UNA CRUZADA POR EL RESCATE DE LOS ÓPATAS

28/12/2011 - 12:00 am

En junio de 2008, el antropólogo Alejandro Aguilar Zeleny revelaba en la prensa nacional la inminente desaparición de los ópatas, que llegó a ser la etnia más numerosa en Sonora para el siglo XVII. En el momento de la denuncia de este investigador quedaban apenas cuatro personas que hablaban la lengua original de este grupo. Aguilar Zeleny pedía reconocer la importancia de nuestras culturas ancestrales y recomendaba también “no llamarlos por los nombres que les dieron los españoles”, casi siempre de forma despectiva.

Curiosamente, Inmaculada Puente, una española llegada de la ciudad de Burgos, ha sido precisamente la persona que más se ha comprometido en los últimos años para rescatar a las olvidadas etnias de Sonora. Ella es la creadora de Lutisuc, una asociación cultural que promueve la autoestima y la autogestión de los pueblos indígenas, impulsando proyectos productivos entre las diferentes etnias sonorenses.

“Cuando llegué a este país (México) me sorprendió muchísimo darme cuenta de que los españoles no lo habíamos destruido todo (…) y que había mucha vida en estas culturas ancestrales; sin embargo, también me sorprendió la indiferencia de la que son objeto los indígenas. Nosotros allá (en España) estamos viviendo un auge por el rescate de los pueblos originales y quizá aquí, porque es algo tan cotidiano, no recibe el enorme valor que creo tiene. Esa fue la principal motivación para crear Lutisuc”, dice en entrevista Inmaculada Puente.

Casada con un mexicano, llegó a Hermosillo en los 90. Su fascinación por los indígenas mexicanos la llevó a involucrarse con su cultura, primero de manera personal: viajaba regularmente a las comunidades autóctonas de la sierra y, como profesora de Historia del Arte, organizaba con sus alumnas visitas a diversos centros ceremoniales y sitios prehispánicos.

Pero este interés personal, que iba en aumento, tomó forma oficial en 1997, año en que creó una organización para proteger la cultura indígena de Sonora, para que continuara viva entre sus pobladores y para que los no indígenas de la entidad, supieran valorarla: “Nunca perdí el asombro –dice Inmaculada- y me continúa hasta la fecha”.

 

Cuando una cultura se pierde, todos perdemos

Según su propia página web, en las comunidades y etnias con las que trabaja “el papel de Lutisuc es de coparticipación, fundamentalmente escuchando, motivando y sistematizando las actividades, involucrando a los grupos beneficiados de manera que sean ellos los protagonistas de su propio desarrollo”.

En esta asociación cultural todo tiene un profundo significado, puesto que precisamente una de las ramas en las que trabaja es en la “resignificación” de las culturas indígenas sonorenses, que hasta hace muy poco eran prácticamente ignoradas, tanto a nivel local como a nivel nacional e internacional.

Lutisuc, el nombre que ostenta la organización fundada por Inmaculada Puente, proviene de un vocablo taracahita (*), que significa Luna en conjunción. Puente y su grupo de alumnas encontraron la palabra en un antiguo diccionario, pero al paso de los años, descubrieron que en otra de las lenguas nativas sonorenses (la actual yaqui) esta misma palabra tenía un significado completamente distinto, que se traduce como: “se acabó”.

“El aspecto lunar está muy presente en la asociación: somos un grupo de mujeres y trabajamos mayoritariamente con mujeres indígenas, trabajamos “conjuntamente”, por eso el nombre nos pareció muy adecuado; después, cuando descubrimos el segundo significado de Lutisuc, también pensamos que era positivo, después de todo, nosotros estamos tratando de que la era de la ignorancia y la indiferencia hacia los pueblos indígenas termine… cuando algo se acaba siempre es seguido de algo nuevo, y eso es lo que nosotros queremos: la renovación y la revalorización”, afirma Puente.

Sonora es el segundo estado de mayor extensión geográfica en México, con una riqueza natural exuberante de playas, sierras y desiertos. También es una de las economías federativas más fuertes en la actualidad y, sin embargo, ni a nivel nacional ni a nivel internacional, sus etnias y la cultura de éstas han sido muy reconocidas, salvo contadas excepciones, como sería por ejemplo la célebre danza del venado, un animal tótem, al que se le rendía culto entre algunas etnias, y se le cazaba de forma ceremonial.

