir el país; cierto que su conocimiento del derecho, de lo político y su experiencia eran limitados, pero sus enemigos, iturbidistas, realistas y católicos, le exigían algo imposible en ese momento: una solución mágica de los problemas; esto lo sabían, esgrimían sus argumentos para debilitarlo y echarlo del Gobierno para dar continuidad al Estado virreinal o Estado histórico.
Vicente Guerrero, insurgente de gran prestigio, como Presidente, substituyó a Victoria; siempre se sometió a lo establecido por la Constitución y la ley; poseía un talento natural y un juicio crítico penetrante y humano; patriota de extrema dignidad política, a lo que asociaba su gran amor por México, fue siempre repugnado por la derecha, es decir, por el partido histórico por ser “hombre de color”, de tez morena y oponerse a la restauración española, al Gobierno de los ricos y los “preparados” (intelectuales y lideres de opinión). Guerrero, segundo Presidente de México, llegó a la primera magistratura cuando Manuel Gómez Pedraza, electo para el periodo 1828-1832 fue desconocido por negarse a concluir la expulsión de los españoles de suelo mexicano; el Congreso anuló las elecciones federales y Guerrero, quien había ocupado el segundo lugar en esas elecciones y por ley le correspondía el cargo de Vicepresidente, fue designado Presidente. Vicente Guerrero era tolerante en grado sumo, su preocupación e inclinación fue siempre por los pobres y los olvidados. Su desprecio por los monárquicos y por la intrusión extranjera exacerbó tanto el odio de la derecha que, creyéndose agraviada, promovió sublevaciones hasta provocar su caída, lo persiguió hasta su secuestro y asesinato. Guerrero fue siempre escrupuloso y no cometió ni permitió ningún abuso de poder (Para comprender lo sucedido durante los turbulentos años del México independiente sugiero como lectura imprescindible el libro de José C. Valadez. Orígenes de la República mexicana).
El pequeño pero poderoso grupo de oligarcas de ese tiempo, en simbiosis con la iglesia católica, provocó la guerra de Reforma con el rechazo y derogación de la Constitución de 1857. El Plan de Tacubaya de diciembre del 57 desata la guerra civil al abolir la Constitución y nombrar como Presidente a Félix Zuluaga. En 1859, Juárez promulga la ley que separa a la Iglesia del Estado; en 1860 declara la libertad de cultos. España se inmiscuye en el conflicto en favor de los conservadores; barcos de su armada, sin bandera, intentan tomar Veracruz; la presencia en el puerto de naves de guerra norteamericanas evita el desembarco; su participación invoca un antiguo tratado con México para combatir la piratería. A cambio de esa acción, nuestros “buenos vecinos”, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores, a cargo de Robert Mc Lane, los Estados Unidos reconocerían al Gobierno de Benito Juárez. ¿El precio? La firma de un acuerdo en el que los “yanquis” obtendrían soberanía sobre Baja California y el derecho de tránsito a perpetuidad en el Istmo de Tehuantepec; el convenio conocido como Tratado Mc Lane- Ocampo nunca se hizo efectivo pues no fue ratificado por el Senado de los Estados Unidos; sin embargo, fue utilizado por la prensa conservadora y sus ideologizados corifeos de derecha (periodistas e intelectuales) para injuriar al liberalismo y, todavía hoy, para denostar a Juárez. El 14 de diciembre de 1860, se dio la batalla definitiva en las inmediaciones de San Miguel Calpulalpan, Estado de México, con la derrota del ejército conservador, cuyos jefes políticos se dieron inmediatamente a la tarea de buscar un príncipe extranjero para gobernar al país; en 1862 inicia la Intervención francesa y la imposición de Maximiliano de Habsburgo como Emperador de México.
No podemos dejar pasar que, durante la invasión norteamericana, el clero, los ultraconservadores, reaccionarios latifundistas y hacendados negaron su apoyo al Gobierno de la Nación y se aliaron a los ejércitos intervencionistas. El obispo de Puebla, por ejemplo, prometió al General Scott, quien se disponía a atacar la Ciudad de México, entregarle a su paso la ciudad de Puebla sin un disparo si no tocaba las propiedades de la Iglesia. En prueba de su buena fe reclutó a más de doscientos criminales para combatir al Ejército mexicano.
La derecha en México nunca ha dejado de sumarse a las peores causas en contra de la Nación, tiene una increíble habilidad para someter a los gobiernos a sus ruines y egoístas fines de poderío y dominación; su enorme capacidad acomodaticia les permitió hallar durante el porfirismo un privilegiado lugar; respaldaron a Victoriano Huerta y el priismo les cayó de perlas; obtuvieron su mayor ventaja con el neoliberalismo de Salinas y Zedillo, sus ambiciones alcanzaron la cumbre con los panistas Fox y Calderón y el último priista, Peña Nieto. (Continuará)
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