Ciudad de México, 29 de enero (SinEmbargo).– Es el olfato el primero de los sentidos que se activa. La mezcla de la comida grasosa y lo etílico de las cantinas le dan la bienvenida al turista jubiloso o al mexicano ferviente de una de las más grandes pasiones nacionales. Incomprendida por muchos, la lucha libre mexicana tiene un recinto único donde los sentimientos van y vienen acompañando a esos seres envueltos en la mística de ser llamados luchadores. Dos veces por semana, el 189 de la Calle Dr. Lavista de la Colonia Doctores se transforma para homenajear a una tradición pintoresca e inolvidable.
Salvador Lutteroth González, considerado padre de la lucha libre mexicana, cerró lo que era la Arena México antigua, (actual estacionamiento del recinto) para remodelar el lugar ante la afluencia masiva de la gente. El lugar se hizo chico y una visión empresarial redescubrió un sitio que pisaría fuerte en la idiosincrasia mexicana tan admirada por el mundo. De la mano del arquitecto José Francisco Bullman, parte importante en la edificación de la Torre Latinoamericana, una zona popular incrementó su particular genética. El 27 de abril de 1956 se abrirían las puertas del recinto reinaugurado. El Santo y Médico Asesino derrotaron a Blue Demon y Rolando Vera en la lucha estelar.
Santo vs. Black Shadow “La madre de todas las luchas”
Viernes 7 de noviembre de 1952
Cuatro años antes de que la renovada Arena México abriera sus puertas, un duelo entre dos enmascarados retumbaría los cimientos de lo que hasta ahora se conocía como Lucha Libre. Aquella noche de fin de semana, habría un parteaguas gracias a El Santo, ídolo máximo de la tradición nacional. Las máscaras ya eran un símbolo adorado por la afición como un enigma que escondía la identidad por motivos de orgullo. Fue entonces cuando una rivalidad aguerrida estableció los estándares para futuras batallas. El bien contra el mal, el blanco frente al negro. Dos seres irrepetibles ponían su mayor tesoro en juego.
El Enmascarado de Plata venció al llamado Príncipe Negro ante una Arena Coliseo repleta con récord de asistencia. Una imagen que se repetiría durante muchas décadas en lo que sería la nueva Catedral. En una tercera caída memorable, dos topes y una rana terminaron por liquidar la disputa. A lo lejos, Blue Demon observó el combate. La derrota de quien consideraba su hermano, alimentó una futura rivalidad entrañable con el paso de las generaciones. La afición conoció a Alejandro Cruz Ortiz, el hombre detrás de la máscara negra de Black Shadow y una nueva forma de entender una pasión nacional que perdura hasta nuestros días.
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Los héroes de carne viva hicieron de la México una Catedral, como la bautizó el doctor Alfonso Morales, conocedor y cronista de Lucha Libre. “Generalmente la Arena México era para los viejos aficionados, esos que tenemos más de 50 años, el inmueble donde se presentaban los espectáculos extraordinarios”, la describe Morales en entrevista para SinEmbargo. La realidad del entorno se quedaba detrás de esos muros que hoy siguen de pie con lo solemne de sus colores. Las escalinatas siguen transportando a los asistentes al interior iluminado por múltiples luces con un ring majestuoso en el centro. La trascendencia lo marcaron las llaves y acrobacias de los combatientes.
Un fenómeno cultural se esparció por todo el país desde aquel lugar. Sin ser un espectáculo exclusivo del país, es la Lucha libre la más reconocida del mundo. A su alrededor, el paisaje se fue adaptando a las peticiones de la gente. Las máscaras que usaban los ídolos para tapar su rostro se vendían en los puestos ambulantes junto a las taquerías de múltiples sabores. Después vinieron las réplicas de los cuadriláteros, las capas con las que salían los luchadores y toda una nueva forma de simular la vida. La lucha entre el bien y el mal, eterna dualidad histórica, era representada por técnicos y rudos. Elegir bando determinaba una nueva forma de ser.
Solitario vs. Ángel Blanco “El duelo entre compadres”
Viernes 8 de diciembre de 1972
Solitario era dueño de la atención pública gracias a sus dotes como luchador, pero con un ingrediente extra que lo hacía irresistible. La furia con la que combatía era una de sus cartas de presentación. Lejos de esa característica, se le conocía por su nobleza abajo del cuadrilátero. Entre toda la gente que lo admiraba estaba el Ángel Blanco. Dos grandes amigos entendieron la emoción de su profesión teniendo que batirse en varias ocasiones. La más esperada fue durante ese viernes decembrino cuando los dos pusieron sus máscaras en juego honrando a la Catedral de la Lucha Libre. El resultado determinaría un camino largo de rivalidad con futuros luchadores, pero sobre todo afianzaría una admiración mutua.
