Que había bloqueo, que no íbamos a poder pasar. Que pasa muy seguido y se ve ahí a los polis tomando coca mientras los de las comunidades se agarran a gritos y pancartazos. Luego nos dijeron que había habido machetes y un coche en llamas. Este es el México real, DF, Chiapas, da igual. Colombia, Venezuela, también son el México real. Todos queremos protestar y no alcanzan las audiencias. Nos ofrecieron llevarnos por otro camino, entre poblados, le llamaron, para poder llegar a Palenque; si no, había que volver las tres horas recorridas y llegar por Villahermosa, la “ciudad de las dos mentiras”, que por que no es ni villa ni hermosa. Serían ocho horas en coche, con la bebé y la embarazada: mala idea. Por doscientos pesos nos guiarían hasta rodear el bloqueo en Agua Azul. Pues va.
Somos turistas
28/12/2014 - 12:00 am
Seguimos a la pick-up blanca y dejamos atrás la fila estacionada. Primera idea: hacen el bloqueo para ofrecerte esta ruta y sacar 200 por coche. Segunda idea: nos llevan tras bambalinas para sacar mucho más que doscientos pesos. Ni pensar. Eres una estúpida turista miedosa. Adiós pavimento; hola terracería inclemente. Ah, la aventura. Todo bien. Tenemos agua y luz de día. Hace 50 kilómetros que nadie tiene señal; unos caminantes nos dicen que la carretera está a una hora. No dicen a una hora de qué.
Estamos en la sierra. El sendero es tan angosto que las ramas se azotan contra las ventanas. No es terracería; es tierra que podría llevar a donde sea o detenerse sin explicación y obligarnos a volver en nuestros pasos, al bloqueo, al auto en llamas. Aparece una niña que lleva un bulto. De dónde viene y adónde va? Hay un poblado cerca, con un código postal escrito en una lámina y hay una choza que sugiere votar por el PRI. Alguien pintó la choza y alguien determinó el código postal, pero quién recibe cartas? Más chozas, tres perras preñadas, polvo y niños que salen al sendero a toda prisa para ver los coches. Un viejo nos pide con señas que firmemos un papel antes de abandonar su pueblo: algún famoso o algún político debemos traer para ameritar tanta caravana.
No faltaba una hora. Hay más perros, pobres compañeros de miseria, más selva y una choza que dice farmacia. De un jacal sale una niña de tres o cuatro años, descalza, con un vestido diez veces heredado. Con quién había discutido? Que decía que todos tenemos las mismas oportunidades. Que el mexicano es flojo. La niña corrió a nuestro lado, los pies hundiéndosele en el lodo; floja no era. Casitas a medio hacer, pollos que ni intentan huir y luego nada. Sí, hay gente que vive aquí, y existen sus casas y sus direcciones, o no? Claro: tienen código postal. Para recibir tarjetas de Navidad. O para avisarle a los del poblado de arriba que iban a llegar unas gentes importantes en uno o dos años luz, que se prepararan. Lo hicieron subiéndose a los techos de sus casas: ahí nos esperaban todos, hombres sin camisa, mujeres con niños rebozados, perros. De dónde vienen? A dónde van? Para qué? Para quién? Y si pasa corriendo un niño, sonriendo, se quiere creer uno que son felices, a su manera, que viven de la tierra y esas cosas. Al fin y al cabo tienen códigos postales.
El sol baja y el sendero se angosta más. Hay que bajar de la camioneta para no quedar atascados en el fango. Hay un cristal roto: nos tiró alguien una piedra o fue la naturaleza? Debe haber sido una rama, ellos qué van a entender, de qué te van a odiar. Para tirar piedras se necesitan fuerzas. Miramos pero no fijamente: no hay que ver a la miseria a los ojos. Ella si nos mira y se pregunta lo mismo al vernos pasar: quiénes son? De dónde vienen? Para qué? Estamos rodeando el auto en llamas. Queremos salir. Somos turistas.
Saldríamos, pero no todavía. No hasta estar empanizados de polvo, hasta que la idea de racionar la comida dejara de ser un chiste. Aquí hay un riachuelo; aquí una vaca. Quizá los turistas sobrevivamos. Llevamos horas internándonos por la selva y no es nuestra selva, no son nuestros jaguares, nuestros tapires. No es nuestro riachuelo. Tercera idea: desapareceremos, sin tener la culpa ni la inocencia. Nos comerá la selva y escupirá nuestros dientes. Y nadie contará nuestra historia que ni es una gran historia. Como tampoco lo es la de la mujer que lavaba sus trapos en el charco ni la del niño que agitaba una tortilla en el aire, enseñando los dientes. Total: sólo están sobreviviendo.
Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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