Al igual que su riqueza natural, Sonora también tiene mucho que ofrecer en términos de culturas ancestrales, muchas de cuyas costumbres, ritos, tradiciones y lenguas han resistido el embate de los años y se mantienen vivas, aunque eso sí, en serio peligro de extinción.

Esta fue la motivación principal para crear Lutisuc, cuyas acciones desde hace más de 13 años están siempre dirigidas a dos grandes vertientes: por un lado, hacia las comunidades indígenas para que encuentren formas sustentables de preservar su identidad, y por otro lado hacia la población no indígena de la entidad, para que aprenda a valorar a sus pueblos originales.

“Con ellos buscamos resignificar su propia historia, es un trabajo de empoderamiento, de reforzar su autoestima, porque para que nosotros, los no indígenas, les demos el valor que merecen, primero ellos tienen que protagonizar su transformación, vivirla, y hacerse dueños nuevamente de su realidad. En Lutisuc no damos limosnas ni promovemos el asistencialismo, porque creemos de verdad que ellos, los indígenas de esta tierra tienen mucho que aportar a nuestra sociedad. Y luego, como todos los caminos son de 2 vías, trabajamos también por supuesto con el resto de la sociedad en Sonora, porque unos somos el espejo de los otros… y trabajamos siempre en varios ejes”, dice con voz convencida Inmaculada Puente.

Cada tanto, durante la entrevista, la fundadora de la asociación Lutisuc, repite constantemente una frase que parece ser el mantra que ha dirigido durante años su trabajo de rescate cultural: “cuando una cultura se pierde, perdemos todos”

 

Un camino que comienza a rendir frutos

Como en todos los rituales, la repetición constante es lo que va haciendo la tradición. Así ha sido el trabajo de Lutisuc durante los últimos 13 años. Una asociación que comenzó con 15 personas y que ahora sobrevive perfectamente con apenas cinco. Para Inmaculada Puente, este “decrecimiento” es un termómetro de su éxito:

“No queremos que nos ahogue la burocracia. Nosotros somos apenas un puente, pero el trabajo, el crecimiento, tiene que ser de ellos no de la organización. Nosotros somos un instrumento y si en un futuro no nos recuerdan pues ni modo (…) por fortuna, gracias a nuestra insistencia, ahora ya las instituciones oficiales han retomado algunas de nuestras iniciativas y nuestros programas (…) pero lo más importante es cuando nos damos cuenta de que para muchas cosas, las comunidades indígenas ya prescinden de nosotros, eso quiere decir que se auto gestionan y se van haciendo dueños de sus propias decisiones… ese es realmente nuestro mayor logro, porque aunque Lutisuc desaparezca, ellos ya habrán tomado su camino, es lo que queremos”.

Sea como fuere, su influencia se nota. En estos casi tres lustros de acciones, esta asociación cultural, cuyo radio de influencia abarca todo el estado de Sonora, ha logrado beneficiar de manera tangible y directa a más de 10 mil personas de todas las edades: niños, mujeres y hombres de las distintas comunidades indígenas.

Sin embargo, hay muchos otros “beneficiados” por Lutisuc… más intangibles quizá, pero no por ello menos importantes: la gente no indígena de la entidad que ahora valora sus raíces y la presencia de los pueblos originales; la cultura misma de todos los sonorenses, cuya identidad va logrando cohesión, y por supuesto, la sociedad mexicana en general, que con este rescate de los ocho pueblos vivos de Sonora, gana terreno en su gran diversidad tradicional y cultural.

“Ahora todo es más fácil, ya no nos hace falta trasladarnos directamente a las comunidades, lo seguimos haciendo, pero más para labores de acompañamiento. A fin de cuentas, todos nuestros programas se diseñaron en el terreno y no detrás de un escritorio. Sabemos lo que hace falta y ellos también han aprendido a pedir lo que necesitan, las mujeres líderes de las comunidades vienen constantemente y llevan las enseñanzas que le son útiles a sus pueblos, ahora trabajamos con la capacitación en cascada, y funciona de maravilla”, afirma Puente.

De manera general, Lutisuc ha implementado con el tiempo un trabajo basado en cinco programas, de los que se desprenden infinidad de acciones a grande o pequeña escala, según sea el caso:

“Desde un principio, ideamos nuestros programas de tal forma que por un lado las comunidades indígenas se beneficiaran económicamente y que, al mismo tiempo, pudieran ir fortaleciendo sus raíces y sus tradiciones. Comenzamos por la artesanía, puesto que es algo que puedes palpar, que quizá no comprendes pero te gusta y eso crea vínculos. Entre ellos promovimos la realización de piezas artesanales, les dimos –y les damos– talleres para que la calidad fuera óptima, respetando por supuesto su identidad, y luego buscamos formas de que pudieran comercializarla. La respuesta siempre ha sido maravillosa, sobre todo entre las comunidades, que siempre estuvieron dispuestas a colaborar, a aprender y también a enseñar a sus compañeros”.