“El Enmascarado de Oro“ salió victorioso con la máscara de su amigo en mano mientras la gente no paraba de aplaudir. Una escuela es consolidaba gracias al amor esencial que tenían por la esencia artística que mostraban sobre el ring. De aquella pelea saldría un capítulo lleno de emotividad y simbolismo años más tarde. En 1986, Solitario moriría. Una semana después, Ángel Blanco perecería en un accidente automovilístico de donde Dr. Wagner, conductor del vehículo, terminaría inválido. Roberto González Cruz y José Ángel Vargas fallecieron el mismo año con siete días de diferencia. La afición los conocería como Solitario y Ángel Blanco, encumbrados desde aquel combate por las máscaras.
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Como las taquerías, la Arena México es un lugar donde el clasicismo de este país se olvida. El ingenio del insulto, el destello de emociones y el amor por nuevos superhéroes tan alejados de la ficción se han quedado impregnados en las paredes del recinto. Esa lucha entre bandos ha provocado una catarsis poco encontrada en otras disciplinas. El honor y el respeto es lo único que quieren esos gladiadores voladores entre cuerdas con tácticas honorables o haciendo un monumento a la trampa de la “rudeza”. Martes y Viernes, la Colonia Doctores se transforma con la jovialidad de “La México”. El resto de los días, la edificación luce inerte, tan vieja y llena de sabiduría.
Para el doctor Morales, esa magnificencia se ha perdido por completo debido al descuido hacia los aficionados. “Siempre he pensado que la tradición ya no existe. Los que la edificaron y promovieron ya no están. La Arena México ha perdido ese esplendor, ese brillo extraordinario. No quiero decir que todo lo pasado fue mejor pero es muy difícil que vuelva a ser lo que era”. Entre ídolos enmascarados de colores vistosos surgieron leyendas vivas. Se plasmaron así memorables actos gloriosos. La Arena hizo lo suyo para que una parte de la sociedad olvidara la realidad aplastante de las aceras bajo el atento régimen de un partido que no abandonaba el poder.
Sangre Chicana vs. El Cobarde vs. Fishman “Triangular de infarto”
Viernes 23 de septiembre de 1977
Había apuestas por doquier alrededor de la expectativa causada en toda la afición frenética. En el escenario estaban tres de los que serían leyendas vivas del ring. Allí se batieron por el honor de defender su identidad y con el deseo de despojar lo más sagrado de los otros combatientes. El proceso de la lucha determinó que El Cobarde fuera el primer librado. La intensidad se agigantó cuando dos extraordinarios peleadores se vieron de frente para beneplácito de varias generaciones que agradecerían lo que aconteció ese fin de semana en “La México”. El lugar se volvió un manicomio.
Dos salvajes rudos con mucha técnica luchística dieron cátedra. El Amo del Escándalo perdió su tapa pero a diferencia de muchos que cayeron en desgracia, no claudicó. Su rostro furioso seguiría iluminando carteleras por muchos más años. Fishman, con una de las máscaras más veneradas por su belleza, se afianzó como un luchador de élite. Un rudo de respeto con artimañas eficaces basadas en el argot más que en el espectáculo, se ganó los aplausos de toda la afición en general, técnicos incluidos. El resultado fue una máscara perdida, pero el nacimiento de un personaje único. Andrés Richardson se presentó al público para que no lo olvidaran jamás.
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Por un tiempo, cuando las distancias sociales incrementaron su brecha, ir a la Catedral se volvió insignia del sector bajo según las frías escalas socioeconómicas. Años después de que se prohibiera sus transmisiones en la televisión y de que se reabriera la señal, el espectáculo tradicional lucha para resurgir con la gloria de antaño. “El fanático de la Lucha Libre ya no existe. Ya no hay verdaderos promotores a pesar de que cualquiera se hace llamar así. Antes se sumaba talentos y hoy se perdieron valores. Estalecer una relación con lo antaño es utópico”. Entre extranjeros ávidos de llenarse de simbolismos mexicanos, la tradición pide vigencia por lo que simboliza y por lo que provoca. Alimentado ya desde antes de entrar, el sentido del olfato contagia al resto para quedarse absortos con la pupila dilatada.
Sin embargo, desde el cuadrilátero, ese punto que se convierte por un momento en el centro del mundo, los protagonistas ya no son lo mismo que en los orígenes, según el punto de vista del doctor. “Están muy lejos de las glorias de antaño. Ya no existen luchadores de categoría como Andrés Richardson. Él llegó a salir descalzo a luchar y la gente se volvía loca. Ya no hay ejemplos, ni estrellas y mucho menos personas trascendentes”, declara. Los turistas siguen yendo con cámara en mano buscando un rato de diversión con mucho mexicanismo. Cuando salen de la Catedral, están convertidos aunque el espectáculo ya no tenga nada del carácter extraordinario.
Rayo de Jalisco Jr. vs. Cien Caras “La Lucha del Siglo”
Viernes 21 de septiembre de 1990
Una década nueva abriría el apetito con un combate memorable como muy pocos. La emoción y el amor hacía la Lucha Libre ya estaba establecida cuando dos colosos se subieron al cuadrilátero. En medio de la lona, un cartel donde estaba escrito “Arena México” fue honrado con la sangre de los hombres en busca del mayor premio que puede tener un combatiente. La máscara de Cien Caras terminaría en las manos del seminoqueado Rayo de Jalisco mientras las caras nerviosas del público aplaudía el espectáculo que acaba de ver.
