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María Rivera

28/12/2023 - 12:01 am

Fin de año

“Me asombra, profundamente, que el asesinato masivo de niños y mujeres pueda continuar durante semanas sin que el mundo lo frene. Me asombra que las protestas ciudadanas en todo el mundo no hayan sido escuchadas por los gobiernos. Me asombra que pueda terminar este año sin que el genocidio en Gaza sea un tema de conversación”.

“Las evidencias de que estamos frente a un horror que sólo puede equipararse con las calamidades de los nazis en la Segunda Guerra, son innegables”. Foto: Hatem Ali, AP

Se termina el año y uno se sumerge en reflexiones en torno al pasado y al futuro. El cierre de ciclos nos permite pensar en todo aquello que hemos vivido y en lo que nos falta por vivir. Permítame, querido lector, hacer una somera reflexión en torno a este fin de año. Durante las últimas semanas, he dedicado este espacio a escribir sobre la terrible y oscura realidad que padecen los palestinos en Gaza. Semana tras semana, le he dedicado este espacio al cruel genocidio que lleva a cabo Israel, desde octubre de este año, cuando a todos nos horrorizó el ataque de Hamás. Mucha, demasiada sangre de niños y mujeres, civiles palestinos, ha sido vertida en estas semanas. Mucha tinta ha corrido y, también, ha dejado de correr, como si la matanza indiscriminada de civiles no fuera lo suficientemente grave como para dedicarle constantemente unas líneas.

La guerra ha despertado en mí preguntas que no pensé que me haría en mi tiempo de vida, se lo confieso. Preguntas que uno lee en los libros de historia, y que se hicieron intelectuales en el siglo pasado, preguntas que parecen no tener respuesta, porque están hechas mientras suceden las catástrofes, no después. Preguntas que me hostigan, me inquietan porque no sé cómo responderlas.

¿Qué hacer frente a un genocidio cometido por un estado fascista y neonazi? ¿Qué hacer frente al dolor de tantos seres humanos, niños, mujeres y hombres que están siendo salvajemente asesinados o heridos? ¿Qué puede hacer una, frente a ello? Las evidencias de que estamos frente a un horror que sólo puede equipararse con las calamidades de los nazis en la Segunda Guerra, son innegables. Nos encontramos frente a un discurso supremacista religioso, frente a modernos campos de concentración que son sistemáticamente bombardeados, frente a la matanza indiscriminada de toda una población por su identidad. Los palestinos están siendo asesinados no por pertenecer a Hamas, sino por ser palestinos, estén en donde estén, tal como los judíos fueron exterminados por ser judíos.

El nivel de violenta destrucción de la Franja de Gaza, querido lector, no tiene precedentes salvo en las grandes destrucciones de la Segunda Guerra, como le decía. Desaparecer las ciudades de Gaza, desparecer toda su infraestructura, sus edificios y monumentos, sus hospitales, escuelas, universidades, tiendas, complejos residenciales, todo, hasta no dejar piedra sobre piedra habla de determinación criminal de Israel de no sólo matar a los palestinos, sino de destruir todo su patrimonio cultural, cualquier señal de identidad. Los palestinos, cuando Israel termine su limpieza étnica, no tendrán ni ciudades ni casas a donde volver. Es claro como el agua, que Israel pretende deportarlos a campos de refugiados fuera de Palestina. Desaparecerlos, pues. Gaza estará convertida en el mayor cementerio del mundo, entre escombros y cuerpos abandonados. Es, desde donde se le vea, un acto monstruoso cometido con total impunidad por un país que se dice democrático, pero que en los hechos es un régimen colonialista supremacista, de naturaleza fascista y con prácticas y discursos neonazis. Horrores sin nombre están ocurriendo, querido lector, y de los que he dado cuenta en esta columna. Los vuelvo a narrar para que la gente sepa que siguen ocurriendo, sin tregua, más nuevos horrores macabros. Por ejemplo, hace un par de días, las autoridades en Gaza denunciaron que han descubierto, en los cuerpos de palestinos que fueron secuestrados, asesinados y regresados por Israel, que sus órganos habían sido extraídos, y exigieron una investigación internacional.

