Antonio María Calera-Grobet
29/01/2022 - 12:03 am
Verás a todos, sin distinción
Somos, los que mal sobrevivimos, más de carne y hueso y entre ellos sangre (pura sangre que se duerme, levanta y trabaja cada día), que de los bancos, las sendas, sacrosantas, lustradas instituciones.
Ante tu cara en el espejo, solo ahí tú en tu rostro como ha quedado, en recuerdo de las fotografías que mostraron a los tuyos y otros en risas sobre mesa copiosa, enmelados dentro de su humilde cuerno de la abundancia, y parecía nunca irían a caer. Tú ante el espejo y tus circunstancias, bajo el techo de lo que sea tu casa: vuelve a brotar. Desde tus cimientos, las semillas fértiles que guarde tu cuerpo, como lo has hecho durante aquellas duras plagas de pobreza. Bajo el cielo y los árboles que cuidaron de ti mismo mientras no pensabas en nada por tu corazón de jovenzuelo: no hay ni habrá más jauja sin mazo, labrar, pura obra negra para sacar de ella tus ríos. Llanura lisa sin más no la puede haber y si la hay es que ha llegado, sin que lo percibieras, la caja de pino a tu medida. Vete y regresa. ¿Cabe ahora pensar en el otro? ¿Ahora sí ya? ¿Quizá? Piensa.
Con la mano en el pecho, pero también en la sesera: ¿cómo piensas que sobrevivirás, seguirá viva la gente? Sabes, no es esta otra trampa para mentirte cínicamente frente al espejo. ¿Reconoces aún la diferencia entre un logro y un privilegio? Llegó un nuevo tiempo. Contra de todo aquello que hiere habrá que trabajar porque no todo puede ver más con el nivel de tu pura flotación. Hay que hacerse de ahuejotes, levantar de nuevo chinampas y plantar, volverse a hacer ser, hacer escultura social: no todo es la manicura de tu ego, señorito, hacer de las tuyas en las planas de los diarios, la televisión cultural, que es lo mismo que el raudo supermercado de camionetas, los oficinistas explotados en las trasnacionales, violados por medio del dinero, toda esa vulgaridad.
De sangre eres y es tu gente. Somos, los que mal sobrevivimos, más de carne y hueso y entre ellos sangre (pura sangre que se duerme, levanta y trabaja cada día), que de los bancos, las sendas, sacrosantas, lustradas instituciones. Desde que naciste y ahora más. ¿Qué significa ese río de sangre que te sabe en el buche, sabedor que no sólo deberá bullir para aprender de nuevo a vivir, eso sí, siempre en la incertidumbre, sino también dar, darnos al otro? Porque, piénsalo, dar quizá ahora más que nunca, es al mismo tiempo recuperarse a uno mismo, dar la cara, caber en el justo cuerpo que nos queda. Durante tu vida, en estos futuros calendarios, ¿podrías pensar todavía en dar, darte, donar pese a los felones, los inanes históricos? ¿Dar, dar al otro en forma no de lo que quieras sino lo que la confesión del otro te confíe y confiar? Porque se necesita dar. Lo ves y ves cuánto: dar cobijo, calzado, dar comida al otro más olvidado. Pues deberías por lo pronto buscar a ese olvidado. Hazlo. En casa o donde esté, búscalo. Hagan migas de nuevo, déjense ver con las tripas de fuera, rellenas de aire, a la espera de una nueva promesa para comenzar a vivir mañana. Busca al otro que han tajado, quebrado, entre los que viven en tu barrio o sal de nuevo a otros lugares a buscarlo.
Hacia el norte donde hay montañas de casas sin pintar o bien hacia el sur, donde andará todo diablo pintado de verde. Hasta que sea en verdad que ya no puedas, ese muro de darte, abierto, irá la consigna de abandonarte. Te colmarás de dar sin vaciarte. Te brindarás. Rías de dar darás porque no hay que creer en los Reyes Magos, hay que ir por pan a como dé lugar. Mendrugos y frijol acaso que será, pero será real esa cena, alimentación del estar. Y lo que tenga que ver con meter las manos y ser siempre será, sin descuidarnos, claro, porque las huestes, gente entre la cual eres te necesita completo, que no caigas nadie de tus huestes el primero, porque se vendrían los castillos encima, los elefantes rabiosos y románicos encima, los pagarés encima de lo que hay que cuidar de pagar y ni siquiera vimos pasar por aquí. Luz mediante, mediante la luz, luz siempre dadora de la familia tuya, la sanguínea o decidida, la elegida para hacer otra, la que se formó como sea y de ella formas tu parte, irás de bien al mejor que es el cielo en la tierra, de esa tierra que tú cortaste a tu mesa que es lo que te calza, tu vestimenta que es tu risa ya retieza: siempre que te des.
Para acabar con los asesinos, los mentirosos que son lo mismo, sacarlos de tus mapas, las cátedras al aire libre de tus parques, y nunca más ellos atlantes, cariátides de nada, para ellos, nunca más para ellos alguna algarabía, solo montañas de sombras. Tú ante el espejo y tus circunstancias, bajo el techo de lo que sea tu casa: note mientas, debes volver, debes volver a brotar. Por la pura cosa de salir las mañanas a dar la cara en calma, vivirás. Sin miedo, sin demora. Sobre de todas las cosas habrás de volver a dar. Harás de techo y el cobijo. Tras tanto duelo, tras el otro. ¡Carajo! ¡El pan! Porque irá por todos o no irá. Versus la refractaria válvula del no querer, vía la sangre en cada resoplido de tu garganta que viene de nuestra historia. So pretexto de tu calma no dejarás de ser piadoso, en el tenor de tener piedad como darse y no acomodarse, encaramarse en otro, someter nada a semejante realidad. Y harás plural ese equilibrio del dar. La cantidad de luz que se puede prender cuando te des. La cantidad de cascadas que vendrán, en forma de tapicera poesía, armadura de poesía la que vendrá como honor, la de altísimas verdades que llegarán cuando la única y providencial dictadura sea esa. Date y verás.
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