Antes de empezar, Cien Caras le propinó un guitarrazo a su rival quien parecía tener perdida la batalla. Entonces pasó lo que siempre ocurría cuando un gigante con un rayo en medio de la máscara luchaba. Las fuerzas imposibles surgieron de algún lugar que pocos poseen. De la astucia de Cien Caras que se vistió como miembro del mariachi que recibió al Rayo hasta la fortaleza mental de quien resultaría ganador. En tiempos donde se empezaba a reconocer a la Lucha Libre mexicana como la mejor del mundo, el país conoció a Carmelo Reyes, ídolo de multitudes con su gesto de papá enojado.
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Estigmatizada como una de las zonas más peligrosas de la caótica capital mexicana, todo recuento turístico pone a la Arena México como un inmueble al que se está obligado a visitar a pesar de su ubicación. Afuera hay un sitio donde se tiene que estar con los ojos bien abiertos, donde en 2007 se encontró una camioneta de lujo robada meses atrás en Texas. A pesar de eso, la gente sigue yendo sin que importe cualquier advertencia. El espectáculo amerita cualquier riesgo. La México propicia una tranquilidad nerviosa invitando a que las emociones se desfasen. En los lugares populares, con el frío del cemento o en la butaca cómoda, con la cercanía del escenario, se es víctima de la ebullición que genera el espectáculo.
Bajo las luces tenues está el cuadrilátero, luego hay un camino que recorren los luchadores bajo alguna canción previamente elegida y la presentación de un locutor con voz de propaganda. Con el pecho descubierto, con o sin máscara, se convierte en propietario de nuestra atención. También hay mujeres que se disputan el honor con la furia y el talento de buenas combatientes. En la grada acompañan otras dedicadas a gritar cualquier improperio que en otro lugar, bajo cualquier otra circunstancia, serían insultos graves. Para Morales, ya no existe el carácter mágico de antes. “La Lucha Libre no se está muriendo, está sepultada por no haberle puesto interés al aficionado”, recalca mientras recuerda todo lo que significaba antes, todo eso que en su opinión ya quedó atrás.
Atlantis vs. Villano III “La caída de la Pantera Rosa”
Viernes 17 de marzo de 2000
Un episodio de gran técnica maravillo al público recién entrado el nuevo siglo. En el centro estaban dos rivales tan distintos odiándose entre sí para la alegría de la gente. El ídolo de los niños tan pulcro y técnico, se medía ante el que para muchos ha sido uno de los mayores rudos de todos los tiempos. La Pantera Rosa demostró su capacidad de lucha a ras de lona, encumbrando todos los combates de máscara versus máscara que se habían realizado en la historia. Esa noche, se afianzaron dos ídolos para el recuerdo. En punto de las 10:30 de la noche, iniciaron una batalla grandiosa.
La lucha pactada a una sola caída, fue una cátedra de enjundia y talento. Tal vez por primera vez, un rudo tenía el cariño de la mayoría gracias a su forma tan peculiar de ser. El Villano III tenía en su arsenal las mañas y el colmillo largo a la hora de luchar. Esa noche dejó de lado todo ese factor para ponerse a la altura de la expectativa general. Dos deportistas que no se querían nada trabajaron como nunca antes para encumbrar a la disciplina a la que se le había estigmatizado como un acto “del pueblo”. Arturo Mendoza perdió su tapa pero entró al lugar donde los memorables andan con la cabeza en alto, orgullosos del trabajo hecho y del camino recorrido.
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El homenaje a esta visión del país está reflejada en las calles. Las fotos en el Paseo de la Reforma junto a Chapultepec muestran la importancia que tiene la Lucha Libre en una sociedad entregada a sus costumbres. Para algunos ficción, para otros un espectáculo de alarido. La Arena México se consolidó como una Catedral donde se venera un legado de hace 80 años. Ese recinto edificado en una zona peligrosa contribuyó para enaltecer más las emociones naturales del mexicano promedio. Después llegó el foráneo para incluirla en la lista de grandes cosas junto con la comida. Entre máscaras y un ambiente sin mucha solemnidad, una idiosincrasia celebra uno de sus cimientos.
El recinto, con sus 17 mil 678 lugares disponibles sobre una superficie de 12 mil 500 metros cuadrados, se convirtió con el tiempo en algo más que un simple entretenimiento. Desde aquel principio con la indiferencia de la gente, hasta los llenos totales para ver a los luchadores, la Lucha Libre tuvo un crecimiento notable gracias a la construcción de la Arena México. “Me atreví a llamarla el Madison Square Garden de la Lucha Libre. Lo común pasaba en la Arena Coliseo, lo extraordinario sucedía en la Arena México”, concluye el Doctor Alfonso Morales, melancólico de los grandes tiempos. Un deseo testarudo de Salvador Lutteroth originó todo. Con la suerte de haberse ganado la lotería, utilizó el dinero para dibujar a La Catedral en una zona marginada. De un antiguo estacionamiento, a la grandeza nacional. La Arena México respira por sí sola, como una reliquia de un imperio esplendoroso, deseando que el futuro fatalista no se concrete.