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Peniley Ramírez Fernández

29/03/2017 - 12:00 am

Lo que Trump aprendió de Peña Nieto

Estaban allí parados, con una pared verde estilo Naciones Unidas a sus espaldas, un enorme escudo mexicano en medio y la apuesta en común por lograr la credibilidad de sus votantes. “El diálogo es el camino porque permite lograr un mayor entendimiento”, dijo Peña Nieto, con su acostumbrado estilo de discurso, una amalgama de pausas […]

El rasgo más distintivo que en realidad une a Peña y Trump es el desprecio por la prensa crítica. Foto: Cuartoscuro

Estaban allí parados, con una pared verde estilo Naciones Unidas a sus espaldas, un enorme escudo mexicano en medio y la apuesta en común por lograr la credibilidad de sus votantes.

“El diálogo es el camino porque permite lograr un mayor entendimiento”, dijo Peña Nieto, con su acostumbrado estilo de discurso, una amalgama de pausas tras cada palabra, que suele proferir mirando con insistencia a sus interlocutores, como si estos fueran incapaces de entender muy bien lo que dice.

Minutos más tarde, al término de los discursos, la entonces Canciller mexicana, Claudia Ruiz Massieu, se levantó de su asiento en la primera fila y se fue a una esquina, confiada en que la conferencia había terminado. Era el 31 de agosto de 2016, en Los Pinos.

Trump se acercó para darle la mano a Peña Nieto y brillaron los flashes de las cámaras. Entonces los corresponsales extranjeros acreditados en México comenzaron a gritar sus preguntas, poniéndose de pie, ante la mirada quieta de los reporteros que normalmente cubren la fuente presidencial.

En México, este acto de conferencias de prensas sin preguntas es conocido con el audaz eufemismo de “mensaje a medios”, que significa, en la práctica, que los periodistas deben conformarse con escribir notas de lo que el presidente o el funcionario quiso decir, sin que este se exponga a un cuestionamiento directo o que le saque de su discurso.

Ante el grito de “seat down”, que provino de alguien en el equipo presidencial mexicano, los corresponsales se sentaron nuevamente. Trump no tuvo más remedio que responder a dos preguntas. Las respuestas abrieron un enfrentamiento público inédito entre ambos países, sobre quién pagaría por el muro que Trump piensa construir, que ha devenido en una batalla de declaraciones y roces diplomáticos, en las que cada uno defiende ser lo que no es el contrario.

El gobierno de Trump se presenta como proteccionista, implacable contra el crimen y decidido a resguardar sus fronteras a toda costa. En México, la reiterada negativa de Peña Nieto a pagar por el muro ha sido utilizada por los voceros del gobierno como una muestra de patriotismo y defensa de la soberanía nacional, en un intento de renovar la alicaída imagen del presidente mexicano.

Pero una mirada más cercana a los dos personajes que hoy se enfrentan públicamente, y continuarán haciéndolo en el futuro próximo por la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, muestra más semejanzas que diferencias.

En el último mes, la prensa estadounidense ha publicado una serie de reportes sobre cuántas veces ha jugado Trump al golf en sus nueve semanas en el cargo -13 veces en total- y cuánto le ha costado esto a los contribuyentes de ese país.

Entre los gastos que la prensa ha desglosado y exhibido, están los 1.5 millones en horas extras a los policías locales que ha debido pagar el condado de Palm Beach, en Florida, durante los viajes de fin de semana del presidente a su club Mar-a-Lago, además de 11 millones de gastos de avión y 24 mil dólares en rentas de carritos de golf para los agentes del servicio secreto.

La prensa estadounidense ha cuestionado e investigado también cuánto ha gastado el gobierno en los traslados de la Primera Dama, Melania Trump, entre Nueva York, Washington y Florida, la presencia de los familiares de Trump en la Casa Blanca, y cuánto cuesta la seguridad de los hijos de Trump que no están involucrados con su gobierno y se mantienen trabajando en los negocios inmobiliarios de su familia en todo el mundo, protegidos por el Servicio Secreto.

¿Qué sabemos en México sobre los frecuentes viajes de Peña Nieto a distintas playas mexicanas, en especial a Punta Mita, en la Riviera de Nayarit, para practicar el que también es su deporte favorito, el golf? Nada.

En México, el cerrado aparato gubernamental del peñismo ha mantenido oculto cuánto cuesta la seguridad del Presidente y su familia, aun cuando están de vacaciones, cuánto gastan en ropa, en maquillaje, en peinados de diseñador, en viajes a Europa con los amigos de sus hijos, en las fiestas que se realizan en Los Pinos. En el gobierno mexicano, no sabemos, por ejemplo, cuánto se gasta en tequila, en llamadas telefónicas con cargo al erario, o mucho más simple, en gasolina y sueldos para los miembros del Estado Mayor presidencial.

El gusto por el golf no es lo único que Peña Nieto y Trump tienen en común. Quizá el rasgo más distintivo que en realidad los une es el desprecio por la prensa crítica, que en caso de Trump se ha manifestado como una confrontación directa y en el de Peña Nieto como un sutil boicot a los periodistas críticos que no son aceptados en las giras presidenciales, o a los medios que no reciben –por mandato- pautas de publicidad oficial.

En el caso mexicano, la más cruda expresión de este desprecio estuvo en el despido de los periodistas que investigaron el caso de la Casa Blanca del presidente mexicano y su esposa, Angélica Rivera.

En la prensa estadounidense, la mayor crítica hacia aquella visita relámpago de Trump a la Ciudad de México estuvo en que, por primera vez, el candidato republicano había sido visto como “presidencial”, ya que había sido tratado prácticamente como un visitante de Estado. El impulso de esta imagen significó, para algunos expertos, el cambio que devino en que la balanza hacia Trump se inclinara, y lo sacara del bache en su campaña, que entonces lucía como definitivo.

En esa visita Trump no sólo aprendió que podía verse a sí mismo como un Presidente. También presenció, por primera vez en una posición internacional fuera de los límites de Miss Universo, que un mandatario en funciones sí puede dar una “conferencia de prensa” sin responder preguntas, y puede echarse encima a todo un país con una decisión que solo a él –y a un muy reducido grupo de colaboradores- les parece buena idea. Aunque no lo sea.

Peniley Ramírez Fernández
Peniley Ramírez Fernández es periodista. Trabaja como corresponsal en México de Univisión Investiga.

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