Óscar de la Borbolla
29/01/2024 - 12:03 am
La «cultura» de la cancelación
» […] habría que bautizarlo como la barbarie de la cancelación y evidenciar que nada hay en él de novedoso».
Desde hace algún tiempo tropiezo por aquí y por allá con voces alarmadas que lanzan gritos de alerta porque, ciertamente, en muchos lugares se están cancelando, prohibiendo, obstaculizando o de plano quemando libros, películas, pinturas, esculturas, autores y personalidades, porque un cuantioso grupo de ofendidos los tachan de racistas, machistas, homófobos, violentos, esclavistas o, en síntesis, por cometer el pecado de ir en contra de lo que en estos tiempos se considera «políticamente correcto». Yo mismo me he manifestado contra esta censura, pues, aunque también juzgo deleznable la violación que narra Pablo Neruda en su autobiografía Confieso que he vivido, o me puede parecer que los esclavos contentos de su esclavitud en la película Lo que el viento se llevó son, desde mi óptica siglo XXI, reprobables, no por ello, me parece sensato cancelar la obra poética de Neruda en su conjunto, ni prohibir una de las más bellas películas de la historia del cine.
Los ejemplos son tantos que abruman. Solo enlisto algunos: la demanda que un grupo de padres de familia estadounidenses para que en las escuelas no se mostrase a sus hijos el David de Miguel Ángel por considerarlo pornográfico; retirar de bibliotecas, también de universidades de los Estados Unidos, el libro Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain porque se menciona la palabra «negro»; prohibir la Ilíada de Homero por presentar muchos hechos de sangre; incluir en las editoriales unos llamados «sensitivity readers» para rechazar manuscritos que contengan palabras o ideas que puedan molestar a los lectores… En fin, esta relación de casos podría extenderse hasta cubrir cuartillas y cuartillas. Es el fenómeno denominado: «cultura de la cancelación».
Hoy quisiera volver sobre el asunto para llamar la atención acerca de un aspecto que poco se ha discutido o que no se ha planteado con el énfasis que merece: este fenómeno que hoy tanto nos alarma no merece, para empezar, el ostentoso nombre de «cultura», ni tiene en lo absoluto nada de novedoso. Más que llamarlo «cultura» de la cancelación habría que bautizarlo como la barbarie de la cancelación y evidenciar que nada hay en él de novedoso, pues se trata de una práctica que ha conformado al mundo desde siempre: quienes poseen el poder deciden lo que merece tener existencia.
Los libros prohibidos por el Index inquisitorial y religioso existió desde que existe la Iglesia; los puritanos han cubierto las esculturas cuando cuentan con el poder (yo recuerdo que en mi adolescencia la Diana Cazadora, que está en alguna glorieta de la avenida Reforma en la Ciudad de México, lució unos pudorosos calzones de bronce que le cubrían los glúteos y el pubis) y, por supuesto, está el sonadísimo episodio de un secretario de estado que ofendido quiso prohibir que sus hijos leyeran la novela Aura de Carlos Fuentes porque le parecía pornográfica. También se prohibió y hasta juicio le hizo a Flaubert por su Madame Bovary. Y no olvidemos al monje Savonarola que en el siglo XV organizó la llamada Hoguera de las Vanidades, donde fueron al fuego purificador obras originales del pintor Sandro Botticelli y centenares de libros de Boccaccio, junto con espejos y cosméticos que a juicio del monje inducían a los florentinos a pecar. A Hitler no le gustaban los surrealistas y pretendió exterminarlos, y durante el régimen estalinista se impuso el realismo socialista como única estética válida. La historia está llena de estos actos de barbarie. Y tampoco contiene nada nuevo que las editoriales, regidas como empresas no culturales, sino comerciales que son, discriminen los manuscritos no por su valor literario, sino con el criterio que impone el «gusto» de su clientela más probable.
Nada hay de nuevo ni de cultural en el episodio que nos está tocando vivir. Lo único nuevo hoy es, en todo caso, la sobreinformación a la que nos condena el internet con su redes sociales, los casos se exhiben tantas veces que dan la impresión de que estamos en una situación extraordinaria, cuando lo único que en verdad ocurre es que antes no nos enterábamos y ahora nos enteramos de más. Los bárbaros son tan bárbaros y tan peligrosos como desde que Aristóteles inventó el término. Y lo que tampoco es cierto es que las masas se hayan empoderado y sean ellas quienes deciden que cancelar, pues son masas que tiranizan desde el Internet y este medio no lo dominan ellas, sino los algoritmos que deciden que se muestra y que no se muestra. Una vez más, los poderosos son quienes dan vida o muerte. Y las masas son, como sempiternamente lo han sido, una multitud de títeres del poder. Hoy en manos de los dueños de las plataformas.
Twitter: @oscardelaborbol
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