No es la primera vez que los israelís son acusados de tomar órganos de los palestinos a los que asesinan, por desgracia. Hace unos años fueron acusados de tomar la piel de cuerpos de palestinos asesinados para crear un banco de piel en Israel. Horrores que pensábamos que jamás volverían ocurrir tras la barbarie nazi, están ocurriendo. Estamos frente a la completa deshumanización de un pueblo que ha sido sistemáticamente oprimido, despojado y asesinado desde hace 75 años, con la complicidad de las potencias occidentales. Una barbarie que ha sido disimulada y tergiversada por los medios desde mucho antes del 7 de octubre y los ataques de Hamás. Si no fuera por los valientes periodistas palestinos que desde Gaza cubren el exterminio, el mundo seguiría repitiendo las mentiras de Israel.

Esta semana, los periodistas han documentado las condiciones en que los palestinos secuestrados por los soldados israelís en Gaza, han regresado tras haber sido humillados y torturados. A muchos les han puesto distintivos de plástico con números, como hicieran los nazis. Muñecas laceradas, cuerpos golpeados, heridas infectadas. Hombres que han sido obligados a desnudarse, sistemáticamente, y que vendados de los ojos y maniatados son obligados a caminar. Eso, más las marchas de la muerte a los que son obligados civiles enfermos, hambrientos y sedientos, mujeres, niños, viejos, para evacuar hacia zonas que les indican que son seguras y que son asesinados en el camino o asesinados al llegar, cuando Israel bombardea dichos lugares.

Hoy, antes de escribir esta columna veía los últimos reportes del periodista y fotógrafo palestino Motaz, en X. Publica una foto de un niño, de unos cuatro años, ensangrentado, en el piso de un hospital sucio, que está siendo transfundido mientras llora. Su pierna aparece en un charco de sangre, vendada de la ingle al pie, tras haber sido destrozada por la artillería israelí. En la publicación escribe “Todos ustedes conocen al hombre araña. Todos los niños lo aman, a la mayoría de los niños que conocí les gusta hacer sus movimientos. Este niño, en lugar de usar sus manos para jugar al hombre araña, sus muñecas están siendo ocupadas con una cánula para trasfundir sangre a su cuerpo después de resultar herido en un ataque aéreo israelí y de perder a su madre. Me pesa esta imaginación, pero estoy realmente lleno de dolor de lo que estoy presenciando que le sucede a mi gente, a mí…”. Yo agregaría, querido lector, que esas atrocidades le están pasando a todos los que nos enteramos de ellas. Millones de personas en el mundo están consternadas de mirar, por las redes sociales, las atrocidades cometidas por Israel. Es mi caso, querido lector. En la cena de navidad, platicando, me di cuenta de cuán apesadumbrada estoy, como tantos otros. Desesperación, impotencia, azoro. Azoro de no entender cómo la gente puede no hablar del genocidio palestino, cómo el Presidente “más humanista” de México, no corta relaciones diplomáticas con Israel, ni las masacres le merecen unas palabras.

Me asombra, profundamente, que el asesinato masivo de niños y mujeres pueda continuar durante semanas sin que el mundo lo frene. Me asombra que las protestas ciudadanas en todo el mundo no hayan sido escuchadas por los gobiernos. Me asombra que pueda terminar este año sin que el genocidio en Gaza sea un tema de conversación.

Se va el año, querido lector. Y yo sólo tengo pesadumbre, inmensa pesadumbre frente a lo que ocurre en Palestina y estas palabras para usted, una semana más, tristemente. Esperemos que el año que entra el mundo se decida a poner fin a esa oscuridad, y frene, de una vez, al Estado genocida de Israel y cese el inmenso sufrimiento del pueblo palestino.

Le deseo un feliz año, en esta parte del mundo, que a nuestro país le vaya bien, que vaya que será un año crucial para nosotros.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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