Así, “Bordando una identidad” y el “Foro Artesanal Indígena” para vender los productos realizados por los indígenas fueron los dos primeros programas implementados por Lutisuc y se mantienen hasta la fecha. Luego vendrían otros programas como “Aprender jugando”, “Encuentro con mis raíces” y más tarde, los “Enlaces Institucionales”, donde la organización fundada por Inmaculada Puente comenzó a trabajar ya no sólo en ‘conjunción’ con sus mujeres, sino también con las entidades oficiales de Sonora, de México y de otros lugares del mundo.

Actualmente, y aunque varía, mantener en pie todas estas acciones de Lutisuc cuesta alrededor de 2 mil pesos, una cantidad ínfima si se tiene en cuenta el trabajo realizado durante estos años, porque finalmente, rescatar una cultura ancestral, y salvarla de la extinción, es una labor que no tiene precio.

“Nosotros queremos que Sonora se vuelva consciente de lo que tiene y que lo proteja, y creo que en muy buena medida hemos logrado avances (…) es difícil medirlo, es verdad, pero yo ahora veo que los productos y la cultura indígena está en la vida cotidiana de los sonorenses, y eso ya es un gran avance”, sentencia Inmaculada Puente, una mujer que llegó desde España a enamorarse y a enamorar a otros con las culturas originales de este estado en el norte de México.

 

(*) La familia lingüística taracahita incluía a las actuales huarijío, mayo, tarahumara y yaqui. Provienen del tronco común yutonahua, que fue uno de los más grandes grupos de lenguas de la América nativa en la época en términos de población, diversidad lingüística y distribución geográfica.

 

Más información en Fundación Lutisuc: www.lutisuc.org.mx

Su población se distribuye a lo largo del río Mayo en 242 localidades, con una población aproximada de 72 mil habitantes, de los cuales 32 mil se ubican en Sonora y 40 mil en el vecino estado de Sinaloa, constituyendo el grupo más numeroso. Mantienen viva la lengua y sus fiestas están relacionadas con el ritual católico, sobretodo la Cuaresma y Semana Santa. Destacan sus danzas del venado, pascolas y matachines.

Esta cultura con un amplio bagaje en plantas medicinales, tiene para ofrecer al turista grandes atractivos culturales, naturales, históricos y tradiciones indígenas (yoremes), debido a su ubicación dentro del Mar de Cortés y las Barrancas del Cobre y El Fuerte.

 

Es el grupo indígena más representativo de Sonora. Distribuidos en ocho pueblos con sus propios gobernadores tradicionales, su población se estima en 32 mil habitantes. Guardan celosamente el uso de su lengua, sus tradiciones y su arraigo a la tierra. La danza del venado yaqui es la más conocida dentro y fuera del Estado, además de otras como la danza de los coyotes, de los pascolas y de los matachines.

La principal actividad artesanal es la manufactura de la parafernalia ceremonial, sin fines comerciales. Los danzantes hacen máscaras talladas en madera, collares de conchas y piedras marinas y cinturones con pezuñas de venado. Los músicos fabrican sus tambores y flautas. Algunas familias manufacturan petates, canastas y coronas de carrizo; platos y tazas de barro que utilizan para las fiestas y después destruyen. También confeccionan faldillas, blusas, manteles, servilletas y mantos. El único producto artesanal que se comercializa son las muñecas de trapo, que hacen las mujeres.

 

Están ubicados en la Sierra Madre Occidental, colindando con el estado de Chihuahua, y viven en comunidades y pequeñas rancherías diseminadas por el municipio de Yécora. Su población actual se acerca a los mil 600 habitantes en ambos estados, de los que 800 corresponden a Sonora. Su principal festividad es “el Yúmare”, un ritual de agradecimiento por el levantamiento de una buena cosecha. También celebran la Semana Santa, entre otras festividades católicas.

Antiguamente las mujeres pimas hacían ollas, productos de palma y prendas tejidas con lana, actividad que siguen realizando y que han logrado perfeccionar. Los pimas elaboran productos de fibras vegetales como sombreros, petates, “petacas” o cestos rectangulares con tapadera para guardar todo tipo de cosas.

 

Están ubicados al sureste de Sonora, en los municipios de Álamos y Quiriego, así como en el suroeste de Chihuahua. Es muy difícil acceder a ellos por vivir en lugares muy recónditos de la Sierra de Álamos, distribuidos en rancherías y varios centros de población, tales como Mesa Colorada, San Bernardo, Quiriego, etcétera. Su población alcanza los mil 100 habitantes y sus fiestas están relacionadas con las lluvias y los santos patrones, en las que destacan la tuburada y la cava-pizca.

Dentro de los grupos de Sonora, los Guarijíos son, seguramente, los que tienen en la actualidad mayor variedad artesanal. Sus artesanías son formadas con materiales naturales como palma, barro, ramas y fibras con las que hacen cestos, petates y sombreros, entre otras.

 

Con una población estimada en un poco más de 600 personas, se encuentran ubicados en dos localidades a orillas del Mar de Cortés: Punta Chueca, del municipio de Hermosillo, y Desemboque, del municipio de Pitiquito. Sus fiestas rituales están enfocadas a su relación cósmica con el mar y el desierto, como la fiesta de la Caguama de Siete Filos, el Año Nuevo (a finales de junio o principios de julio), la fiesta de la Pubertad y la de la Canasta Grande, que es cuando se culmina una pieza artesanal –la corita– que requiere mucho esfuerzo.

La elaboración de artesanías, para el mercado turístico es una actividad económica importante en la actualidad. Los hombres seris han aprendido el tallado en madera. Confeccionan esculturas estilizadas que representan animales marinos y terrestres hechas con corazón de mezquite y palo-fierro con alta demanda en el mercado, pero sobre todo, el mercado internacional.

 

También conocidos como Pimas Altos. Con una población de menos de 400 habitantes se encuentran ubicados en el desierto de Sonora, en los municipios de Caborca, Altar, Saric, Peñasco y Sonoita al norte del Estado. Sus principales festividades son, el “Vi’ikita” relacionada con las lluvias y la fiesta de San Francisco y otras relacionados con el rito católico. En el sur de Arizona, EU, se encuentra una población bastante mayor de este mismo grupo.

Los pápagos elaboran artesanalmente figuras de madera tallada, piezas de alfarería y cestas. Su alfarería es rústica; la hechura de los recipientes incluye la recolección de la materia prima en los bancos de barro, el cual filtran y mezclan con arena muy fina y estiércol de vaca seco, cuecen las piezas en un horno con palos de choya. Sus mejores y más finas piezas artesanales son las de cestería. Las “coritas”, cestas y bandejas, de palmillo y torote (plantas del desierto que las mujeres colectan, preparan y tejen).

 

Está situado al noroeste de Sonora, en el municipio de San Luis Río Colorado, en la frontera con Estados Unidos. Actualmente es una etnia casi extinta, con una población de poco más de 95 habitantes. Dentro de los rituales que conservan, el más importante se relaciona con la ceremonia funeraria.

La artesanía de los cucapá consiste en ollas de barro, así como la elaborada con chaquira que poco a poco han dejado de producir. Las razones que dan para este paulatino abandono son variadas, algunos manifiestan que no tienen un mercado donde poder ofrecerla, otros dicen que sólo la elaboran con fines rituales o manifiestan desinterés en proseguir con esta costumbre argumentando que es más fácil comprar lo necesario en las tiendas.

 

Los actuales asentamientos kikapoo (o kikapú) son el resultado de un arduo peregrinaje desde la región de los grandes lagos de Michigan y de Eire, en Norteamérica, hasta el norte de México. Con una presencia en Sonora de más de 100 años, se ubican en el municipio de Bacerac, en la Sierra Noreste del Estado. La necesidad de integración del grupo original, motivó una asimilación de las costumbres mestizas sonorenses dando como consecuencia la pérdida de su lengua y tradiciones. Su población actual en Sonora es de alrededor de 90 personas. Otras comunidades kikapoo están diseminadas en los estados de Chihuahua y Coahuila.

Actualmente su artesanía consiste en la fabricación de tehuas o mocasines con piel de venado curtida y  que es bordada con chaquira.

 

Fuente: Lutisuc y Sonoraturismo.com

Cristina Ávila-Zesatti
Es periodista especializada en temas internacionales y en el llamado ‘Periodismo de Paz’. Fundadora y editora general del medio digital Corresponsal de Paz www.corresponsaldepaz.org
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